Actualidad. Una de las fotografías o grabados que se conservan del estado en que quedó el Romea tras ser devorado por las llamas.

El incendio del Romea, la última gran tragedia de un teatro en Murcia

El siniestro de la discoteca Teatre evoca el ocurrido hace 125 años: «¡Antonio, no entres o el fuego te consumirá!»

Miércoles, 4 de octubre 2023

Era impetuoso Antonio Garríguez, algo lógico en cualquier joven que disfrutara diecisiete primaveras. Pero, por desgracia, no contaría otra. Aquella noche del 10 de diciembre ... de 1899, mientras el fuego devoraba el Teatro Romea, cuando ya se encontraba a salvo en la plaza, decidió adentrarse en el infierno. Contaron que lo hizo para recuperar una manta o su cartera. Error fatal. Ni imaginó que solo recuperarían su cuerpo carbonizado a la mañana siguiente.

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La tragedia de la discoteca Teatre evoca otra que, curiosamente, sucedió en un teatro: el Romea. Y no era la primera vez. Lo mismo ocurrió en la madrugada del 8 de febrero de 1877, cuando las llamas arrasaron, en esa ocasión sin víctimas, la entonces más afamada sala de actuaciones de la ciudad.

Existe una leyenda que recuerda cómo el edificio se levantó, a golpe de expropiación municipal, sobre un cementerio del convento de los dominicos. Por eso algún fraile encabronado lo maldijo y tres incendios debe padecer. Ya han ocurrido dos.

Las llamas fueron tan intensas que hasta se iluminó la gran torre de la Catedral

El tercero lo arrasará en una velada en que esté el aforo completo. De ahí otra leyenda: siempre queda una butaca sin vender. Y sería un milagro que la vendieran porque más de una está ubicada detrás de columnas. En el segundo pereció el pobre Antonio, operario de maquinaria, hace ahora casi 125 años. El cartel de aquella velada, para pasmo de muchos entonces y ahora, anunciaba la zarzuela titulada 'Jugar con fuego'.

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Es imposible no recordar la película 'Titanic' al leer las crónicas de la época sobre el incendio. Cuando ya las llamas se extendían por la sala, el director de la orquesta ordenó a sus músicos que siguieran tocando. Esa valiente decisión evitó que el público saliera corriendo de sus asientos y así se salvaron todos.

Cuando el humo comenzó a enturbiar el teatro, pese a ello, la desbandada fue inevitable. Y los detalles, espeluznantes. Varias criadas, quienes acompañaban a los hijos de sus señoritos, al punto echaron a correr y dejaron a los pequeños a merced del fuego.

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Pocos minutos después del siniestro todos los campanarios de la ciudad, como era costumbre remota, echaron al vuelo sus campanas para anunciar que había fuego en la ciudad. Eran las redes sociales de bronce de la época. Sin embargo, muchos murcianos ya se habían percatado del suceso. Con solo observar la torre de la Catedral, entonces auténtico faro de casi cien metros de altura sobre casas insignificantes, estaba iluminada por las llamas.

Inmensas llamaradas

Basta leer 'El Diario de Murcia' para comprender la magnitud del incendio. Martínez Tornel, su director y redactor único, escribió más tarde que «inmensas llamaradas de fuego y humo se elevaban en horribles oleadas que, empujadas por el leve viento de Poniente, desprendían carbonizados fragmentos y una espesa lluvia de brasas llegaron hasta las calles Zambrana y San Lorenzo».

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Murcia despertó angustiada, como cuando las interminables riadas de octubre obligaban a las gentes a saltar de sus camas temiendo que sus pies ya tocaran el agua. En esas llegaba un tren de Alicante a la estación de Orihuela. Los viajeros, encendida media urbe por la luz del fuego, creyeron que «ardía la población de Murcia entera».

El origen del fuego pareció ser un fallo eléctrico. «Un relámpago iluminó la escena y provocó el caso», aseveró algún testigo. Y también igual que ahora, el techo del Romea se desplomó sobre las butacas. Hervían incandescentes las columnas que sujetaban el patio y que son, por cierto, las mismas que en la actualidad sujetan la estructura.

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La nómina de incendios en el Romea, al margen de leyendas, se acrecienta con otros dos. Uno, en 1939, de escasa importancia. El segundo, a comienzos de los años ochenta del siglo XX y a causa de un espectador que dejó, échenle hilo a la cometa, un puro sin apagar.

El siguiente fuego histórico en esta improvisada clasificación sucedió medio siglo antes, en 1845. Una frase popular inmortalizó el día: «Del día tres de febrero memoria nos quedará, a las doce de la noche se quemó la Catedral».

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El cartel de los estrenos en la trágica noche del gran incendio de 1899. Los diarios murcianos publicaron cómo las llamas devoraron el Romea en 1899.

Ocurrió, si nos fiamos de lo escrito por el cronista Javier Fuentes y Ponte, a las diez y media de la noche. Muchas cosas terribles suceden a la luz de la luna murciana. Otros, entre ellos Díaz Cassou, lo sitúan el día antes, en la festividad de la Candelaria. Todavía peor.

Al parecer, aunque sus causas quizá sean desconocidas por siempre, fue una chispa de un incensario la culpable del siniestro. O eso aseguró el sacristán. Sea como fuere, la ciudad vivió desvelada otra madrugada. El diario nacional 'La España' publicó que, a las tres del mañana, «la población está toda en alarma por haberse prendido fuego en la Catedral».

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Un coro nuevo

Ardió el coro y el altar mayor, aunque gran parte del ajuar litúrgico se salvó, pues algunos murcianos, tan valientes como inconscientes, se adentraron en el templo. Por cierto, según las crónicas también se perdió la urna que contenía las reliquias del rey Alfonso X. Así lo publicó 'El Ancora' el 10 de febrero de 1854.

No poco le debe Murcia al entonces obispo Mariano Barrio, quien se calzó los alpargates al instante para ir a Madrid y recaudar, dando por saco a tiempo y a destiempo, ayudas que aligeraran la reconstrucción. Gracias a eso, logró que nos legaran una sillería para el coro.

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La sillería es obra de Rafael de León, datada en 1570, y realizada para el monasterio de Santa María de Valdeiglesias. Fue la reina Isabel II quien ordenó su cesión. Como también pavimentó el convento de las Agustinas después de visitarlo y que las monjas, que en esas lides eran largas, le arrebataran el compromiso de hacerlo.

Siglo y medio largo más tarde, el 'ranking' de incendios fenomenales lo encabeza, esperemos que por muchos siglos, este que acaba de arrebatar de improviso la vida de trece inocentes en Las Atalayas.

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