Pablo Batalla Cueto: «Cada movimiento social que surge impacta al instante en las montañas»
El ensayista asturiano presenta este jueves en Libros Traperos 'La bandera en la cumbre. Una historia política del montañismo'
Con la premisa de que todo es política, a lo Thomas Mann, y de que, «a lo largo de la historia, todas las ideologías políticas ... y todos los grandes movimientos sociales de la modernidad han promovido y practicado el montañismo», el historiador y escritor Pablo Batalla Cueto (Gijón, 1987) desgrana en un compendio inédito hasta ahora toda una historia política del montañismo en los dos últimos siglos y medio en su sexta obra de ensayo, 'La bandera en la cumbre' (Capitán Swing, 2025). Montañero desde niño, corrector, traductor, coordinador de la revista cultural 'El Cuaderno' y ya un fijo de medios como 'Público', 'Jot Down Sport' y 'La Marea', no rehúye la pelea por ser ese ensayista total, ese Américo Castro que le fascinó con 'España en su historia' y en el que se funden erudición y estilo, carente de aridez académica sin renunciar a la belleza, y la complejidad, del lenguaje. El asturiano recalará este jueves en Murcia para presentar, en Libros Traperos (Ronda de Garay, 39), 'La bandera en la cumbre. Una historia política del montañismo'. Será a las 19 horas, de la mano del periodista y geógrafo Aldo Conway.
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–A lo largo de 18 capítulos, en los que conviven Tolkien, Lenin, Mussolini o Molly Higgins con Tintín y Homer Simpson, describe sherpas en huelga, feministas de bandera sufragista, alpinistas veganos, ciegos, maquis, anarquistas, fascistas, pacifistas, liberales... ¿Cuál es su público?
–Quien se acerque al libro lo disfrutará si es montañero, pero si no lo es también, porque es una historia de las ideas que nos han movilizado a través de sus manifestaciones en la montaña. La política lo permea todo. Tenemos ese concepto de las montañas como lugar para la evasión, de que la política es algo que ocurre en las ciudades, en las plazas mayores, en las puertas del Sol, en las grandes alamedas, que decía Allende... Sin embargo, la política no nos la dejamos en casa cuando vamos al monte, sino que nos la llevamos a cuestas porque no es solo la papeleta que echas en la urna; es una cosmovisión, son unos ideales.
–¿Sigue siendo la montaña escenario político actual?
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–Sí. Cada vez que surge un movimiento social, impacta instantáneamente en las montañas. Sigue habiendo comunistas, fascistas, conservadores que suben y usan montañas; igual que pasa con el veganismo o el animalismo. Y hay una forma quizá menos evidente que es la del 'sponsor'. En el Himalaya y en Los Alpes ya no queda gesta alguna por hacer, y parece que lo que está en el alpinismo más mediático es la velocidad, estas cosas que hace Kilian Jornet, o esas banderas de Red Bull que ondean en la cima. Y eso también es política, porque esas multinacionales que te financian están transformando el mundo de una manera que tú estás validando. Son monstruos corporativos tan grandes que ya son capaces de trascender las propias leyes de los estados. Podrás decir que eres apolítico, y también eso es una posición política: estás tomando partido por el orden establecido, y eso es legítimo, pero yo me acordaré de Saza en 'La escopeta nacional', cuando dice: «Soy apolítico de derechas».
«Cuando ondeas la bandera de Red Bull en una cima haces política, porque estás validando lo que esa firma representa»
–Desarrolla una visión respetuosa sobre cada ideología, movimiento, religión. ¿Tiene miedo de que se le tache de equidistante?
–El lector verá esa vocación de entender cada ideología en sus propios términos, pero mi ideología queda completamente clara. Me parece importante como historiador que, cuando nos ocupamos de fenómenos que han fascinado y movilizado a millones de personas, seamos capaces de meternos en ese pellejo. El historiador tiene que ser capaz de hacer eso incluso cuando se ocupa de algo tan horrible como el fascismo.
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–Propone una búsqueda de paridad tanto de género como de raza. ¿Le ha supuesto un reto?
–Al abordar la documentación sobre el tema, lo primero que te van a saltar a la vista son historias de hombres blancos en el Himalaya y en Los Alpes. Quería fijarme en las periferias de eso. En este ensayo sale el Everest pero también Peña Careses, en Asturias. En ella, durante años, el grupo montañero Picu Fariu de Pola de Siero protagonizó una marcha que pedía que no se convirtiera la peña en una cantera. Y lo consiguieron. Eso es política. Además, al hablar de cualquier mujer haciendo algo resonante en una montaña, lo fácil sería 'meterla' en el capítulo del feminismo, pero la ideología de esa mujer puede no ser feminista en absoluto. Las grandes montañeras del siglo XIX fueron valiosas feministas a las que hay que reivindicar en esos términos, pero podían ser clasistas, imperialistas, maltratar a sus sherpas o lo que fuera. La japonesa Junko Tabei, considerada la primera mujer en subir al Everest, decía que ella era un ama de casa tradicional. Era conservadora y me parecía justo no etiquetarla en algo que ella rechazaría. Y he hecho esa labor de corrección con las razas, al igual que en anticapacitismo, aparece el montañismo de cojos o ciegos, que también existe.
«Hay que reivindicar a las grandes montañeras del XIX en términos de feminismo, pero podían ser clasistas e imperialistas»
–Si ondeara su propia bandera en la montaña, ¿de qué sería altavoz?
–La bandera que más me motiva es la de la memoria histórica vinculada al maquis, esos montañeros a la fuerza que seguían luchando después de haber sido derrotados en 1939. Hicieron cosas increíbles, también en lo alpinístico. Uno de los grupos montañeros con los que salgo se llama Los Fugaos.
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–¿Son el alpinismo y la escritura actividades solitarias?
–En la historia del montañismo no hay que fijarse solo en [Edmund] Hillary sino también en sus sherpas. En el Everest hay una cola muy respetuosa que se guarda para que los 170 que están ahí se puedan hacer una foto en el sitio de los selfis, en el que no aparecen los porteadores que les han subido. Es la fantasía de la individualidad. Y eso vale para cualquier actividad. Un libro no lo escribe solo el autor; lo hace también el corrector, el maquetador, el editor, el ilustrador... y es importante visibilizarlo. Al final, un libro es como una expedición: tienes un ideal, una cumbre a la que quieres subir, pero la ruta no se acaba cuando publicas, sino que está el proceso de difusión, en el que se ve si el libro tiene éxito, si genera o no un impacto, si se traduce. En esos procesos tienes gente que te acompaña y está ahí si lo necesitas. Como las instituciones que mantienen el camino o el helicóptero que te rescata si te desgracias. Y eso es política también.
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