Los Sackler, el legado del dolor
Los Sackler. Vaya panda. Obsesionados con dejar un legado al precio que fuese, crearon una crisis sanitaria en los 90, que ha derivado en el ... actual desmadre del fentanilo. Desde Estados Unidos nos llegan imágenes de seres humanos convertidos en zombies. Les cuento un secreto a voces: la culpa no es del cartel de Sinaloa, ni de China. Todo comenzó con la venta de la heroína en pastillas: la oxicodona, comercializado por Purdue Pharma como Oxycontin.
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Richard Sackler pasará a la historia como el creador de la mayor epidemia de drogadicción de la historia. Pero, no nos adelantemos.
Antes de Richard estaban los hermanos Arthur, Mortimer y Raymond, segunda generación de judíos inmigrantes, psiquiatras los tres, que experimentaron con todo lo experimentable para curar la locura. Lo hicieron en un centro denominado Creedmor. Un psiquiátrico de auténtica película de terror. Allá descubrieron que los electroshocks liberaban una sustancia en el cerebro del paciente: la histamina, lo cual proporcionaba cierta paz. Este fue su primer gran logro.
Los psiquiátricos en los años 30 y 40 comenzaron a florecer porque tras las dos guerras mundiales había heridas incurables. Las amputaciones, los horrores vividos, las torturas dejaron a un ejército de hombres derrotados en todos los sentidos. Depresiones y crisis mentales se convirtieron en habituales. La penicilina salvaba la vida física. Sobrevivir al horror conllevaba un gran coste emocional.
Los Sackler no eran tan, tan malvados: buscaban calmar a sus pacientes, al menos, de forma momentánea. Este objetivo se convirtió en una auténtica obsesión. Además, de lo del legado. El capitán de todos ellos era el hermano mayor, Arthur.
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El primogénito demostró una ambición sin límites y un sacrificio por sus hermanos digno de elogio. Se pluriempleó para pagar sus estudios y con su carrera de médico terminada, trabajó para una empresa publicitaria: McAdams. Inventó las publicaciones médicas, donde otros doctores proclamaban las bondades de tal o cual fármaco. Poco importaba que esos doctores fuesen fruto de su imaginación. Las recomendaciones de supuestos expertos generaban la confianza suficiente para recetar los medicamentos. A esto se agregó el siguiente invento: los visitadores médicos.
Arthur, o sea, el tío de Richard, creó un 'modus operandi' que sigue vivo. Gracias a eso, los adictos vivían en cómodas casas, no se andaban pinchando cosas raras y en algunos casos era famosos cantantes, como Elvis.
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La vida en los años 50 se solucionaba con una pastilla. Los adictos ya eran legión. Fue la valiente Betty Ford quien hizo visible este enorme problema.
La ambición de Richard le hizo invertir un montón de dinero en la comercialización de la oxicodona. El principio activo ya lo vendían los Sackler para los enfermos de cáncer. Insuficiente para retornar todo lo gastado en ensayos médicos realizados en diferentes zonas de los Estados Unidos. Ensayos que demostraron que el Oxycontin era un medicamento claramente deficiente. La dosis mínima apenas se mantenía activa 12 horas y creaba tal grado de adicción que se registraron altercados y ataques a los botiquines de los hospitales.
Richard se tropezó con otro escollo. Un funcionario de la FDA que se tomaba en serio su trabajo decidió no aprobar el medicamento. No lo consideraba suficientemente seguro. Un año y medio después lo invitaron a un hotel y, por fin, lograron el sello federal. Doce meses más tarde, Curtis Wright, que así se llamaba el fulano, comenzó a trabajar ¿adivinan dónde? En Purdue.
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Con el sello de la FDA y la publicidad de que era el único opioide que no causaba adicción, las pastillas se vendían como gominolas. Guapas comerciales persuadían a los médicos para que aumentasen la dosis. La mínima, cubierta por los seguros sociales, no dejaba gran margen de beneficio ni a los vendedores ni a Purdue, claro.
Un sistema perverso que mató a medio millón de personas en cinco años. Los que ya no podían conseguir el fármaco, se pasaron a la heroína de las calles y de ahí al fentanilo hay un paso.
Los Sackler se autoinculparon por etiquetado fraudulento y ahí quedó todo. Nadie fue a la cárcel. Pagaron sus multas y lavaron su imagen donando cantidades millonarias a museos y fundaciones.
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La familia vio empañado su legado, pero no su fortuna. Purdue se declaró en bancarrota y se fuede rositas. No solo eso, quisieron culpar a los adictos de un problema que ellos crearon recetando heroína para un dolor de espalda, en dosis mucho más elevadas de lo recomendable.
Las series 'Painkiller', 'Dopesick' y 'El imperio del dolor' describen con detalle toda esta tragedia.
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