Alfonso Albacete en la muestra comisariada por Isabel Tejeda, catedrática de Bellas Artes de la Universidad de Murcia e historiadora del arte. NACHO GARCÍA

Últimos días para ver 'La pintura inevitable' de Alfonso Albacete

El artista, formado a la vera de Bonafé en Murcia, es un pintor de una cultura poco común en estos tiempos. Su facilidad e inteligencia para exponer con nitidez son resultado de una larga meditación

José Luis Martínez Valero

Escritor, aguafuertista y coleccionista

Sábado, 30 de noviembre 2024, 08:38

Del 17 al 23 de mayo, 1978, se celebró en la vecina Orihuela un 'Homenaje popular a Miguel Hernández'. Se anunciaba con una serigrafía de ... Alfonso Albacete (Antequera, Málaga, 1950), blanco sobre verde y sombras, fotografía interpretada, una constante en su obra; aparecen soldados republicanos de rostros borrosos, donde destaca un mando a caballo, mientras la tropa se orienta hacia un Miguel que arenga para el combate. Preside la estrofa final, primera parte del poema 'Recoged esta voz', perteneciente a 'Viento del pueblo': «Será la tierra un denso corazón desolado, si vosotros, naciones, hombres, mundos, con mi pueblo todo y vuestro pueblo encima del costado no quebráis los colmillos iracundos».

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Inmediatos a la desaparición del dictador, aludo a esos años de cambios y compromisos, para dar cuenta de que cada tiempo tiene su cuidado y, sin duda, a esta manera de hacer coherente, corresponde al autor. Alfonso Albacete ingresó en 2023 en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando con su discurso 'Bosquejo de pintura hablada'. Ahora, Murcia, celebra una exposición sobre este pintor, grabador y escultor, en la sala doble de Las Claras de la Fundación Cajamurcia, antiguo palacio árabe, sobre cuyos restos visibles, transcurre la visita del espectador. 'La pintura inevitable', inaugurada en octubre, permanecerá abierta al público hasta este domingo 1 de diciembre.

Por el tragaluz que comunica la planta superior con la inferior, donde aparecen diferentes versiones de su estudio actual, distinguimos el homenaje a su primer maestro: Juan Bonafé, círculo poético en Murcia, autor de los retratos de Zenobia y Juan Ramón. Pertenece el que aquí se expone al tema «el cuadro dentro del cuadro», una constante en los pintores del Veintisiete. ¿Por qué? La originalidad no consiste en inventar, ambición vanguardista, sino en reconocer al clásico, porque en él reside el principio.

A continuación, sus primeras obras: una minúscula acuarela de sus siete años, un óleo bodegón con frutos de la tierra quizá, La Alberca, el lugar donde asiste al estudio de Bonafé. El visitante se ve sorprendido por los títulos: 'La zarza ardiente', que evoca el extraordinario descubrimiento de Moisés. La llama aparece carbonizada, y envuelve una cabeza oscura. ¿Referencia simbólica a la inferioridad de la razón frente a la fe? La zarza arde sin consumirse. Judith, la mujer judía valiente, como un recuerdo en gris y negro, sobre la playa pública, donde un bañista se desnuda. Albacete es pintor de una cultura poco común en estos tiempos. Su facilidad e inteligencia, para exponer con nitidez, son resultado de una larga meditación.

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Esta manera de afrontar el cuadro indica que en la obra laten, conscientes, determinados componentes de la historia de la humanidad. La universalidad está presente. Su pintura solicita una mirada profunda, compleja. Aunque esta puerta tienta, la dejaré entreabierta.

El color domina sobre la línea, sus tonos vivos, materia que ilumina. La luz identifica y sostiene constante la realidad. Hoy, cuando miles de personas pueblan las playas, aparece una figura desnudándose, dispuesta a recibir el bautizo del agua, volver al primer contacto. Hay un florero repetido, especie de homenaje a los impresionistas, la luz transforma en diferentes cuadros cada una de estas piezas. Destaco en el primero el relámpago de luz, esa línea amarilla que parece que cae o envuelve.

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Entremos en su estudio, volvamos a la primera planta, ya que, como recuerda Albacete, todo ocurre allí: el lugar de trabajo es donde aparece el arte. El espectador observa que todos los rostros han sido anulados. ¿Es el tiempo quien los borra? ¿Es cosa de éste, nuestro tiempo? Me inclino más por la segunda, vivimos una época donde la identidad, el yo, parece que estuviese en proceso de disolución. ¿Es necesaria una vuelta al anonimato? Resulta paradójico: en el tiempo de la imagen, la misma imagen no nos representa.

