Una bolsa de palos femenina, entre centenares de limoneros
Rosa María Rodríguez, una adelantada a su tiempo, lleva 40 años viajando con su bolsa por todo el mundo
María Jesús Peñas
Viernes, 28 de junio 2024, 00:17
A sus 82 años sigue siendo un espíritu libre. Aquel que le llevó con 14 a viajar sola a Inglaterra (donde cursó el Bachillerato) o ... el que le permitió interesarse por diferentes estudios; ya fuera Derecho (en una tiempo donde tan solo eran cinco mujeres en clase) como Interiorismo, en su etapa en Madrid. Viajera inagotable y de libre pensamiento, con los años no se ha aburguesado. Muy al contrario. Sigue siendo audaz, rompedora, de las que no se muerde la lengua. Vamos, «¡un torbellino!», dice de ella su hija menor Llanos. Una mujer de carácter siempre curioso e inquieto, «pero (ojo) con criterio» –dice ella de sí misma–, que ha encontrado en sus raíces el lugar de su presente y aparentemente de su futuro.
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Rosa María Rodríguez Gómez nació en la céntrica Plaza de los Apóstoles de la ciudad de Murcia, pero muchos de sus recuerdos están vinculados a los aromas de la finca Vista Hermosa (Paraje el Arco - Villanueva del Río Segura), perteneciente a su familia. Ella es la cuarta generación. De madre abaranera ('los Gómez' de Abarán) y padre murciano, sus abuelos maternos se dedicaron a la conserva de albaricoques y melocotones para toda España. De esta finca, la que mira desde su atalaya todos los días desde 2003, salieron las primeras exportaciones a Inglaterra, la que es su segunda casa. Porque hablar de las islas británicas es hacerla sonreír. «Allí la gente es terriblemente educada (...). De Gales te diría que es más bello todavía y Escocia te mueres». Y volviendo a la finca recuerda para LA VERDAD que incluso en el «Covent Garden mis abuelos tenían exposición» de los productos que exportaban de estas hoy, 120 tahúllas de cítricos, del rico Valle de Ricote.
Un deporte armonioso
Amante del piano y la música de cámara, esta singular murciana le ha dedicado los últimos 10 años de su vida a otra de sus grandes aficiones: la pintura. Y envueltas en ellas ◘–en las paredes de su actual hogar cuelgan varias de sus obras–, nos recibe. Es la antigua casa de los guardeses, fechada en 1840, como señala una baldosa adosada a la pared del patio trasero desde donde se puede contemplar buena parte de las muchas hileras de limoneros, cuales centinelas de la finca, pero que no nos prestan ninguna atención. Solo perfuman maravillosamente el ambiente. En ese entorno nos cuenta, a grandes pinceladas, algunos episodios de su experimentada vida.
Nos habla de su tienda de mobiliario y diseño ubicada en el Paseo de la Habana nº 24 (Madrid), de la que Norman Foster dijo «que es la tienda más bonita de Europa», enfatiza. A ella le dedicó 25 años y allí «aprendí la belleza y cómo el uso del espacio debe ser armónico». Rosa ama todo lo bello. Lo bello y los espacios sin disonancias. Así que estaba predestinada al deporte de los palos. Porque como ella misma opina, «este deporte es bellísimo. El 'swing' es armónico y se realiza en plena naturaleza», señala.
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«Coco, paciencia y humildad»
Su hermano Valentín fue hándicap 3. Por entonces «yo jugaba al tenis hasta que un verano me dije: 'No quiero seguir corriendo más detrás de una bola'. Eso sucedió hace 40 años. Y a renglón seguido tomó clases de golf en Villamartín (Alicante), de la mano del maestro Ramón Sota. Se ríe. Recuerda que el maestro «me decía: 'dedos, putos dedos'» (porque como alumna apretaba mucho el 'grip'). Ya no soltaría la bolsa de golf. Y con ella ha viajado a muchas partes del mundo (ahora con su nieto). «Cuando comencé a vivir aquí jugaba tres y cuatro veces por semana y llegué a hándicap 9». Ahora juega menos, pero sigue disfrutando de este deporte si lo hace en buena compañía. «Juego con unos amigos mexicanos que son muy educados» y añade; «dejé de hacerlo con mujeres porque están entretenidas con otros temas...», y tampoco ha vuelto a los torneos oficiales «donde se tarda cinco horas y media en jugar una competición. Deberían penalizar por ello (...) En La Moraleja lo hacen para evitar el juego lento». No le importa si sus comentarios enfadan a alguien. Hace ya unos años, asegura, «que dejé de aguantar».
Un campo de 9 hoyos
En una estantería cercana están algunos de sus trofeos. Y mientras los contempla nos dice que lo «que te da este deporte es sobre todo dominio sobre uno mismo. Es absolutamente intelectual, no físico. Es un deporte de coco, paciencia y humildad. Nunca sales victorioso, todo lo contrario». Y hablando de golf da un paso más allá. «En esta zona debería haber un 'pitch and putt' de 9 hoyos, cercano al Balneario de Archena». Conocedora de los parabienes de este deporte y de lo que puede aportar como actividad económica, fuera de ideas y clichés preconcebidos, no entiende «¡cómo no existe!». De hecho hace ya un tiempo mandó una propuesta al Ayuntamiento de Ulea, «pero ni me contestaron».
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Ahí queda. Mientras tanto sigue enfrascada en otra de sus pasiones y, quién sabe si en alguna de su clases con el maestro pintor Manolo Delgado, en el Centro Cultural de Puente Tocinos, llegue a experimentar con los materiales naturales de un campo para crear arte. O quién sabe si alguno de sus pinceles recoja el color del golf, aunque esta artista no le asigna una longitud de onda sino más bien un estado, porque «lo que me da es paz».
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