Recreación paleoartística del refugio neandertal de la Cueva del Bolomor. GABRIELA AMORÓS

La UMU recrea el edén de los neandertales

Un estudio científico y paleoartístico documenta en Valencia un asentamiento que se mantuvo estable durante más de 200.000 años en un entorno natural de gran biodiversidad

Lunes, 19 de abril 2021, 02:25

Un hombre come avellanas tumbado en el suelo, en actitud relajada, mientras un niño juega con unas tortugas. Muy cerca, dos cervatillos pastan sin dejar ... de mantenerse alerta. Algarrobos, castaños, almeces y madroños sombrean una pradera donde brotan palmitos y plantas aromáticas. Apetece habitar esa escena, que sucedió en el Pleistoceno Medio y que ha documentado la pintora y poeta Gabriela Amorós (Santa Pola, 1971) en una hermosa recreación paleoartística. Sus ilustraciones redondean un estudio de la Universidad de Murcia, con financiación de la Fundación Séneca y el Ministerio de Ciencia e Innovación, que reconstruye el entorno natural del refugio neandertal de la Cueva del Bolomor, en el Valle de la Valldigna (Valencia).

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El trabajo científico desarrollado por el grupo ECCE HOMO (Evolución, Cenozoico, Cuaternario, Ecología) de la UMU, que lidera el catedrático de Evolución Vegetal José S. Carrión (Jumilla, 1962), aporta una revelación: rompe con la visión tradicional de que los neandertales vivían preferentemente en ambientes esteparios y fríos.

«Ya los hallazgos paleobotánicos en Gibraltar apuntaban a la conexión entre ecosistemas sabanoides y neandertales, al igual que sucede en el contexto africano con otras especies de homínidos ya extintas», explica José S. Carrión. «Esto confirma que las estrategias de caza al acecho y por emboscada debieron ser habituales entre los neandertales. No en vano, se ha demostrado que eran grandes velocistas en espacios cortos. Es también crucial el dato de que disponían de una elevada variedad de recursos vegetales para la alimentación, el camuflaje y la supervivencia, junto con material leñoso para la calefacción y la manufactura de utensilios», añade.

La reconstrucción ecológica y vegetal de la Cueva del Bolomor también demuestra que el asentamiento se mantuvo estable durante más de 200.000 años.

Excavación en la Cueva del Bolomor. FUNDACIÓN SÉNECA

El arraigo de los neandertales en este edén levantino situado junto al macizo del Mondúver y el Mediterráneo tiene mucho que ver con su gran riqueza natural, tanto de flora como de fauna. El análisis de los restos fósiles permite imaginar un paisaje de pinares, encinares, robledales, avellanedas y sabinares, así como de rododendros, una especie ya extinguida en esa zona. También hay evidencias zoológicas en el yacimiento que demuestran un elevado consumo de tortugas, así como de otros mamíferos pequeños, como conejos y liebres, aves –sobre todo patos–, peces –salmones– y ocasionalmente presas más grandes como ciervo, caballo, uro, jabalí, elefante, rinoceronte e hipopótamo.

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«Una de las implicaciones antropológicas es el buen número de especies vegetales comestibles en los alrededores, como el avellano, el almez, el algarrobo, el castaño y el madroño. También es muy relevante el hecho de que los neandertales locales vivieran en un ambiente forestal que se mantuvo prácticamente inalterado desde hace 350.000 años hasta unos 100.000 antes del presente», explica el investigador de la UMU Juan Ochando, en cuya tesis doctoral se basa este estudio, que ha publicado la revista especializada 'Quaternary Science Reviews'.

El catedrático José Carrión dirige la reconstrucción de la flora del Pleistoceno Medio y la artista Gabriela Amorós dibuja el paisaje

La decana de la Facultad de Bellas Artes de la UMU, Victoria Sánchez Giner, profesora y artista dedicada al paisaje, asegura que «gracias a las evidencias científicas a partir de los restos fósiles estamos tratando de recrear el entorno de hace millones, centenares y decenas de miles de años mediante la colaboración multidisciplinar que estamos desarrollando con el grupo ECCE HOMO. A través de las imágenes la ciencia se hace más visible y democrática, acercándose a la sociedad de una forma más comprensible y directa», afirma.

