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John F. Kennedy, bienintencionado y temerario

Sábado, 11 de noviembre 2023, 07:47

Los estadounidenses de cierta edad recuerdan qué hacían el día que asesinaron a JFK. Fue un 22 de noviembre de 1963. A punto de celebrarse ... el 60 aniversario del deceso, montañas infinitas de documentación y ficción de todo tipo inflaron el mito de este presidente que tan sólo ejerció durante tres años. La frágil salud de Kennedy no auguraba nada bueno. Su hermano, Bob, bromeaba: «Si un mosquito pica a mi hermano, el mosquito muere».

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El clan Kennedy crio a sus hijos con un sentido de la invulnerabilidad fantasioso. Eran los elegidos, niños de oro, futuros líderes del mundo. La realidad contradijo estas creencias de la matriarca Rose y de su marido. La familia era una segunda generación de campesinos irlandeses que escaparon de la hambruna. Sus abuelos se convirtieron en empresarios de éxito en Boston.

Joe quería ser presidente. Llegó a embajador de Estados Unidos en Gran Bretaña y se equivocó. Creyó que Hitler no estaba tan loco. Roosevelt lo mandó de vuelta a casa y ahí se acabó su carrera política. A cambio, su querido Dios le regaló nueve hijos, cuatro de ellos varones. Todas las esperanzas estaban puestas en el primogénito: bien parecido, inteligente, con una salud de hierro. Sin embargo, Joseph falleció en un accidente de aviación. Ahí terminó la supuesta invulnerabilidad de los Kennedy.

El bueno de Jack, mientras tanto, se había criado sin esas expectativas. Tenía el carisma propio de las personas acostumbradas a hacer su santa voluntad y una sonrisa que compensaba cualquier desliz. El padre lo envía al servicio de inteligencia de la Marina. Para todo lo demás era un 'discapacitado': JFK sufrió difteria, gripes continuas, colon irritable. Su espalda era un siete, padecía síndrome de Addison e hipotiroidismo.

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Por aquellos años tiene un romance con la periodista danesa Inga Arward. El FBI sospecha que es espía de Hitler, incluso graban sus encuentros amorosos. Joe decide poner fin a esa relación. El siguiente destino de Jack es el campo de batalla. Será el responsable de una lancha torpedera. Su temeridad los expone innecesariamente y Japón parte la lancha en dos. Jack y sus compañeros nadarán millas para ponerse a salvo.

El futuro presidente cargará con uno de sus compañeros heridos. Una vez en tierra, Jack cribe un mensaje y lo coloca en un coco partido por la mitad. Milagrosamente, el coco llega a la base y son rescatados.

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La picardía de Joe convirtió este desastre militar en un acto heroico que se encargó de inmortalizar en el Reader's Digest. No sólo eso, compró 11.000 ejemplares para garantizar su difusión. Años después, también utilizará sus influencias para su victoria presidencial en 1960. Para entonces ya estaba casado con Jacqueline Bouvier y era padre de Caroline y de John John. Su pasión por las mujeres seguía intacta. A lo largo de su vida tuvo aventuras con Gene Tierney, Anita Eckberg, Judith Campbell (también novia del mafioso Giancanna) y Marlene Dietrich.

Según Donald Spotto, ningún biógrafo serio puede afirmar que tuviera nada con Marilyn, más allá de un único encuentro sexual en Palm Springs, en la casa de Bing Crosby.

Quiero y no quiero

JFK vivió una época convulsa: la lucha por los derechos civiles estaba en plena efervescencia. La fallida invasión de Bahía Cochinos, Cuba &mdashun quiero y no quiero&mdash, sus concesiones a Rusia con la denominada crisis de los misiles, desoyendo a las autoridades militares, su lucha contra el crimen organizado, sus amistades poco convenientes con actores como Frank Sinatra y su decidida política para acabar con la segregación racial en el sur, no despertaban precisamente muchas simpatías.

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Más de uno quería ver muerto a este presidente que ya era multimillonario cuando llegó a su cargo y que no cobró ni un dólar del erario público. Además, la tradición americana del magnicidio no era nueva: Lincoln, James A. Garfield y William McKinley fallecieron en acto de servicio. La invulnerabilidad de los Kennedy no pudo contra esta manía americana de matar presidentes. La invulnerabilidad nunca fue tal, más bien, todo lo contrario, como la realidad y la historia han empeñado en demostrar.

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