Quizá el pintor pretende desaparecer para que todo lo que proyecta se deje ver con más claridad. En el autorretrato, tiende a una abstracción geométrica, su apariencia ha desaparecido, Joaquín, María, no son reconocibles. ¿Significa que conscientes de que la imagen se deforma con los años, elige dejar constancia de su existencia? También puede que presente esas oscilaciones necesarias en cualquier evolución.

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Frente a una concepción romántica como la de los candados en los puentes, los grafitis, ambos pretenden dar cuenta de un «amor eterno», esta desaparición aparece como racionalidad y experiencia. Vivimos en el triunfo de la ausencia, el silencio. Se está, porque no se está. Tiene un alcance que se burla de la actualidad, del parecido, de la palabrería, para convertirse en el desnudo: el sustantivo. El protagonista, sea el yo o el nosotros, ha desaparecido, ¿qué nos queda? No entro en cuestiones como multitud, masa, pueblos, naciones. Prefiero la conciencia. El artista es consciente, distingue entre el buen y el mal hacer, no valen trucos.

El estudio nos lleva al proceso de creación, el largo recorrido del autor. Volvemos al cuadro dentro del cuadro, cuando intuye, vislumbra, analiza, incluye, tanto como desecha, deja en el trastero, queda a medias. Aparecen las teselas que componen el mosaico, también su sintaxis. Contemplamos la realidad, como reflejo el cuadro en el suelo y, sobre él, sugiere como un diálogo con el espectador, algo así: «Querido amigo, tú que miras este cuadro, tienes que agregar un final, tu mirada perfecciona definitivamente, es imprescindible establecer un diálogo. Entre tanto, ponte de puntillas y piensa. Disfruta».

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Asistimos a sucesivos trabajos, al nacimiento de distintos cuadros, es como si el pintor agregase: aquí pruebo, ensayo, trato de encontrar, por eso veréis que domina la luz. Están presentes todos los colores de mi paleta, veis bocetos, cuadros, motivos de inspiración. Sin embargo, el pintor no está, prefiere no figurar en esa naturaleza viva que es el estudio y que ha tomado como objeto referencial.

Observad que tras la escalera oscura comparece la luz, la plenitud. ¿La relación entre estos cuadros tiene un significado? Sin duda. El pintor dice que algunos de los cuadros nunca se habían visto, equivalen a unos viejos conocidos que, casualmente, vuelven a reconocerse en esta estación. Un cuadro no se repite.

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Hay una manera de ver que la exposición muestra y escamotea, alude. Sería la proyección de los cuadros que pintor y especialista analizan en la sala. Una sala donde aparecemos todos como sombras que contemplan otras sombras que preceden al cuadro. Equivale a decir, pese al presentador, pese al espectador, el cuadro, sigue ahí, nos aguarda, se oculta. El montaje de esta exposición, nos advierte en esos dos anuncios que, el cuadro proyectado está componiéndose. Bastará dar un paso para que, al otro lado, encontremos lo que se está haciendo. El pintor bajo el árbol se incluye en la obra, la naturaleza, que es el árbol, la existencia del pintor que semeja otro árbol sobre la silla, y el cuadro, que no vemos, constituyen lo que se nos presenta.

Pozo de miradas

¿Simboliza que una obra nunca se acaba? Quizá sea verdad, en toda exposición, el cuadro, siempre se está haciendo, porque es imprescindible la mirada del espectador. Entiéndase como una hipérbole, pero me gusta imaginar que la mirada de cada visitante permanece ahí sobre la tela. Sin duda un óleo no es un espejo, pero si suponemos que el espejo es un pozo, podremos adivinar las miradas del fondo. Podríamos pensar que el cuadro es ese pozo en cuyo fondo permanecen las miradas de miles de espectadores.

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Entre tanto, la ciudad, ajena sigue su curso. El Arco de la Aurora, se encuentra a un paso, lugar elegido por poetas y pintores, testimonio de un mundo pasado, convertido en calle peatonal, que antes comunicó con la huerta y hoy se enfrenta al muro de una casa de pisos, construida sobre calles y edificios que han borrado los pequeños huertos, casas, veredas. Muy cerca, el cuadro dentro del cuadro, intacta, el agua y su reflejo, permanecen en la primitiva alberca árabe del palacio. Cosa extraña, cuando llueve parece que recuperamos la lentitud, volvemos por un momento a la tierra que late bajo el asfalto.

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