Una carrera histórica
Los Caballos del Vino, que ya son Patrimonio de la Humanidad, aúnan fantásticos bordados, una legendaria competición y la pasión de todo un pueblo
JUAN F. ROBLES
Domingo, 20 de diciembre 2020
Emoción contenida y con los pelos de punta. Un pasacalles musical llenó de alegría las calles y plazas de la Ciudad de la Cruz ayer ... por la mañana. Bastaron un par de horas para que un grupo de músicos, sin ningún acompañamiento de autoridades, hicieran vibrar los corazones de los caravaqueños, que no sabían si escuchaban la música de una charanga o su propio corazón, que latía para seguir celebrando que la Unesco hubiera reconocido esta semana los valores antropológicos y culturales de los Caballos del Vino para incluir el festejo en la lista del Patrimonio Inmaterial de la Humanidad. El pueblo tiene ganas de celebrarlo, pero la precaución por la pandemia aconseja mantener las distancias y frenar el ímpetu.
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La belleza del caballo, el arte en los bordados para enjaezarlo y la destreza de los mozos, junto a la fuerza del animal para la carrera, son los elementos más significativos de este festejo que ha ido creciendo sin dejar de ser un fiel reflejo de la tradición histórica y de los rituales que se celebran cada primavera en la ciudad desde el primer tercio del siglo XIII para honrar a la Vera Cruz.
Los Caballos del Vino tienen su origen con la ceremonia de la bendición del vino y las flores por la Sagrada Reliquia. Las primeras referencias documentales aparecen en el siglo XVII. Desde entonces, han ido evolucionando, hasta mostrarse en la actualidad como un triple concurso repleto de fuerza, belleza y emoción: el de caballo a pelo, donde se valora la figura y el porte del animal; el de enjaezamiento, que premia la belleza y calidad de las piezas y su adecuación al caballo que lo porta; y el de carrera, donde destreza y velocidad se enfrentan al implacable veredicto de cronómetro.
En las últimas décadas del siglo pasado y las primeras del actual, el festejo ha evolucionado manteniendo sus raíces más genuinas. De las distintas etapas se agolpan numerosos recuerdos que permitirían reescribir cómo ha evolucionado la fiesta. A finales del siglo XIX, los caballos dejaron de transportar el vino para el ritual y se regularizaron las carreras.
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Mantas y colchas
En 1921 se crea el concurso de enjaezamiento y el primer ganador fue el caballo enjaezado por Dolores Michelena. Los caballos se enjaezaban con colchas, mantones y prendas similares valorándose el conjunto, especialmente la bandera y demás accesorios, que se renovaban cada año. A mediados de la década de 1940 se comienzan a confeccionar piezas bordadas para los Caballos del Vino. El Caballo del Hoyo fue el primero en presentar todas las piezas bordadas. La década de los 60 es la de la consolidación del festejo, generalizándose el uso del pañuelo rojo entre los caravaqueños. En 1974 surgen las peñas caballistas, se amplía la participación popular y se garantiza su mantenimiento económico. En 1980 se creó el Concurso de Caballo a Pelo y la peña Artesano estableció en 2016 el actual récord en 7 segundos y 713 milésimas.
Pasacalles musical
Por sorpresa. A las nueve de la mañana, los vecinos de las calles más próximas a la plaza Paco Pim se frotaban los ojos y agudizaban sus oídos para comprobar que una charanga estaba tocando pasodobles y marchas festeras. Era verdad; sin acompañamiento oficial, los músicos recorrieron varias calles y plazas de la ciudad para celebrar que los Caballos del Vino han sido declarados Patrimonio de la Humanidad. La Gran Vía, la plaza del Arco, la calle Gregorio Javier y otras del recinto histórico fueron testigos del acontecimiento. Los músicos abrazaron con sus melodías los dos monumentos a los Caballos del Vino, el del Hoyo y el de la Cuesta del Castillo.
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