La memoria en Navidad

LA COLUMNA GASTRONÓMICA ·

Domingo, 11 de diciembre 2022

Independientemente del origen, religión y costumbre, los días que se avecinan son entrañables. Sentarse a la mesa tiene el plus del recuerdo, la añoranza, la ... nostalgia. La comida es un acto social, por encima de todo. Es difícil cambiarlo, aunque la modernidad aboga por ello de forma insistente. Podemos lograr que la comida que suscita los encuentros sea saludable, atractiva y sugerente, de forma que esté a la altura de las circunstancias, pero poco más. El origen de la relación entre celebración y comida hunde sus raíces miles de años, cuando la comida era un manjar solo al alcance de muy pocos o tras largos y duros periodos de meses dedicados a la caza y al trabajo y, por tanto, reconfortaba el recato del hogar alrededor de una mesa bien surtida: conversación, relatos y cuentos entre bocado y bocado.

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En el entorno de una buena mesa las voluntades se aflojan, las mentes se aligeran y los deseos afloran. No en vano, como señala Fernández-Armesto, «además de la función social de la ostentación, su organización supone un ancestral mecanismo de distribución de la riqueza atrayendo el suministro de materias primas y con sobras alimentan a los pobres, además de generar provechosos vínculos clientelares».

Son de destacar los gigantescos ágapes de Asurbanipal, conmemorando la terminación del palacio de Kalhu, con 69.574 invitados, que durante diez días consumieron mil bueyes, 14.000 ovejas y 10.000 ratas del desierto, entre otros. 'El Satiricón' de Petronio trae a colación el banquete de Trimalción. En la Edad Moderna la tendencia era opulenta y la abundancia, extrema. Para evitar los atropellos entre platos se recurría al parmesano entre los platos clave, en el ámbito italiano. Leonardo da Vinci recomendaba: «Si quieres estar sano observa esta norma / no comas sin ganas, cena ligero / mastica bien, y lo que recibas / que esté bien cocinado y de manera sencilla». El Renacimiento se hizo notar. La gran aportación gastronómica de Leonardo fue el concepto de mesa, precursora de la nueva cocina: recetas sofisticadas, sencillas de ejecución, salvando dificultades, raciones escuetas, muy contrario al uso y costumbre de la época. La cena de Leonardo es una expresión plástica de sus ideas y una divertida forma de desarrollarla.

En el siglo XXI reunimos comida y recuerdo. Proust nos encandiló con el sabor de una madalena mojada que retrotrae al protagonista a su infancia. Los recuerdos asociados a la comida forman parte de la edición inconsciente, elaboradas en áreas no verbales que, incluso, funcionan al margen de la conciencia. Esto justifica que las emociones que se desgajan de los alimentos traen el despertar de profundos recuerdos inconscientes. No hacen falta palabras para lo que desencadena la comida trayéndonos el pasado. Son asociaciones de ideas que surgen de recuerdos del pasado y nos traen al presente lugares, personas, cosas que causaron impacto en su día y creíamos haber olvidado. Son relaciones mágicas, positivas y negativas. La mesa, la compañía, el entorno de la Navidad propicia transportarnos a esa niñez que añoramos, estampa de nuestro pasado, que ahora recuerda que estamos vivos.

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