El efecto Leonarda

¿Qué pasa cuando trasladamos esto al día a día? ¿Cómo llamamos a la virtud de disfrutar de las cosas que son valiosas y dejar de lado la incertidumbre y la inquietud? A esta capacidad de enfocarse en esas pequeñas cosas, que parecen no ser claves en la vida pero que te despiertan cada mañana recordándote que ahí siguen, esa cosas que a veces no te dejan dormir y otras te dan la pausa necesaria para que concilies el sueño, a mí me gusta llamarlo el efecto Leonarda.

Si trasladamos esto al beber vino, se convierte en el momento de disfrutar de lo que hay en la botella independientemente de las expectativas que genera la etiqueta, de la opiniones que nos llegan o del precio que pagamos.

Para disfrutar de este vino es imprescindible saber hacerlo. Todo el mundo conoce DRC, la bodega más icónica, cara y codiciada de la historia, pero no mucha gente ha llegado a probar esta botella. La Cuvée Duvault-Blochet se creó en 1999 en homenaje a Jacques Marie Duvault, el fundador del Domaine en el siglo XIX.

Se produce haciendo una segunda vendimia en sus parcelas mas relevantes (La Tache, Richebourg, Romanée Saint Vivant, Echezaux...). Está compuesto, por tanto, por esas viñas algo más jóvenes que maduran un poco más tarde, que son más vigorosas y descontroladas y que, debido a esto mismo, no pueden entrar en sus cuvées con más nombre.

Es un vino suave, con la pimienta característica del Domaine, aterciopelado y con un beber increíblemente fácil, con una fruta más fresca y con menos recorrido que sus hermanos mayores, pero con una inmediatez que es muy difícil de encontrar en sus Grand Crus. Es quizá por esta razón, por la aparente sencillez del vino, por lo que es infravalorado tanto por los bebedores habituales de DRC -que lo consideran un invento para llegar a más público-, como por los no iniciados en esta bodega, que normalmente se sienten decepcionados con una etiqueta de la que siempre esperan más.

Ya lo decía Kierkegaard: «El goce decepciona, pero la posibilidad no». Recientemente tuve el placer de abrir una botella, y no sé si fue por estar en medio de las montañas, rodeado de vacas y pitus de caleya. O era quizá la compañía, que lo hace todo posible. Pero para mí esa botella fue lo que debe ser un Vosne Romanée, a lo que todos deberíamos aspirar disfrutando, sin complicarnos y aprovechando cada sorbo, que nunca sabemos cuándo se acabará.