Orgullo y desilusión
Además de la tortilla de patatas, nuestro patrimonio artístico-literario y los éxitos deportivos, hay dos hechos que hacen que me sienta especialmente orgulloso de ... ser español. Son dos hitos políticos, ejemplos de éxito colectivo, que representan a mi juicio el triunfo de la paz sobre la guerra, del amor frente al odio, de la luz sobre la oscuridad. Me refiero a la Transición democrática y al final del terrorismo de ETA.
En el primer caso, tengo el convencimiento de que mi vida, la de alguien nacido en 1981, no hubiera sido igual, o quizás ni hubiera existido, de no ser porque la gran mayoría de españoles decidieron dejar cicatrizar las heridas del 36 y caminar juntos de la mano hacia un futuro de progreso y de concordia.
Y como soy de la quinta del 81 y pasé mi infancia viendo a diario en televisión imágenes de atentados terroristas, resultará entendible la alegría que sentí cuando se anunció el fin de ETA. Algo que atribuyo, repito, a un éxito colectivo. A la firmeza de las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado, a la Ley de Partidos, al proceso de diálogo, a la sociedad vasca que gritó ¡basta ya!
Hoy veo cómo pretenden enturbiar estos dos hechos que tanto me enorgullecen. Cómo casi 90 años después se quiere ajustar cuentas con un director de periódico cuya contribución al franquismo fue ser fusilado al poco de comenzar la Guerra y cómo dos partidos que tienen militantes enterrados se enzarzan a cuenta de sus asesinos. Qué desilusión.
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