Cuadro de Pablo Escobar Martínez

La promesa del héroe

MÚSICA INESPERADA ·

Jueves, 23 de junio 2022, 14:07

El ciclo de música orquestal llega a su fin de temporada con la suite para orquesta «Los planetas» (opus 32), compuesta por Gustav Holst (1874-1934) a los cuarenta anos de edad en los albores de la Primera Guerra Mundial.

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En contra de lo que se podría pensar, la obra en siete movimientos surge con la idea de reflejar el carácter astrológico de cada planeta, aunque finalmente la música se impuso sobre esta idea inicial e incluso se alejó de otras consideraciones de índole mitológico romano.

Cada uno de los siete movimientos se relaciona con un planeta del Sistema Solar, excluyendo a La Tierra. De ahí la concepción astrológica y no astronómica de la composición de Holst.

Los planetas es una obra con una orquestación extensa, muy elaborada y con gran variedad de colores con los que el maestro británico pinta melodías sobre la masculinidad de Marte, la dulzura de Venus, la vivacidad de Mercurio, la majestuosidad de Júpiter, la melancolía de Saturno, la magia de Urano y, por último, el misterio de Neptuno.

Marte nos habla de la guerra y de sus consecuencias con un discurso inhumano e insensible donde no hay lugar para la gloria, el heroísmo, el drama o la muerte. Nada tiene sentido en la concepción que Holst tiene de lo que va a sucederle a Europa. El maestro hace que la cuerda toque «con legno» es decir golpeando con la madera del arco, lo que genera un efecto musical muy emocionante.

Tras la furia de Marte, viene Venus, un lugar donde la tranquilidad y la paz llega a través de las aportaciones del arpa, flauta y violín. Holst usa solo una parte de los instrumentos de la orquesta, lo que confiere gran delicadeza al movimiento. Para Holst, es en Venus donde el héroe encuentra descanso mientras contempla el cielo estrellado.

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El tercer movimiento activa al oyente por la vivacidad de las melodías del arpa, flauta y glokenspiel que hacen saltar al mensajero alado Mercurio. Aparte de la velocidad, la particularidad del movimiento proviene de la oposición de dos tonos simultáneos y dos ritmos simultáneos. De este modo, Holst salta rápidamente entre tonalidades y nunca se asienta en una sola clave, para que en la partitura algunos instrumentos estén escritos con bemoles, otros con sostenidos y el restante sin tonalidad.

Sin duda el movimiento más famoso del público es Júpiter ya que su música refleja la majestuosidad del dios de los dioses y su parte central es un solemne himno patriótico de promesa que cautiva al oyente, con sentimientos de triunfo que lo invaden de una manera inevitable.

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Pero el fragmento preferido de Holst era Saturno, un reflejo de las distintas reacciones humanas ante la inexorable etapa de la ancianidad. En efecto, cada uno de nosotros contempla la vejez de manera distinta, pero finalmente la sabiduría adquirida con el paso de los años posibilita la aceptación y la serena reconciliación.

Siguiendo con esta gama de contrastes, cuatro notas metálicas anuncian la magia de Urano y la orquesta al completo muestra el impresionante poder de este gélido planeta, aflorando la maestría de Holst para componer pensando en una gran orquesta.

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El misterio de Neptuno es de otro planeta, nunca mejor dicho. Está constituido por fragmentos de melodía y armonía a la que se añade un imperceptible y doble coro de voces femeninas que dota de dimensión humana al movimiento y progresivamente nos lleva al silencio del final. La suite «Los planetas» no concluye de manera contundente y esta genial despedida entre algodones, es un claro reflejo de lo poco convencional que fue este gran compositor.

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