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Diversidad vegetal

Según Gabriela Amorós, el trabajo realizado en la Cueva del Bolomor «trata de enfatizar la existencia de una gran disparidad en las especies vegetales que habitaban el territorio levantino durante el Pleistoceno Medio y comienzos del Pleistoceno superior».

La diversidad paisajística es «notoria» por la complejidad de la orografía, detalla José S. Carrión. «En la definición pictórica debíamos mostrar que allí cohabitaban especies que hoy son consideradas típicamente mediterráneas con otras más propias de territorios templado húmedos, incluso fríos y áridos, y con otras que ya no se encuentran en la región y se pueden considerar relictas, como el rododendro, el tejo, el abedul, el avellano y el castaño. También se constata la existencia de especies sobre cuyo carácter autóctono en la península ibérica ha habido discusiones en el terreno de la biogeografía. Es el caso del algarrobo, del almez y del pino marítimo o resinero. Lo definitorio de esta situación paleopaisajística, -añade Carrión- podría sintetizarse con las palabras bosque, diversidad, complejidad y refugio».

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Recreación paleoartística de la Cueva del Bolomor. GABRIELA AMORÓS

Para Juan Ochando, «la escasa variabilidad observada en los espectros polínicos sugieren la permanencia de un sistema forestal biodiverso durante decenas de miles de años, sin duda como consecuencia de que los cambios climáticos no fueron tan marcados como en el norte de Europa, pero fundamentalmente por la resiliencia de los ecosistemas forestales complejos ricos en especies vegetales, sobre todo leñosas».

El equipo de investigación proyecta trabajos similares en otros yacimientos, como las cuevas de los neandertales gibraltareños (Gorham y Vanguard), Carihuela y Cuenca de Guadix-Baza (Granada), Sima de las Palomas (Torre Pacheco) y Atapuerca (Burgos).

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En este proyecto científico multidisciplinar también han intervenido los profesores de la UMU Santiago Fernández (Biología), Manuel Fernández Díaz (Educación), María Haber-Uriarte (Letras) y Celia Chaín (Comunicación y Documentación), junto con los investigadores Manuel Munuera (Universidad Politécnica de Cartagena), Alfonso Arribas (Museo Geominero), J. Fernández-Peris (Servicio de Investigación Prehistórica de Valencia), R. Blasco, J. Rosell y P. Sañudo (Universidad Rovira i Virgili), C. Finlayson (Museo de Gibraltar), P. Spikins (Universidad de York, Reino Unido), J. Stewart (Universidad de Bournemouth, Reino Unido), C. Zollikofer, M. Ponce de León y I. Hajdas (Universidad de Zurich, Suiza), L. Scott (Universidad de Orange Free State, Sudáfrica), P. de la Peña (Universidad de Witwatersrand, Sudáfrica), M. Roksandic (Universidad de Winnipeg, Canadá) y D. Mihailovic (Universidad de Belgrado, Serbia).

Gabriela Amorós. F. S.

«El arte y la ciencia nos transportan en el tiempo y el espacio»

«El arte y la ciencia juntos pueden transportar nuestras mentes a través del tiempo y del espacio. De hecho, son dos áreas de conocimiento que se han apoyado mutuamente desde hace mucho tiempo», argumenta Gabriela Amorós, quien circunscribe esta cooperación al pasado más remoto. La paleoartista pone el ejemplo de «algunas pinturas rupestres realizadas en zonas oscuras de las cuevas en las que hay evidencias de que los murales se utilizaban para entrenar a los cazadores, que serían los científicos, a partir de su fugaz y rápida iluminación con antorchas».

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