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Concha Martínez Montalvo: «De pequeña, pensaba que dentro de mí vivían monos, tigres, elefantes...»
Expone en el Centro Párraga 'Algoritmo de sal', una investigación poética y escultórica sobre tecnología y naturaleza
De esos «afligidos ríos retenidos» y de ese «roer hambriento que me devora noche y día», como escribió Walt Whitman, tratan también las obras, siempre ... envueltas en una historia interesante de contar, de la artista plástica Concha Martínez Montalvo, madrileña nacida en 1962 y afincada en Murcia. Su nueva exposición, que puede disfrutarse en el Espacio 3 del Centro Párraga hasta este viernes, se titula 'Algoritmo de sal', fusiona con belleza y misterio naturaleza y tecnología y ha sido comisariada por Isabel del Moral. Una de las obras-instalación, 'Silencio', reclama con sigilo la atención del espectador. Es un trabajo de 2021 que Martínez Montalvo disfruta explicando. «Son unas alas de porcelana negra, a las que les he añadido una mano que parece frenarlas», cuenta. «El ala», añade, «nos incita a volar, a avanzar, pero en cambio la mano nos habla de parar, de reflexionar, de quietud, de no ir tan rápido». «La idea», precisa, «surgió a través de la lectura del libro 'Primavera silenciosa' de Rachel Carson. Lo editó en 1962, y en él advertía de que la utilización del DDT y de los pesticidas iba a dejar a todos los bosques completamente silenciosos».
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«Hablaba», prosigue, «de cómo la utilización masiva de estos productos estaba envenenando a las aves y a los peces, y después de ellos íbamos nosotros porque todos estamos en la cadena». «Imagine», advierte, «el poder que tenían las petroquímicas en Estados Unidos. Intentaron desprestigiarla de todas las formas posibles, pero ella con su tenacidad consiguió que se creara la Agencia de Protección Ambiental de Estados Unidos (EP). Hay mujeres que hacen cosas increíbles. Su lucha y su tenacidad me parecieron muy hermosas».
La mañana transcurre desapacible, y mientras escuchamos caer la lluvia, la artista recuerda los días de infancia en los que, cuando arreciaba la fuerza del agua, no iba al colegio y pasaba ratos «mirando por la ventana viendo a la gente correr de un lado para otro». Observando los detalles, el ritmo cambiante de la vida siempre despierta. Imaginación nunca le ha faltado: «Cuando era pequeña, y me levantaba y sentía y escuchaba ruidos procedentes de mi barriga, yo pensaba que dentro de mí tenía un mundo en el que vivían monos, elefantes, tigres...».
«Manipulando el barro encuentro una gran paz. He dado clases de cerámica a personas muy dañadas emocionalmente, y he visto cómo trabajar con el barro era muy sanador para ellas»
Y leer, le encanta leer, algo que también relaciona de un modo especial con el descargar de las nubes sobre la tierra. «Cuando llueve, estar debajo de la manta abrazada a un buen texto me parece algo maravilloso», recalca.
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Es curioso, ella es artista en parte por su barriga, por el dolor que a veces la recorre, por la inquietud que allí anida, por el desconcierto y la angustia que en ocasiones acampan en este punto crucial de su cuerpo. «Mi barriga», explica, «responde a su modo a todo lo que veo fuera que no me gusta, ni entiendo, y a todas las preguntas que me hago sin encontrar respuestas».
Martínez Montalvo, autora de exposiciones como 'Donde habita la memoria. Esculturas en busca de voz', e instalaciones como 'Lluvia roja' (2021), realizada para la Sala Capilla de la UMU utilizando porcelana, hilo y semillas, siempre ha tenido «una gran habilidad para hacer cosas con las manos: cotidianas y relacionadas con la creación». «Me gustaba mucho», rememora, «manipular cosas: entretejer hojas, plantas... y eso siempre me lleva a un estado de vacío, de quietud, en el que ni siquiera sé si soy yo». Reconoce que «muchas veces me digo que no voy a crear más, porque, entre otras cosas, es un gasto enorme de dinero...; pero leo una noticia, surge alguna inquietud en mí por comunicar algo y ya no puedo parar. Hasta que no hago la obra no estoy bien».
