Tizne, una brasería muy coqueta

El servicio de camareros se mueve con agilidad y se acerca con simpatía en cada uno de los pases de la comanda. La carta es corta, sencilla y atractiva. Entrantes para compartir como escalivada con ventresca de atún, bacalao crujiente o catalana de atún rojo; de pescado, dos opciones: corvina con hinojo y morrillo de atún rojo; y de carnes: pollo de corral thai, burguer, churrasco y lomo alto de vaca. O lo que es lo mismo, sota, caballo y rey.

Lo primero que llama mi atención es que las guarniciones tienen un apartado propio. Patatas fritas de bastón, patatas hasselback -patata redonda laminada a la mitad y cocinada con mantequilla- y pimientos de piquillo confitados. Pido las tres opciones y el resultado es bueno en todos los casos, especialmente los pimientos. Pero claro, al plato principal habría que sumarle el coste de la guarnición que venden por separado. Un chorizo manchego en láminas y un pan de hogaza tostado en el horno me da la bienvenida como aperitivo de la casa al tiempo que conquista mi corazón. Bravo. Los puerros confitados llegan con un velo de tocino y un queso ahumado casi innecesarios, ya que la textura de la verduras y su sabor están perfectas.

Dos de los platos más contundentes y recomendables son la sobrasada de chato murciano con miel de azahar -opcional- y un pan de focaccia y, sobre todo, el plato de torreznos. Vienen laminados finos, con la carne muy delicada y suave y con la piel crujiente. Un vicio absoluto que es mejor pedir para compartir entre varios si no queréis oír como se quejan vuestras arterias.

El resbalón, en el caballito

El único resbalón de la tarde aparece en forma de caballito. El pobre ha sido abrigado con guanciale -tocino italiano- y la capa de grasa ha protegido al animal a la hora de pasar por la freidora dando como resultado una gamba cruda en el interior.

Correctos encuentro la corvina con hinojo y el churrasco. El pescado viene triste y solitario, pero se comporta bien con el hinojo. La carne muy tierna con una reducción de su propio jugo para los más carnívoros.

Para terminar, tarta de queso. El precio de 8,50 euros puede resultar llamativo, pero es que la ración es para dos personas, como mínimo. Deliciosa. Más cuajada por los bordes, la parte central muy cremosa, recuerda a la del restaurante La Viña de San Sebastián. Gran plato.

Para el café me espero a pedir la cuenta para torcer la esquina y bajar las escaleras del bar Parlamento y darle buena cuenta al mejor café irlandés que he probado nunca, en el que a cada trago, el labio superior toca la parte fresca de la crema y el labio inferior el calor del café condimentado. Magnífico. Luego, el mejor gin tónic de la ciudad y a seguir la marcha.