La huelga del Cuartel que se extendió más que la pólvora
La murcia que no vemos ·
Los gremios de la ciudad se pusieron en pie de guerra hace un siglo por solidaridad con 355 despedidosLos diarios la describieron como una «huelga general escalonada». Y no andaban descaminados. Porque día tras día se fueron sumando más obreros a los paros. ... Ocurrió en 1923 y el detonante del estallido social fue el despido de los obreros que trabajaban en el Cuartel de Infantería de la calle Cartagena.
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Los 355 trabajadores que allí había, al principio, protagonizaron un conato de huelga que se desarrolló de forma pacífica. Les aseguraron que se atenderían sus peticiones y regresaron al tajo. Les aumentaron el sueldo en 50 céntimos, acordaron que la paga fuera semanal y que el horario no excediera las 48 horas semanales.
Pero poco les duró la alegría. A los dos días justos fueron despedidos sin contemplaciones. Ni siquiera les comunicaron el despido, como establecía la ley, con ocho días de antelación. Fue entonces cuando convocaron una reunión en la Casa del Pueblo para decidir cuál sería la respuesta.
«¡Hasta las verduleras irán a la huelga!», amenazaban desde la Casa del Pueblo
Allí se congregaron representantes de todos los gremios de la ciudad. El diario 'El Liberal' ya adelantaba el 15 de abril que «nos llegan rumores respecto a la posibilidad de que pueda acordarse ir a la huelga en general en todos los oficios».
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Hasta tres reuniones con el gobernador civil y el ingeniero de la obra, el comandante Moreno, fueron infructuosas. Moreno se excusó reconociendo que no tenía autoridad para acordar nada con los obreros y que el aumento de sueldo escapaba a las previsiones del presupuesto. Ni siquiera aceptó el aumento de la mitad que propuso el gobernador.
La huelga era inevitable. Aquellos 355 obreros pronto encontrarían más apoyo del que siquiera imaginaron. Tras la reunión en la Casa del Pueblo, los sectores que se adhirieron a la huelga fueron la madera, los sombrereros, los metalúrgicos, tipógrafos, tranviarios y artesanos del pelo de pesca. Pelo de pesca o hijuela, cuando aún era un interesante negocio el de la seda.
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La cosa se complicó cuando el ramo de la alimentación también se puso en pie de guerra. De entrada, fue necesario que los mercados fueran custodiados por la policía, lo que garantizó en parte el abastecimiento. Así sucedió el sábado 4 de abril, aunque en la Casa del Pueblo se sucedían los mítines.
La amenaza del obrero Gil
Contaba LA VERDAD que en uno de ellos se escuchó al «obrero Gil» advertir de que «hasta las verduleras irán a la huelga, no teniendo los obreros que ir a capitular con las autoridades, sino estas serán las que tendrán que hacerlo con los obreros». Dos días antes, de improviso, los panaderos se sumaban a una huelga que LA VERDAD tildaba de ilegal. De hecho, sin previo anuncio, comenzaron a no entrar en los turnos a la hora señalada.
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La rápida intervención del alcalde y el gobernador permitió que no faltara género en las panaderías, si bien solo había de «del llamado de Torrevieja». Alcaldes de municipios limítrofes a la capital también enviaron pan, que el ayuntamiento se encargó de distribuir.
Los patronos y todas sus familias trabajaron a destajo, escoltados en sus obradores por soldados de Intendencia para garantizar que los piquetes no les obligaban a secundar el paro. El miedo a la falta de un bien tan preciso provocó cierta inquietud entre los parroquianos. A primera hora de la mañana ya había largas colas ante los comercios.
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No todos los sectores secundaron la huelga. Los hortalizeros de la lonja y las plazas de abastos siguieron vendiendo sus productos. «Y también han llegado a la población las huertanas», señalaba LA VERDAD. Incluso en más número que en otras jornadas, puesto que estuvo unos días lloviendo y no habían podido acercar los frutos de sus bancales.
Contratando a mujeres
Otra cosa fueron los bares. Camareros y cocineros apoyaban la huelga y hasta intentaron expulsar a los compañeros que seguían trabajando en la ciudad. Los dueños de los establecimientos, que habían previsto la situación, contrataron «a mujeres, que han hecho el trabajo en las cocinas y comedores».
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Del mismo modo funcionaron las barberías, si bien con notable ausencia de oficiales, lo que para algunos diarios incluso benefició a la clientela, «ahorrándose, como es natural, las propinas que es costumbre darles».
Respecto a los obreros de LA VERDAD, como otros de la prensa, decidieron hacer un paro de 24 horas. Así lo propusieron al Comité de Huelga. Pero les advirtieron de que el paro debía de ser indefinido. Y los tipógrafos y linotipistas regresaron al periódico.
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También siguieron en sus puestos los conductores de carruajes, quienes recordaron a los huelguistas que ellos se pusieron en huelga hacía un tiempo y «se vieron faltos de todo apoyo por parte del elemento obrero», según el diario 'El Tiempo'. Los tranvías, a duras penas, continuaron dando servicio.
El Sindicato de la Construcción pidió el día 21 que todos los obreros de la Región se sumaran a la protesta. El día 26 lo hicieron los sombrereros, planchadores, barberos y sastres. El 3 de mayo se decidió retornar al punto de origen: solo los obreros del cuartel se mantendrían en huelga. Unos días después, 193 de ellos retornaron a su trabajo.
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El resto se incorporó el día 14 tras cerrarse un acuerdo que incluía ciertas mejoras, como el pago semanal. O eso sostenía 'El Liberal'. Porque LA VERDAD advirtió de que los obreros «entraron en las mismas condiciones que antes de la huelga». Y allí paz y después gloria... Pero escasa y solo hasta la siguiente revuelta.
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