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Libre
Una pasión: «Bajar al taller y manipular el barro, sentirlo frío como mis manos. Me es muy fácil hablar con el barro, comunicarme con él... En el taller soy libre porque allí no hay nada que me condicione, pero cuando interactúas con el mundo hay tantas reglas y cosas establecidas que es difícil serlo. Manipulando el barro encuentro una gran paz. He dado clases de cerámica a personas con esquizofrenia, muy dañadas emocionalmente, y he visto cómo trabajar con el barro era muy sanador para ellas. El barro es sanador, te hace sentirte bien».
«Si me quedo en mi jardín, y observo cómo crece una flor, siento destellos de felicidad, pero cuando observo el mundo es difícil no estar muy preocupada»
«Si sopesas todo lo que está ocurriendo en el mundo en este momento», indica, «¿cómo estar a gusto, conforme, contento? Sigue la gente muriendo de hambre, tenemos ahora esta guerra, los océanos están llenos de plásticos, estamos ingiriendo mercurio cuando nos alimentamos de peces, los flamencos en el desierto de Atacama están falleciendo...; si me quedo en mi casa, en mi jardín, y observo cómo crece una flor, o cómo canta un pájaro, en ese momento siento destellos de felicidad, pero cuando observo el mundo es difícil no estar muy preocupada».
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Autora de obras muy diversas y siempre sugerentes, como 'Concha, Concha,...', realizada en 2014 y que recuerda a una ostra, realizada con metal, en cuyo interior luce su propia boca creada con porcelana, si bien los espectadores creen estar delante de un sexo femenino, 'Algoritmo de sal' debe mucho al impacto que en su día le causó esta frase de Hermann Hesse: «El pájaro rompe el cascarón. El cascarón es el mundo. Quien quiera nacer, tiene que destruir un mundo». Isabel del Moral, fotógrafa, interiorista y diseñadora de vestuario que se enfrenta a su primera experiencia como comisaria de arte, indica que «somos voraces consumidores de tecnologías, a costa del expolio, de la salvaje degradación del espacio que habitamos». «Y es urgente actuar», añade para precisar que «esta es la reflexión y el argumento por donde transita 'Algoritmo de sal', donde a través de la piezas expuestas se teje un relato que funde naturaleza y tecnología, lo simbólico y lo formal».
Demanda
Recuerda Del Moral que «la mayoría de las materias primas estratégicas de las industrias tecnológicas se concentran en unos pocos países y su demanda se ha incrementado tan exponencialmente que puede colapsar el mercado por falta de suministro y generar conflictos económicos, geopolíticos, ambientales y el potencial genocidio de culturas que sobrevivieron al colonialismo, como ha sucedido con la comunidad indígena atacameña del altiplano.
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A través del empleo de modelados con porcelana blanca o negra, o de la impresión sobre modelado de porcelana o de arcilla refractaria, o de la creación de una estructura de varilla de hierro, vellón de lana, cuernos moldeados en porcelana y pan de oro, la exposición muestra las siguientes creaciones: 'Agujeros blancos', 'Nodotopografías', 'Código abierto', 'Heatmaps', 'Unicornios' y 'Replicantes', esta última compuesta por «torsos de extrañas criaturas moldeados con arcilla refractaria, capaces de despertar en nosotros contradictorias emociones». En ellos, apuntan Del Moral y Martínez Montalvo, «observamos la hibridación del humano con la máquina». Algo que recuerda a lo descrito por Donna Haraway en 'Manifiesto Cyborg' (1983), «donde describe un paisaje utópico de nuevos lugares no corpóreos donde habitaría, desprovisto de género, el ser humano-tecnológico». 'Replicantes' nos muestra «como posibles restos arqueológicos en el futuro».
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