El piano se ha convertido en una de las señas de identidad del Romanticismo. Los aficionados a la música pueden instalarlo en su hogares para interpretar y componer música sentados en un instrumento autosuficiente y equiparable a una pequeña orquesta. Por otro lado, los virtuosos del teclado expresan su personalidad y muestran sus habilidades técnicas en las salas de conciertos donde son considerados como seres extraordinarios.
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Uno de los pianistas más originales de este periodo es el polaco y virtualmente parisino Frédéric Chopin (1810-1849), cuya melodías se suceden rivalizando en belleza e inspiración. La música de este compositor es capaz de estimular la imaginación sin necesidad de llevar títulos poéticos ni hacer referencia a poemas, cuadros o escenas históricas.
Su obra está muy bien compuesta y en su mayoría consta de un solo movimiento de carácter melódico. Chopin ha escrito elegantes polonesas, reflexivos nocturnos, valses para no ser bailados, variados estudios técnicos, mazurcas inspiradas en el folclore, baladas de carácter libre, sorprendentes scherzos y bellos preludios que aparentan ser accesibles a los pianistas más modestos. El maestro es poco amigo de los recitales y limita sus actuaciones en público a veladas para amigos o conciertos con fines caritativos.
Me gustaría detenerme en uno de los preludios más cargados de resignación de los que compuso Chopin, el número 4 de la colección de 24 que constituyen el opus 28, imaginado en la Cartuja de Valldemosa durante el invierno 1938-39. Esta pequeña joya de tan sólo 25 compases tiene tanta profundidad que fue elegido por el propio compositor para ser interpretado en su funeral junto al Requiem de Mozart.
El carácter dramático de la pieza radica en la combinación de la estática melodía de la mano derecha con la progresión de acordes cromáticos en la mano izquierda. En realidad, la sucesión de estos acordes es sencilla, con saltos de semitono, que crean la atmósfera ideal para expresar la tristeza y resignación que conducen al estado de depresión. La melodía se expresa en un tema de doce compases que se repite con algunas modificaciones y que va seguido de un fragmento donde la rebeldía y la intención de superarse crean un falso clímax antes de que todo se venga abajo.
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Chopin en el Largo nº 4 de su colección de preludios se adelanta al futuro y escribe acordes más propios de la música de jazz, como el de novena aumentada, y que no aparecen en los tradicionales tratados de Armonía. Su original manera de concebir la música hacen que ésta despierte emociones imposibles de describir con palabras.
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