Ayer, 10 de abril de 1868, festividad de Viernes Santo, fui testigo de uno de los día más gloriosos de la vida de Brahms. El ... maestro de Hamburgo dirigió en la catedral de San Pedro de Bremen el estreno del Réquiem Alemán, una obra que impresiona por concepción humanística.
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Aún permanece en mi memoria la aciaga velada ocurrida hace apenas cuatro meses con motivo del homenaje a Schubert en la vienesa Redoutensaal. La apática batuta de Johann Herbeck arruinó la presentación de los tres primeros movimientos del Requiem Alemán en la Sociedad Filarmónica de Viena. Toda la ciudad estaba al corriente de la rivalidad de Brahms con Wagner desde su desencuentro de 1864, pero nadie imaginó que el director iba a tomar partido por el compositor sajón descuidando a propósito cada uno de los necesarios ensayos del Réquiem.
Cuando tomábamos asiento en la Catedral de Bremen éramos conscientes de cómo fortalece a Johannes Brahms la adversidad. Lo demostró hace poco cuando Clara Schumann interpretó con notable éxito su Concierto para piano, mostrándose ajeno al recuerdo de la mala acogida que tuvo hace un lustro tras el estreno en Hannover. Los desastrosos debuts del concierto y del anticipo vienés del Requiem Alemán, debieron afectar a un compositor que dedicó muchas horas de trabajo, aunque siempre fue complicado imaginar lo que pasaba por la cabeza de Brahms.
Sé muy bien que no soy imparcial juzgando a este genio. Desde hace seis años soy vecino de Clara Schumann en Baden-Baden donde tras enviudar compró una casa para veranear con sus hijos. Brahms fue una mosca en la vida de Clara y buscó alojamiento en una colina cercana a los Schumann. Frau Schumann, cerca de cumplir los cincuenta años es una gran pianista y una mujer fascinante. Tiene unos hijos formidables y su enérgico padre, Friedrich Wieck, me parece un gran hombre. Precisamente ayer lo saludé porque acompañó a su hija en el estreno del Réquiem de Bremen. A Brahms le fascina estar con los hijos de Clara. Cada mañana desciende temprano desde su alojamiento en Lichetental para despertarlos y organizarles actividades de todo tipo y en un horario impropio del verano.
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La triunfal acogida que ayer tuvo el Requiem Alemán emocionó a Brahms. que reconoció abiertamente que fue un día grande para él. Clara no quería perderse este momento por nada del mundo. Había tenido la ocasión de tocar en privado la versión escrita para piano y ya nos adelantó la espiritualidad de una música sin fines litúrgicos.
Para mí, el escuchar el Réquiem fue una experiencia sobrecogedora. Desde las primeras notas sentí la incertidumbre de no saber si se correspondían con una cantata o con un oratorio. Todos esperábamos que los textos luteranos del Réquiem se refirieran a la Vida Eterna y al amenazante Juicio Final. Pero Brahms, como ya me adelantó Clara, quería transmitir sentimientos de consuelo, compasión e ilusión relativos a ese último instante vital donde es posible alcanzar la paz.
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Con la alegría con la que la música de Brahms adornó la fugaz existencia y la muerte, me volví a casa tras despedirme de Wieck y Clara. En la mirada de ella detecté nostalgia. Johannes y ella lo tuvieron todo a favor para concretar una intensa y perfecta relación, bendecida por Robert Schumann antes de morir. Pero entender a Brahms es complejo y una vez liberado del conflicto con su maestro, pensó que la convivencia de Clara entorpecía su creatividad y su cometido como compositor.
Nunca supe cómo Clara encajó el repentino cambio de actitud de Johannes con respecto a su futuro como pareja. Quizás su densa actividad pianística y el celo con el que cuidó a cada uno de sus hijos, proporcionó sentido a la agonía de un corazón solitario. Lo que sí puedo intuir es que, allí donde cualquiera de los dos necesitó compartir penas o alegrías con el otro, se mantuvieron unidos.
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(Continuará)
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