Salvar la identidad cartagenera
José Sánchez Conesa
Miércoles, 16 de julio 2025, 01:05
Noche especial la que se respiró en la Casa del Folclore de La Palma durante la mesa de debate con los cronistas Luis Miguel Pérez ... Adán, Juan Ignacio Ferrández y quien esto escribe, bajo el título 'Identidad cartagenera'. Se trataba de una actividad enmarcada en la edición 31 del Festival de Folclore de Cartagena y comarca.
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¿Qué entendemos por identidad cartagenera? Para Luis Miguel, Cartagena es una ciudad con nombre propio desde su fundación como Qart Hadasht, que ha mantenido una conciencia de sí misma, como espacio diferenciado y con rasgos propios. Comenté que el cartel de Pérez Casanova recogía elementos del paisaje cultural como el puerto –subrayada presencia con la figura del Icue–, la Caridad (los santos patronos personifican a la comunidad), el molino de viento, la cúpula del Palacio Consistorial (el modernismo). Se podrían añadir otros más como los bolos y el trovo, cuyos mapas de presencia territorial con epicentro en nuestra comarca irradian hasta Águilas y Lorca y hacia la Vega Baja alicantina.
En cualquier persona cohabitan varias identidades: género, profesión, territorio, clase social, familia, etc. Pero solo hacemos bandera de aquella seña identitaria que creemos en peligro. En muchas ocasiones, reivindicando una figura político administrativa que la preserve, como pueda ser la provincia, el Ayuntamiento propio o la entidad local menor. Irrumpió en la tertulia la preocupación por la debilidad del casco antiguo –para muchos el corazón simbólico de la ciudad– en un municipio que crece en sus urbanizaciones.
El gran peligro son los «no lugares», esos espacios de anonimato y escasa sociabilidad
Se observa la desconexión emocional con el centro, por lo que la identidad común se atomiza. Hay chicos que no se definen como cartageneros sino como habitantes del polígono residencial de Santa Ana, lo que muestra el desarraigo generacional. Dos profesoras presentes tomaron la palabra para señalar la ausencia de una política educativa para que los escolares conozcan nuestra historia y patrimonio. Las familias o los centros tienen que asumir el coste de esos desplazamientos que deja en situación de desigualdad a los colegios más alejados.
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Otros intervinientes hablaron de un doble centralismo, el de Murcia con respecto a Cartagena y el de esta con sus pueblos y barrios. Celebramos que los alcaldes de la comarca se reúnan, una iniciativa abortada hace décadas. Se observó la invisibilidad institucional que convierte Cartagena en un municipio utilizado pero no representado en decisiones estratégicas, aludiendo varios intervinientes a la centralización autonómica, a medios de comunicación que eluden lo cartagenero, a instituciones que niegan la especificidad del Campo de Cartagena. Como puntualizó Pérez Adán: «La llegada de personas de otros países y culturas no es el problema. El problema es que lleguen a una Cartagena sin identidad. Si la ciudad no ofrece referentes, memoria ni símbolos a los recién llegados, no podrán integrar lo cartagenero como propio».
Queda pendiente la tarea de hacer que las diputaciones, barriadas y zonas rurales se reconozcan como herederas de la historia común, «extensiones vivas de una identidad compartida». Miles de espectadores acuden a ver Arde Bogotá, pero muy pocos se manifiestan por la deficiente situación de las comunicaciones. Algún interviniente destacó el papel de los cronistas en la labor de difusión de nuestra historia.
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Juan Ignacio recordó al crítico de arte Santiago Amón, quien propuso sembrar en la conciencia cívica que lo decisivo no es salvar los monumentos sino la fisionomía de nuestros pueblos y ciudades, a punto de desaparecer. Cartagena fue declarada Conjunto Histórico Artístico, algo que desgraciadamente sirvió para bien poco. En el casco antiguo, se han perdido elementos típicamente cartageneros como los miradores de madera y se han sustituido por otros materiales que desmerecen. Nuestro colega cronista ensanchó el concepto hasta una gastronomía de exploradores, de crespillos, de michirones, de marineras, de pelotas galileas, de las dulces flores, el asiático, el vino del terreno. Hasta el trovero Marín y los cantes locales.
Recordé que un vecino de La Palma nos definió como campocartageneros, hallándose explicaciones de tal aserto en los desencuentros históricos como la asonada campesina de 1683 y los numerosos intentos segregacionistas acaecidos a lo largo de los siglos XIX y XX. Cartagena se convierte en el siglo XVIII en una isla industrial en medio de una comarca y de una España fuertemente ruralizada, gobernada por una burguesía vinculada al puerto, la industria y la minería, y aliada con el estamento militar.
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Si la huerta de Murcia contó con folcloristas de la ciudad que recopilaron cantos, bailes y costumbres, eso no ocurrió aquí, con la excepción tardía de Federico Casal y su 'Folklore Cartagenero' (1947). Lo cercano es extraño. De hecho, mis alumnos cartageneros de la Cátedra de Historia y Patrimonio, con especial ansia de conocimiento, no habían estado en el Festival de Folclore, ni en Trovalia y desconocían muchos aspectos de la cultura tradicional rural. Aunque opino que el gran peligro de la identidad cartagenera son los «no lugares», esos espacios de anonimato y escasa sociabilidad como Espacio Mediterráneo. Todo mientras perdemos comercios, locales y tabernas castizas.
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