Moreno-Buendía estrena 'Stabat Mater'
El compositor murciano, a sus 90 años, verá cumplido su sueño este viernes en el Auditorio Regional en la puesta en escena de su obra «más ambiciosa» con la Sinfónica de la Región y la Sociedad Coral de Bilbao.
Nació en 1932 en Murcia, donde vivió hasta su traslado a Madrid con diez años. Su madre, murciana; su padre, navarro. Él, Manuel Moreno- ... Buendía, Premio Nacional de Música en 1958, un célebre y veterano compositor que este viernes, a las 20.00 horas, verá cumplido un sueño: el estreno, en el Auditorio Víctor Villegas de Murcia, de su obra «más ambiciosa», 'Stabat Mater', que interpretarán la Orquesta Sinfónica Región de Murcia (OSRM), dirigida por Manuel Hernández-Silva; la Sociedad Coral de Bilbao, dirigida por Enrique Azurza; el Coro Stabat Mater, dirigido por Balbina Serna; y la mezzosoprano María José Montiel y el barítono Javier Franco. Javier Artaza, que ha escrito las 'Notas al programa' del estreno, define a Moreno-Buendía como «una persona afable, humilde, inteligente y sabia. Un ejemplo viviente como músico que ha asistido en primera persona y ha formado parte de la historia de la música en la España de los siglos XX y XXI; un artista coherente, consecuente con un lenguaje personal, intransferible y honesto; un referente como profesional de nuestro oficio y un hombre, al modo del retrato de Machado, bueno en el mejor sentido de la palabra». La energía, la amabilidad, el humor y la memoria que despliega el compositor durante la entrevista es sorprendente. Se le ve feliz en Murcia, donde viven personas muy apreciadas por él, como Octavio de Juan, crítico musical de LA VERDAD durante décadas. Amante también de la buena literatura, en 1981 estrenó su zarzuela 'Fuenteovejuna'.
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–Cuesta creer que tiene usted 90 años.
–[Sonríe] Estoy bien... para la edad que tengo, ¡la coletilla en este caso es muy importante! Son 90 años, sí. Tengo achaques, y he pasado por alguna operación complicada que llegó a asustarme un poco, pero no tantos achaques como para estar mal. Si uno mira hacia atrás y se compara con cómo estaba hace diez o quince años, pues sí, he perdido facultades, pero gracias a Dios la cabeza la tengo muy bien, y eso para mí es lo más importante de todo.
«He perdido facultades, pero gracias a Dios la cabeza la tengo muy bien; eso para mí es lo más importante»
Naturaleza
–¿Y cómo lo ha conseguido?
–Yo soy creyente, lo confieso porque parece que en estos tiempos hay quienes lo son como a escondidas; yo no, ni lo escondo ni hago bandera de ello, pero se lo digo porque creo mucho en que cada uno tenemos trazada una vida cuando venimos a este mundo, y yo creo que Dios me ha concedido el don de poder llegar a los 90 años en un estado todavía potable. Que me equivoco y no es por eso, sino por mi naturaleza o por lo que sea, pues puede ser, pero yo lo achaco a Dios. También parece que los genes que mis padres me transmitieron cuando nací eran buenos [ríe].
–¿Suele ser optimista?
–Con altibajos. Me cuesta trabajo se optimista a toda costa. Tengo que razonar, y si después de razonar soy optimista, bien. No soy de los que todo lo ven fácil; al revés, veo que muchas cosas son difíciles. No me escapo ni de los altibajos, ni de los cambios de humor, ni de tener unos días eufóricos y otros más apagados. Lo normal que le sucede a todo el mundo.
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«Aunque muchas veces mis semejantes me enfadan muchísimo, mi mujer, que es 20 años más joven, me dice que soy un ingenuo, que siempre pienso bien de los demás»
–¿Qué es lo que merece más la pena?
–Lo más hermoso que tiene la vida, lo mejor de esta vida es querer y ser querido; sin duda, eso creo que está por encima de los bienes materiales y de todo lo demás. Y cuando digo querer y ser querido, no me estoy refiriendo solo, por ejemplo, al amor pasional de los 30 años, que también está muy bien. Me refiero al amor con el que te corresponden los que tienes cerca de ti. En mi caso, está el amor de mi esposa [su compañera desde hace 40 años, tras fallecer su primera mujer], el amor de mis tres hijas... No puedo afirmarlo, porque no es mi caso, pero pienso que debe ser bastante tremendo no ser querido por aquellos a los que tú quieres. Lo importante es que tus sentimientos sean correspondidos. Y yo no me puedo quejar en absoluto.
–¿Qué aprendió y no se le ha olvidado?
–La importancia de tener una buena escala de valores. Pertenezco a una generación para la que ese término, escala de valores, era muy importante. Recuerdo un librito pequeñito, que leíamos en el colegio, con el que aprendíamos urbanidad: desde el sencillísimo levantarse del asiento para cedérselo a un señor o a una señora mayor, hasta no traicionar, no falsear, no dar puñaladas traperas...
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–... ni gato por liebre.
–Exacto. A los críos de aquel tiempo fueron estas cosas las que nos inculcaron y en mi caso, lo reconozco, he procurado siempre contribuir a una convivencia lo más humana y mejor posible. Creo que todos deberíamos ser igualmente tratados y que todos deberíamos ser felices. Es quizá una utopía, o sin quizá, pero ¿qué le vamos a hacer? Yo hago lo que está en mi mano para intentar que la utopía se vaya convirtiendo en realidad. Aunque muchas veces mis semejantes me enfadan muchísimo, mi mujer, que es 20 años más joven, me dice que soy un ingenuo, que siempre pienso bien de los demás.
