Blanco sobre negro de Liñán

Con 'Baile de autor', Manuel Liñán abre una ventana a su forma de dirigir y coreografiar. Nos recibe sentado en su silla y vestido con un particular frac a retales que parece evocar las múltiples facetas que se entrelazan cuando Liñán crea. Enseguida, cual director de orquesta, empieza a dirigir la obra: chasquido, luces; chasquido, color; chasquido, a cantar.

La escena es minimalista, apenas tres sillas negras y seis farolillos que ellos mismos mueven. Pero no necesita más. Liñán, Carpio y Valencia nos hicieron jalear de principio a fin con escenas que permanecerán en nuestro imaginario. Ver a Liñán zapatear sobre un camino azaroso de sillas produjo en la sala una tensión y excitación inolvidables. Una preciosa metáfora del artista que navega de tablao en tablao, volcándose por una trayectoria artística que conoce inestable; del creador que se desvive por unas ideas que no sabe si sobrevivirán a su estreno.

Se acerca el final, y con su característica bata de cola, abanico y mantón, el bailaor entra a escena vestido de puro blanco. Ya no lleva chaqueta que lo designe director. Y, aun así, Liñán nos dirige con su duende, pasión y libertad. Nos enseña su sueño definitivo, su empresa personal por bailar con lo tradicionalmente prohibido sin cortapisas, pero que no es más que su danza más honesta.

'Baile de autor' acaba como un sueño del que uno despierta con un golpe de dura realidad, pero que nos deja soñando con saber qué será lo próximo de Manuel Liñán.