Se nos ha ido 'Antoñico el Lotero'. Las calles de Cartagena enmudecieron de tristeza al conocer la noticia, y al atardecer, incluso una lluvia tenue ... parecía derramar sobre la ciudad un llanto silencioso; porque si las calles pudieran llorar en Cartagena, lo harían por Antoñico: nadie las quería más que él, nadie las ha recorrido más veces que él con su paso corto, apresurado, bamboleante. Y nuestras calles no han visto a nadie tantas veces como a él. Y es que las calles eran su mundo, su casa, su vida. Cuantos le hemos querido y hemos tenido el privilegio de ser amigos de 'Antonio el Lotero' lo hemos encontrado en la calle. Su imagen ha formado parte del paisaje de la ciudad durante más de medio siglo. Por eso merece continuar ahí, y desde aquí animo a que le erijamos una de esas estatuas que dejan huella perdurable en el paisaje de la ciudad. Estaba orgulloso de haber nacido y haberse criado en Santa Lucía. Allí pasó su infancia feliz, junto a su madre, a la que adoraba. Me lo recordaba cada verano al comerse unas sardinas como si fueran flautas en el Náutico. Nunca tuvo complejos: desde que fue consciente de su tamaño, lo asumió con decisión y gallardía. Él no era enano, sino sencillamente pequeño, él quería ser y fue siempre normal, de su tamaño –como el mismo decía– pero normal. Por eso, y para ayudar a la economía familiar, trabajó desde muy joven en diversos oficios en Santa Lucía. Pero donde Antonio se sintió mayor y responsable, fue como encargado de copas en la sala de fiestas 'La Pandereta' del Hotel Entremares, en La Manga. El local estaba regentado por un francés, René, que tomó aprecio a Antonio por su simpatía con la clientela. Fueron sus 'días de vino y rosas'. René le paseaba con sus chicas en un descapotable y siguiendo sus pasos marchó a París. La aventura duró allí unos meses y, al llegar la decepción, decidió volver a Cartagena. En esa época empezó ya a vender iguales. Iba por libre o de pareja con un ciego, y empezaba a ser popular, pero no tenía estabilidad laboral. Por entonces murió su madre y, le cayeron encima la orfandad y la soledad. Fue entonces cuando le conocí y conseguimos a través de Miguel Durán su ingreso en la ONCE y más adelante la pensión. No he conocido a nadie más agradecido. Pero lo que Antonio más le gustaba era la Semana Santa y, dentro de ella, La Piedad, con la que empezó de promesa y siguió como porta pasos, y ante la que hoy le despediremos. Mi hija Marta siendo una niña me dijo en plena bullicio de la Calle Mayor: «Papá, hay un niño con cara de hombre que me ha dicho hola». Y allí estaba sonriente y socarrón Antoñico. Hoy, por fin, estará más allá, junto a la Piedad, 'Antoñico el Lotero' de Cartagena, que la ha amado tanto, con cara de hombre y corazón de niño.
Prueba LA VERDAD+: Un mes gratis
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión