El caso Otelo se ha aclarado por fin gracias al informe psiquiátrico de una paciente atendida ayer en el área de Urgencias del Hospital Universitario. ... Como se ha ido informando en distintos medios de comunicación, la muerte en extrañas circunstancias del empresario Julio César Verona ha tenido en jaque a la policía durante los últimos seis meses. El cadáver de este conocido hombre de negocios fue hallado en el jardín de su casa literalmente insertado en una planta variedad de yuca. Todo parecía indicar que cayó desde una cornisa de su vivienda mientras trepaba por el exterior del chalet para entrar por una ventana, ya que había olvidado las llaves dentro de casa. Sin embargo, el detective Polonio, responsable de la investigación, no había querido cerrar el caso hasta anoche ante las extrañas circunstancias del suceso.
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Hay que recordar que Verona era soltero y sin descendencia. Todos sus bienes pasaron directamente a Antonio Hidalgo, un empleado de su confianza con más de treinta años en la empresa que, semanas antes había sido ascendido en su cargo al tiempo que despedía a todos los que habían sido sus compañeros del departamento. Una vez al frente de la empresa, Antonio ha llevado un ritmo de vida de máximo lujo dejándose ver junto a su ambiciosa y atractiva esposa, Julieta Zini, en todas las fiestas de la alta sociedad.
El sagaz detective Polonio ha intentado desde el primer momento implicar a Hidalgo en el caso Otelo, pero no ha encontrado ninguna irregularidad administrativa o pista en el lugar del suceso. Ha sido la psiquiatra de guardia la que ha puesto en conocimiento del juez el caso de una paciente que fue llevada de madrugada al hospital por un vecino afectada de un cuadro de delirio con ilusiones olfativas. La enferma percibía olor a sangre a pesar de tener las manos muy perfumadas y con restos de espuma de jabón. Identificada como Julieta Zini, no cesaba de insistir en que tenía inexistentes manchas de sangre en las manos procedentes según ella del cuerpo de Julio César Verona cuando lo tocó para comprobar que estaba muerto. Finalmente se derrumbó y confesó que tras una sesión de espiritismo ayudó a su marido a asesinarlo.
El detective Polonio, sensiblemente desanimado por el hecho de que una urgencia psiquiátrica de una noche de verano aclarara un caso no resuelto por la policía, despachó a los medios informativos congregados en la puerta del hospital con un despectivo «mucho ruido pero pocas nueces».
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