El bosque renacido. La zona del incendio hace unos días. Guillermo Carrión / AGM

30 años del desastre forestal de Moratalla: Un segundo incendio «sería nefasto»

Los pinos de las zonas tratadas triplican los de las parcelas testigo, pero, advierten los expertos, evitar que se repita en el bosque aún inmaduro es clave; «falta semilla y la regeneración natural sería inviable»

Lunes, 22 de enero 2024, 00:23

El sonido del bosque ha acallado el silencio sepulcral que dejó en la sierra del Cerezo y de la Muela el fuego que se declaró ... el 4 de julio de 1994. Este 2024 se cumplen tres décadas del mayor incendio forestal del siglo XX en España y el quinto en toda la historia y que, durante una semana, asoló 27.642 hectáreas del pulmón verde de la Región, 20 millones de árboles maduros, el 10% de la masa arbolada regional. Un incendio provocado por la rotura de una línea eléctrica y cuyos daños se valoraron en más de 257 millones de euros, la mayor parte en Moratalla y también en Calasparra.

Publicidad

El arrasador fuego fue avivado por unas temperaturas extremas (46º C) y fuertes vientos (más de 60 km/h), además de una sequía persistente, y alimentado por la enorme cantidad de biomasa acumulada tras lustros sin que su madera fuera explotada ni se realizaran trabajos de silvicultura.

Con origen en una zona de alto valor ecológico, su frente de 3 kilómetros avanzó durante 68 y llegó hasta Cieza, amenazando a su paso el bosque de ribera de Cañaverosa (Calasparra) y tan imparable que atravesó carreteras como la A-30, recuerda el decano del Colegio de Ingenieros de Montes, Roque Pérez.

EL DATO

11.000 son las hectáreas

sobre las que Medio Ambiente ha actuado, de las más de 27.000 que ardieron en el quinto mayor incendio de la historia de España.

Lo dice con la tranquilidad de quien ha visto, en tres décadas de trabajos, cómo el bosque ceniciento se ha ido recuperando a buen ritmo. Primero, por la regeneración natural que favoreció el húmedo otoño posterior y la madurez del arbolado, que había sembrado los suelos de semillas que fructificaron.

Publicidad

La zona tras el incendio Guillermo Carrión / AGM

Después, los trabajos de clareo y poda aceleraron el crecimiento de los nuevos pinos y permitieron el desarrollo de un variado sotobosque y el rebrote de muchos de sus endemismos, facilitado con microintervenciones para el refuerzo de especies singulares y mejora de los hábitats de interés: «Con la puesta en luz del suelo, se ha pasado, en algunos casos, de una sola especie a más de 10, entre arbustivas y herbáceas», detalla el ingeniero de montes.

También ayudaron las correcciones hidrológicas, mediante la formación de fajinas con la madera quemada que se retiró y de albarradas de mampostería, para contener el suelo y evitar su erosión, sobre todo en barrancos, describe Roque Pérez, responsable también de estos trabajos buena parte de estas tres décadas.

Publicidad

Haciendo camino. La Comunidad sigue trabajando con fondos europeos en adecuar vías para facilitar el acceso a la zona. Guillermo Carrión / AGM

Hoy, una parcela testigo en una de las umbrías con mayor tasa de regeneración –«un millón de pinos por hectárea, todos de la misma altura, lo que impedía su crecimiento», recuerda Pérez– y a pocos kilómetros de Las Murtas, donde los habitantes de los caseríos tuvieron que salir con lo puesto y lo perdieron casi todo, muestra cómo los algo más de 11 millones invertidos por Europa y la Comunidad en estos tres años han surtido efecto en las 11.000 hectáreas abordadas –9.000 no necesitan tratamiento por corresponder a zonas agrícolas, zonas de roquedo o altas pendientes y quedan sin intervenir unas 7.000 has–.

Frente a la infranqueable masa de árboles de unos 3 metros de altura y troncos raquíticos se elevan nueve metros los pinos a los que se les hizo espacio para poder crecer y ensanchar sus troncos y copas. Un espacio que ha favorecido la biodiversidad del sotobosque, tanto florística como faunística: en la última década, se ha instalado el águila real, que nidifica ya en la zona, junto a otras 209 especies de vertebrados (peces, reptiles, anfibios, otras aves y mamíferos; muchos de ellos protegidos).

Publicidad

Porte de los árboles de La Silla ahora (grande). Guillermo carrión / AGM

Precisamente a la densidad del bosque, «que persiste», se refieren los naturalistas moratalleros Jesús Rodríguez y Cristina Sobrado, que consideran que son «una masa impenetrable también para la fauna. Visto desde fuera se ha recuperado la masa vegetal, pero se ha perdido biodiversidad», analizan, y consideran que «el sotobosque ha quedado reducido a especies oportunistas, en su mayoría».

La prevención, fundamental

En lo que todos coinciden es en que «no debemos olvidar, en un ecosistema que ardió hace 30 años, la planificación de trabajos de prevención para evitar un segundo incendio que sería nefasto», apunta el decano de los ingenieros de montes. En el bosque, aún inmaduro, «falta semilla y la regeneración natural en este caso sería inviable».

Publicidad

Porte de los árboles de La Silla en 2014 (pequeña). Guillermo carrión / AGM

Rodríguez y Sobrado lamentan que la gestión forestal ha sido más que insuficiente y advierten: «Imagina un incendio devorando el amasijo de pinos en los que no cabe una persona pequeña, sería una hoguera. Y, con la actual situación de cambio climático, el drama está servido. Solo nos puede salvar la suerte».

  1. Lo que cambió y lo que debió cambiar la catástrofe ecológica

El terrible incendio que hizo temer por el futuro de la comarca del Noroeste, en la que el turismo verde empezaba a despegar, empujó a las autoridades a disponer de mejores medios para apagarlos. Se crearon dos helipistas, se sustituyeron los hidroaviones, entonces poco eficaces, por los helicópteros –tres del plan Infomur y uno estatal–. La catástrofe también favoreció contar con infraestructuras para extinguir los incendios en una zona escarpada y de difícil acceso como la que ardió. «Se han mejorado los caminos, en los que a día de hoy se sigue trabajando con fondos europeos, y se han ampliado las fajas cortafuegos a los lados de los caminos. También se ha profesionalizado la extinción y hay brigadas durante todo el año», detalla Pérez sobre los cambios que se han producido en las últimas tres décadas.

Noticia Patrocinada

Los naturalistas moratallenses Jesús Rodríguez y Cristina Sobrado tienen otra visión. «La experiencia del incendio no ha servido para nada. Habría que reducir el material combustible y complementarlo con alguna industria, como la fabricación de 'pellets'. También introducir especies diferentes que, al arder a distintas temperaturas, actuaran de cortafuegos. Si se dieran las circunstancias para un gran incendio, estaríamos en peor situación que ante el bosque maduro», valoran

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Prueba LA VERDAD+: Un mes gratis

Publicidad