El reflejo poético

Música inesperada ·

Sábado, 19 de marzo 2022, 20:34

La idea de transmitir algo con música es inherente al ser humano. Desde la composición de las Sonatas Bíblicas de Kuhnau en 1689, los compositores orientaron su inventiva hacia la descripción de ideas, hechos, historias o personajes con el empleo de recursos musicales de variada índole.

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En contraposición al concepto de 'música absoluta' o 'música abstracta' que no transcribía nada de forma explícita, la 'música programática' apareció como un género, muy de moda en el Romanticismo, cuyo fin fue expresar sentimientos, imágenes personajes o ideas más allá de lo que se había escrito en los pentagramas.

Existen dos formas de describir algo mediante la música. La más literal tiene el fin de imitar con realismo el objeto de la composición, ya se trate de una batalla entre dos ejércitos o el sonido emitido por un animal. La segunda, tiene un componente más poético al comunicar emociones propias del espíritu del compositor con una dimensión menos precisa, como podría ser la luz del atardecer o la sensación de añoranza.

En cualquier caso, lo verdaderamente importante es que el argumento extramusical sea algo adicional a la estructura de la obra, de forma que el contenido musical sea el único soporte de la misma. Dicho de otro modo, que lo descrito con notas musicales sea sólo la guinda que adorna la tarta. El clásico ejemplo sería la Sexta Sinfonía 'Pastoral' de Beethoven, una composición que desde el punto de vista musical se sostiene por sí misma y en la que la temática campestres es algo secundario.

El poema sinfónico entendido como género orquestal de un solo movimiento y con una idea argumental extramusical vio la luz en 1849 cuando Franz Liszt compone 'Lo que se oye en la montaña', basado en un poema de Victor Hugo que versa sobre la dualidad entre el canto de la Naturaleza y el llanto de la Humanidad. Los compositores de finales del siglo XIX contaron con nuevos recursos musicales más adecuados para describir estas ideas extramusicales y, lo que es más importante, para reflejar cómo éstas repercuten en la persona afectada, una de las premisas del espíritu romántico.

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Tras Liszt, otros compositores aportaron célebres obras programáticas como 'El cazador maldito' (1883) de César Franck, 'El carnaval de los animales' (1886) de Saint Saëns, 'Romeo y Julieta' (1870) de Chaikovsky, 'Mi patria' (1879) de Smetana o 'El aprendiz de brujo' (1897) de Dukas, pero el siguiente paso importante en la historia del poema sinfónico ('Tondichtung' en alemán) lo da Richard Strauss, un compositor audaz que expandió este género más allá de lo convencional.

De los poemas sinfónicos escritos por Strauss destacan el erótico 'Don Juan' (1888), el transcendente 'Muerte y transfiguración' (1888), el agitado 'Till Eulenspiegel' (1895), el enigmático 'Así hablaba Zaratustra' (1896), el divertido 'Don Quijote' (1897) o el narcisista 'Una vida de héroe' (1899), que en conjunto, exponen conflictos humanos de distinta índole a través del genial manejo de originales recursos musicales, tan complejos a veces, que entran en conflicto con su completa comprensión del oyente atento.

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Sin duda, dejamos en el tintero otros ejemplos muy significativos de música programática como 'Pacific 321' (1923) de Honneger, 'Sinfonietta' (1926) de Leos Janáček, o 'Blue Cathedral' (2000) de la neoyorquina Jennifer Higdon, pero uno de los poemas sinfónicos que refleja un sentimiento generalizado de nuestros tiempos es 'Finlandia' (1899) de Jean Sibelius, la composición que describió la resistencia patriótica del pueblo finés sometido a un gobierno autoritario por parte de la Rusia Imperial. Una bellísima obra que fue considerada en su momento como el oficioso himno del país nórdico.

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