La directora de la excavación, Consuelo Martínez, y el arqueólogo Luis García trabajan en los Abrigos del Pozo. Arqueotec

El pasado remoto se hace presente

El río Segura, sus crecidas y estiajes, han preservado la huella inalterada de los pobladores de los Abrigos del Pozo, que ahora recrean los investigadores

Lunes, 30 de noviembre 2020, 07:18

Desde que en 2004 se retomaron los trabajos arqueológicos en los Abrigos del Pozo (Calasparra), bajo la dirección de Consuelo Martínez, el subsuelo de la ... Tendida del Pozo se ha convertido en un libro abierto del pasado remoto al que no le falta ninguna hoja: «Tenemos toda la evolución del paisaje desde la geomorfología, a escala de millones de años», constata Miguel San Nicolás, que en los años 80 localizó las primeras pinturas gracias a la información del calasparreño Juan Abellán.

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Su ubicación, en la zona de depósito de un meandro del Segura, en el Cañón de Almadenes, es la clave de la perpetuación de estos registros, que hoy se analizan desde todas las perspectivas. Han quedado impresos en el lodo del río las semillas, el polen, los huesos y las espinas que dibujan su ecosistema en los últimos 10.000 años. Los estratos de avenidas encapsulan usos y costumbres de los primeros grupos humanos que cambiaron caza por ganadería y recolección por agricultura; produjeron pigmentos con hematita, herramientas con cuarcita y con sílex, adornos con conchas marinas y cerámicas con arcillas; cocinaron en hogares y grabaron en las paredes mensajes.

Ahora saben que el techo de los abrigos se desplomó hace más de 5.000 años durante un terremoto de 5,5 a 6,5 grados. Algo que ha permitido el empleo de las más avanzadas tecnologías de la geofísica, con las que Antonio Espín, geólogo del Centro Tecnológico del Mármol, ha podido detectar «una capa horizontal de material anguloso entre dos ocupaciones humanas, del seísmo cuyo epicentro se situó a unos 40 km de distancia». Pero eso fue después de que los cultivos de trigo y de cebada y la cría de cabras y ovejas, cerdos y vacas, les hiciera más cómoda la vida. «En los diferentes estratos, ha quedado reflejada la que es una de las transformaciones más trascendentales de la Humanidad, porque implica muchas cosas: que empiece a haber excedentes de producción y, por tanto, comience el enriquecimiento, las desigualdades sociales y que surjan los poblados. De hecho, estamos convencidos de que debía haber uno no demasiado lejos, porque la ocupación de los Abrigos del Pozo es estacional», va desgranando la directora de la excavación.

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Arte parietal junto al hogar

El hallazgo en el nivel que apareció el hogar -en primer plano en la imagen- ha mostrado a los investigadores los restos de pigmentos y las herramientas con los que los trabajaron, lo que les lleva a deducir que las pinturas parietales de la pared del fondo se realizaron en ese momento de ocupación, en una de las cinco fases de ocupación neolítica.

Precisamente a leer todo ello, se dedica el equipo de investigadores liderado por Consuelo Martínez que, con el apoyo del Ayuntamiento de Calasparra, el año pasado recibió un nuevo impulso con la adecuación del abrigo 3 y la instalación de unas pasarelas de acceso que lo han convertido en la primera estación rupestre 100% accesible.

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Ahora, el municipio vuelve a apostar por el patrimonio, en este caso prehistórico y natural, para impulsar la recuperación del paleoambiente que, en las hasta 5 fases de ocupación excavadas, han revelado los hallazgos del equipo multidisciplinar.

Contando con el beneplácito de las autoridades regionales -Comunidad Autónoma- y estatales -Confederación Hidrográfica del Segura- y tras definir exhaustivamente el proyecto, la idea es que Anse y el Ayuntamiento recuperen el bosque que habría en el entorno de la cueva durante su ocupación prehistórica. «Una restauración viable, aunque no sencilla porque la caña tiene un desarrollo muy grande, pero también se conservan fragmentos de bosque de ribera, lo que facilitaría a la vegetación autóctona instalarse y reforzarla con álamo blanco y sauce; estructurándola por zonas, desde las más húmedas hasta las más alejadas», apunta Pedro García, que habla de «una actuación experimental, reducida al entorno del abrigo, que sería ideal poder propagar a una zona mayor en una fase posterior».

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La directora de la excavación explica que la excelente conservación de los diferentes estratos inalterados les ha permitido hallar «zonas de actividad diferenciadas» en la cueva. Y, junto al hogar, «semillas carbonizadas accidentalmente que nos hablan de tres variedades de trigo y dos de cebada, lo que evidencia la existencia de cultivos», comenta Martínez sobre los niveles neolíticos, que datan de entre hace 6.260 y 5.820 años. Y, «la fecha más antigua que tenemos es del 8140 AP (antes del presente) y corresponde a un grupo humano epipaleolítico que ocupó el abrigo de forma esporádica y durante breves periodos de tiempo. Se abastecían de la recolección de frutos del entorno y de la caza de conejos, cabras monteses y aves, que cocinaban en hogares alimentados por ramas de pino. Tallaban herramientas de sílex y cuarcita (lascas y laminas) y se adornaban con conchas marinas».

Pero no descartan que la potencia de al menos 6 m, de los que han trabajado hasta 2 m de profundidad -«hemos tenido que flotar toda la tierra extraída», detalla Consuelo Martínez sobre la laboriosidad del proceso-, revele nuevos periodos de ocupación que se remonten al Paleolítico superior e incluso medio, «una cronología presente en otros yacimientos del Cañón de Almadenes». Para ello, avanza Espín, van a volver a estudiar el abrigo, con la nueva tecnología de que disponen, para conocer «hasta qué momento del pasado se puede llegar» con metodología arqueológica.

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Estudian recuperar el bosque que rodeaba el abrigo en el Neolítico

Aunque aún en fase muy preliminar, reconoce Pedro García, director de la Asociación de Naturalistas del Sureste (Anse), la dirección técnica del yacimiento de los Abrigos del Pozo y el Ayuntamiento de Calasparra trabajan ya con Anse para tratar de recuperar en el entorno de los abrigos el paleoambiente que la investigación ha sacado a la luz en los estratos de entre hace 6.260 y 5.820 años, según las dataciones por carbono catorce realizadas. «Un entorno muy parecido en cuanto a las especies y su variedad, pero, probablemente, muy diferente en cuanto a la densidad y extensión de estas», apunta García, que explica que, en un clima mucho más húmedo -el que investigadores de la Universidad de Jaén han situado entre hace 8140 y 3710-, seguramente abundarían más las encinas, hoy aún presentes, robles y pinos negrales, y serían más escasos los pinos carrascos. No en vano, apunta García, con la aridificación del clima, «en las últimas décadas, ha aumentado la extensión de carrasco en la Región».

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