Roberto Enríquez y Aitana Sánchez-Gijón, en una escena de 'La vuelta de Nora'. vizen g. hernández

NORA, ¿A QUÉ HAS VENIDO?

Aitana Sánchez-Gijón y Roberto Enríquez encabezan con éxito el reparto de 'Casa de muñecas 2', que recibió una ovación en el Romea

Miércoles, 31 de octubre 2018, 22:45

No me gustaría habitar en esa 'Casa de muñecas 2' en la que transcurre 'La vuelta de Nora', que regresa al domicilio familiar, aupada por su triunfo en lo económico, fuerte como un roble en su anhelo inquebrantable de libertad y sin arrepentirse de la decisión que tomó, justo quince años después de pegar el portazo más famoso de la Historia del Teatro y dejar tras de sí a su marido y sus hijos. Ya saben: Nora, esa mujer que logra golpearte el corazón, e incluso que le desees toda la buena suerte del mundo en su nueva vida, es la protagonista de 'Casa de muñecas', de Henrik Ibsen, obra cuyo estreno en 1879 provocó un bombazo, escénico y social, al tiempo que se convertía en un símbolo de la lucha feminista; 150 años después sigue conservando intacto su poder y su desgarro. Para mí, la Nora de Ibsen siempre será Amparo Baró. Todavía aplaudo su valentía.

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A partir de 'Casa de muñecas', y de ese final abierto, y maravillosamente inquietante, que dejó escrito Ibsen, el joven dramaturgo Lucas Hnath se ha atrevido, con una osadía llamativa, a escribir en 2017 una continuación de la existencia de Nora y de los seres que dejó atrás. Difícil empresa, extraño resultado: Nora, por motivos distintos, continúa atrapando la atención del espectador. Su exmarido Torvald Helmer, su fiel y protectora niñera Anne Marie, que decidió quedarse en la casa 'abandonada' al cuidado de Torvald y de los niños, y de entre ellos Emmy, la hija que en esta obra aparecerá en escena, te siguen también conmoviendo. No envidio a ninguno de los personajes.

Nora regresa con un objetivo muy concreto: necesita urgentemente que Torvald -¡atención, ahora mucho más humano, interesante, sorprendente!- le conceda el divorcio, un asunto que ella creía ya resuelto. No es así: no es una mujer divorciada y eso le puede acarrear graves problemas con la Justicia. Él no arregló los papeles del divorcio como ella esperaba; de hecho, ni siquiera aclaró en su entorno lo que realmente había pasado con Nora. Muchos la creían muerta.

Sí, 'La vuelta de Nora' es incluso un drama mayor que 'Casa de muñecas': las heridas siguen abiertas y una soledad espesa habita en la casa junto a ese temor de siempre al qué dirán, al juicio de los otros, presos-víctimas todos de los convencionalismos sociales. Es un texto desgarrador, que se escucha, muy bien dirigido en su puesta en escena española por Andrés Lima, enmarcado en un montaje muy hermoso, iluminado de maravilla, y con un espacio sonoro que actúa a modo de oleaje que te va dejando en carne viva. Y qué buen trabajo el de la escenógrafa y diseñadora de vestuario Beatriz San Juan, localizada la acción en una casa que actúa de modo hipnótico sobre el patio de butacas. Una especie de jaula elegante y sobria, de caja fuerte, de cripta laica, de caja de música envenenada, de irrespirable isla desierta a la que regresa una Nora que, por lo que a mí respecta, resulta desconocida: y no por haber perdido, por suerte, todo temblor y fragilidad, sino por lo orgullosamente encantada de sí misma que se muestra. No contaré nada... Merece la pena enfrentarse, desde la inocencia frente a un texto por descubrir, a la Nora, bellísima, a la que encarna Aitana Sánchez-Gijón, de nuevo a las órdenes de Andrés Lima, cuyo nombre está unido a la mejor interpretación de su carrera: Medea. Y, junto a ella: unos estupendos Roberto Enríquez -nunca me lo había creído tanto como en esta función, en la que derrocha verdad-, María Isabel Díaz Lago y la joven Elena Rivera.

No creo que esta Nora de Lucas Hnath vaya a ser la gran heroína escénica de este tiempo presente -sí lo es, rotunda, la Nawal Marwan de 'Incendios', de Wajdi Mouawad-, pero sí que es cierto que es un personaje idóneo para adentrarse en un debate y una realidad que por fortuna ha llegado para quedarse: la de la necesidad de derribar, y no precisamente por la fuerza, toda desigualdad entre hombres y mujeres. Y de, ojalá sople el viento a favor, lograrlo sin permitir que sean los hijos los perjudicados: esos niños en cuyo corazón se perdía García Lorca, como a veces se perdía por el mar.

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