Rita Levi-Montalcini, brava imperfecta
Hay datos anecdóticos de Rita Levi Montalcini: vivió 103 años. Lo de comer le parecía una pérdida de tiempo. Un aburrimiento. Todos los días se ... iba a la cama a las once y, sí, murió en un plácido sueño. Su vida fue apasionante y apasionada porque así era ella. Culta, inteligente. Brava mujer. Ni el antiguo orden imperante, ni el fascismo de Mussolini pudieron con ella.
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Levi nace en el seno de una familia judío-sefardí (Turín, 1909). En el hogar se respiraba cultura, se alimentaba y fomentaba. El padre era ingeniero electrónico. Adele, la madre, pintora. En ese caldo de cultivo de letras, sinfonías y sesudas discusiones se espumó Rita. Su hermana Anna le contagió su fanatismo por la escritora sueca Selma Lagerlöf. A punto estuvo de convertirse en narradora. Cuando contaba con 19 años, muere de cáncer Giovanna, la niñera que los cuidó toda su vida. La aflicción por su marcha, la empujó a cambiar el rumbo.
No fue sencillo. Para entrar en la academia de Medicina tuvo que superar un exigente examen de ingreso: Matemáticas, Ciencias, además de Griego y Latín. Materias que aprendió desde cero y de forma autodidacta, dedicando más de ocho horas al día. Había otro obstáculo: la oposición paterna. Mucha cultura, pero la mujer en casa, aseguraba Adamo.
La facultad de Turín le abrió el universo de la ciencia e hizo gran amistad con Salvador Luria y Renato Dulbecco. Ambos, al igual que ella, también ganaron un premio Nobel. Los tres fueron alumnos de Giuseppe Levi. No, no eran familia. Giuseppe fue de extraordinaria influencia para sus alumnos. El primer trabajo serio de Rita fue como asistente de Levi, mientras preparaba su doctorado en Psiquiatría y Neurología. Antes vendió panes y dulces para pagarse los estudios.
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La sombra del fascismo lo rompe todo en mil pedazos. La familia de Rita tenía raíces judías, documentadas desde el Imperio Romano. Eran los primeros en la lista de los camisas negras. Rita se marcha a Bruselas invitada por el Instituto Neurológico. No perdió el tiempo. Instaló en su dormitorio un pequeño laboratorio donde estudió el crecimiento de las fibras nerviosas de los embriones de pollo, inspirada por Viktor Hamburger, quien será importante en su carrera años después.
Los nazis invaden Bélgica, así que Rita retorna de nuevo a Italia. Ella y toda la familia se esconderán en una casa de campo al sur de Florencia de unos amigos goys. Donde iba Rita, allá que marchaba su laboratorio. La guerra obligaba a toda la familia a permanecer confinada. Sus experimentos con los embriones de pollos avanzaban. Descubrió los factores neurotróficos, base de su investigación posterior. Por supuesto, luego todos esos embriones, o sea, los huevos, servían de almuerzo.
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Rita se involucró en la resistencia contra el fascismo. Fue experta falsificadora de documentos, enfermera y médica. La partisana estuvo a punto de llegar a las trincheras. Lo dejó por miedo a perjudicar a su familia.
Una vez expulsados los fascistas del mundo, Levi regresa a la Universidad de Turín. Por ahí estaba Hamburger pendiente de sus estudios y la llama para trabajar como profesora asociada en la Universidad de Washington, Saint Louis. 30 años estuvo. En 1952 consiguió aislar el factor de crecimiento nervioso o NGF. La academia sueca sólo tardaría 35 años en otorgarle el Nobel y encima lo tuvo que hacer acompañada con alguien de su equipo, Stanley Cohen. Todo el mundo sabía que el descubrimiento era de Rita. Por supuesto, le preguntaron por su pareja y familia. «Mi marido soy yo», les contestó con una sonrisa.
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