Cristóbal Balenciaga Eizaguirre no habría permitido el despropósito de la última campaña realizada bajo el sello que lleva su apellido. Hace varias décadas que la ... firma Balenciaga nada tiene que ver con el gran modisto o sus herederos.
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Por si alguien no se ha enterado, la marca Balenciaga ha mezclado a niños con el 'bondage' para comercializar unos ositos de peluche ataviados con ornamentación BDSM. Perturbador, feo e innecesario.
El sello Balenciaga es enormemente popular, sobre todo en Estados Unidos, pues tiene por embajadora a Kim Kardashian. Sin embargo, esta 'influencer', que no deja nada a la imaginación, se aleja hasta el infinito y más allá, del modelo de mujer que amaba Balenciaga. Una mujer perfecta pero que pasase desapercibida.
¿Quién se esconde detrás de lo que es ahora una marca de lujo internacional? Se esconde un genio. Un talento increíble que surge en el pueblo vasco de Guetaria y en el hogar más humilde que uno pueda imaginar.
Su madre Martina era la modista de los marqueses de Casa Torres. El padre era pescador. Un día salió a faenar y ya no regresó. Imagino al pequeño de la casa ensimismado entre pespuntes y patrones sobrehilados, asistiendo a su madre en las probaturas de las señoras y observando de cerca la magia de las telas. Los marqueses de gustos caros, compraban alta costura en Worth (París). Maravillas, que entrenaron su ojo y su gusto. El niño Cristóbal también disfrutaba de la pinacoteca española de los marqueses, algo que marcó definitivamente sus diseños.
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Courrèges, su pupilo durante más de diez años, afirma que en «Balenciaga encontrabas a Goya, a Velázquez, al amor, la sangre. A menudo he pensado que trabajó y que buscó el camino a la muerte, como un torero en el ruedo».
Su primer conjunto lo diseñó para la marquesa. Le pidió una oportunidad: «Creo que puedo». Trabajó en casas de moda de San Sebastián, hasta que en 1917 abre su primer negocio en la calle Vergara, ayudado por su hermana. Diez años más tarde inaugura un segundo local 'Eisa'. Llegaron las tiendas de Madrid y Barcelona.
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Estalla la Guerra Civil y Balenciaga se instala en París. Su primera colección repleta de arte y detalles históricos, causa sensación. El aire español siempre impregnó sus colecciones y evolucionó hasta cotas inimaginables, aunque él aseguraba que nunca hacía cambios. Pero los hacía.
De marcar mucho la cintura pasó a abstraer la silueta y jugar con los volúmenes. Hizo desaparecer la espalda con vestidos semi entallados o tipo saco. En 1958 creó el vestido Baby Doll que marcó a toda una generación. Faldas cortas y volúmenes que definieron la moda de la década de los 60.
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Balenciaga era un misterio. Tremendamente reservado, circunspecto. Solo concedió dos entrevistas en su vida. En 1956 decidió que la prensa no vería sus colecciones hasta dos semanas después de los pases privados con sus clientas. Detestaba que otras marcas copiasen sus modelos.
Obsesionado con la perfección, la sobriedad, los volúmenes y las telas, Balenciaga era un trabajador incansable y un auténtico arquitecto del vestir. Muy respetado y querido por sus compañeros y pupilos. Ungaro habla de él, como «un hombre cálido con gran generosidad de corazón».
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Durante tres décadas fue el rey de las pasarelas, junto con Chanel. Ambos detestaban el 'prêt-à-porter'. Fuera de la alta costura era imposible crear como artistas que eran.
Su atelier en París estaba situado en la Avenida de Jorge V, con decoración austera y presidido por un gran reloj dorado que marcaba el tiempo, otra de sus obsesiones.
Llegó mayo del 68 y el mundo cambió. Los impuestos se comían el negocio y las políticas de De Gaulle redujeron drásticamente sus ventas a Estados Unidos, uno de sus principales clientes.
Balenciaga se fue sin hacer ruido. Sus últimos trabajos: el uniforme de azafatas de Air France y el traje de novia de Carmen Martínez Bordiú.
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El fin de Balenciaga es el fin de una época. De ese estilo delicado, artesanal, minimalista, inspirado en el folclore español y la indumentaria eclesiástica. El modisto moría en Jávea en 1972.
Givenchy lo ha considerado como una de sus máximas influencias: «Ver sus colecciones me hacía llorar, era asistir al nacimiento de una sinfonía».
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