–¿Y lleva razón?
–Es que me cuesta lo mismo pensar bien que mal, y mientras pienso bien estoy relativamente relajado, mientras que si pienso mal estoy predispuesto a darle vueltas a que si este me puede traicionar o el otro hacerme una jugarreta. No creo que sea conveniente estar siempre en guardia.
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«Para mí, de niño, Beethoven, Mozart, Schumann, Wagner... eran como de la familia»
–¿Qué ha sido duro en estos últimos años?
–Compañeros míos se han ido por culpa de este maldito virus, de la Covid-19. La pandemia ha sido terrible. Los de mi generación hemos pasado mucho miedo. Ha sido una prueba muy fuerte, sobre todo para los grupos de riesgo. Yo tengo 90 años y aquí estoy para contarlo, pero han sido tantos y tantos los muertos...
–¿Cree que la sociedad ha sumado alguna enseñanza a partir de esta experiencia?
–La sociedad es un poco dura de mollera, le cuesta trabajo aprender, prefiere dilapidar lo que sabe que esforzarse en aprender. Al menos, pienso que ahora habrá más gente reacia a actuar ligeramente. El precio a pagar es alto.
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–Hoy se le ve feliz.
–Estoy feliz por estar en Murcia. Me emociona y agradezco mucho que en mi tierra se me recuerde y se me valore. Estrenar 'Stabat Mater' ante mis paisanos es un orgullo y una responsabilidad muy grande.
–¿Es su obra más ambiciosa?
–Sin duda, por muchas razones. Empecé a a trabajar en ella en 2014 y estuvo lista para su estreno, previsto para abril de 2020. Pero estábamos en plena erupción de la Covid-19 y se retrasó, con acierto, dos años. Yo, entonces, lo primero que pensé fue: '¿Llegaré?'. ¡Tengo 90 años, pensé que no llegaría a ver el estreno de 'Stabat Mater'! Y me siento creativo y con la misma ilusión por la música que siempre. Llega un momento en que la cabeza no para de pensar en la música. Te despiertas a media noche, y en vez de pensar en cosas de tipo más cotidiano, piensas en la música, en componer esto o lo otro, ¡y te fastidia porque te desvelas! [Risas]
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Imposible de superar
–¿Por qué 'Stabat Mater'?
–Es un texto de los primeros siglos de la era cristiana que consigue siempre ponerme los pelos de punta. Narra lo que una madre siente a los pies de su hijo, que está clavado en una cruz, «pende de una cruz», mientras está agonizando y acaba muriendo. Para mí, que no soy madre, pero sí padre, creo que ese dolor es imposible de superar con ningún otro. Creo que todos tenemos en mente esa imagen tan poderosa: Cristo en la cruz, y a un lado la Virgen María y al otro San Juan. Las reflexiones que contiene el texto de 'Stabat Mater' son tan tremendas, te tocan tanto el alma.
Durante mucho tiempo no me atreví a meterme con esta obra, que además llena todo un concierto [80 minutos de duración]. Cuando decidí por fin meterme en el lío [sonríe], se lo comenté a mi buen amigo el maestro [venezolano] Manuel Hernández-Silva, con el que me une una estrecha amistad desde que estrenamos [en la Expo 92 de Sevilla, por encargo del Pabellón de la Región de Murcia y con el guitarrista lorquino Narciso Yepes como solista, arropado por la OSRM] el 'Concierto del Buen Amor' [inspirado en la obra del Arcipreste de Hita]. Me dijo: '¡Adelante, maestro!'.
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–¿Cuándo descubrió que quería ser músico?
–Con 7 u 8 años. Entonces vivíamos en Murcia, en la calle Simón García número 28. Mi hermano mayor era un chiflado de la música, un melómano loco que nunca fue músico, y me acostumbré con él a escucharla. Me inoculó el veneno de la música sinfónica. Para mí, de niño, Beethoven, Mozart, Schumann, Wagner... eran como de la familia, cosa poco propia de un niño sin antecedentes musicales entre sus familiares. Desde ese momento supe que quería ser músico, y cuando me llevan a Madrid con 10 años, qué casualidad que allí me encuentro con una tía mía profesora de piano. Ella me preparó, muy pronto entre en el Conservatorio de Madrid y todo fue llegando como rodado. Cada vez estaba más convencido de que quería ser músico. Al principio no sabía si iba a ser cantante, si iba a ser pianista..., pero descubrí a través de la armonía que mi verdadera pasión era la composición. La música no es otra cosa que un lenguaje de comunicación. A través de los sonidos comunicas tristezas, alegrías, penas, euforia..., todo lo humano lo puedes transmitir a través de la música, que es la literatura de los sonidos. Y también es un alimento para el alma. El mundo no podría vivir sin música. La buena música es un alimento del alma. Y hablo de buena música, no de un genero u otro, porque un pasodoble puede ser fabuloso y una sinfonía puede ser un castañazo.
–¿Qué nos recomendaría usted a los españoles?
–Creo que nos falta remar a todos en una misma dirección; aquí cada uno rema según le conviene para su propio provecho, pero no pensamos en nadie más. A lo mejor yo soy el primero, ¡eh!, pero me duele cuando veo el país crispado. Todos deberíamos ir en una misma dirección en pro de un beneficio común.
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