Mario Vargas Llosa, retratado en su visita a Murcia en 2011. NACHO GARCÍA

La muerte del emperador

Viernes, 18 de abril 2025, 00:31

En el País de las Letras, de uno a otro confín, se extendió como la pólvora la noticia de la muerte del Emperador.

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El ... Emperador no logró su alta magistratura por herencia ni por cruentas batallas ganadas, sino únicamente por sus impresionantes méritos literarios. Ya su primer libro, 'La ciudad y los perros', supuso un extraordinario éxito, fue ganador del Premio Biblioteca Breve y se convirtió en seña de identidad del 'boom' de la novela hispanoamericana. Parecía imposible que un joven que contaba poco más de veinte años hubiese conseguido armar una historia tan plena de sabiduría técnica y tan sugestiva en su argumento. Recuerdo haberla leído con catorce años y haber quedado subyugado, hasta el punto de devorar cuanto había publicado hasta el momento aquel autor para mí entonces desconocido y anhelar como el maná la publicación de cada nueva obra suya.

Esto fue sólo el principio de una fulgurante carrera literaria que continuó con 'La casa verde' y, sobre todo, con 'Conversación en La Catedral', auténtico monumento creativo, lingüístico y formal que podría considerarse, junto a 'La guerra del fin del mundo', su novela más ambiciosa, perfecta y acabada.

Siguió un grupo de obras –'Pantaleón y las visitadoras', 'La tía Julia y el escribidor', '¿Quién mató a Palomino Molero?'– en las que el autor parece haberse dado un respiro después del esfuerzo titánico realizado y recurre a una escritura más sencilla, a unas estructuras formales menos complejas y hace uso por primera vez del humor y la ironía, así como a una trama detectivesca clásica, elementos todos ellos que dotan a las historias de una vida diferente, ganando en espontaneidad y frescura lo que pierden en profundidad metafísica y social. También habría que incluir en esta fase creativa las novelas 'Elogio de la madrastra' y 'Los cuadernos de don Rigoberto', donde el erotismo y la sensualidad envuelven a los personajes como una forma excelsa de civilización humana, alejada de la sexualidad puramente animal.

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Finalmente, y sin ánimo de ser exhaustivo porque la novelística de nuestro autor es amplia, no quiero dejar de referirme a dos títulos a mi modo de ver esenciales y que sin duda perdurarán en el tiempo. 'La fiesta del Chivo' recrea de forma magistral el magnicidio del dictador dominicano Trujillo, incluidos sus antecedentes y consecuencias, diseccionando con bisturí de experto los entresijos del poder absoluto, mostrando su corrupción generalizada, sus secuestros, asesinatos, torturas y desapariciones forzadas, revelando cómo una serie de hombres desquiciados puede imponer el terror más cruel a todo un país. 'El sueño del celta' relata, a través de la mirada de Roger Casement, cónsul británico, los horrores inimaginables que el colonialismo europeo perpetró en el Congo y la Amazonía peruana. De nuevo nos encontramos con el tema del poder omnímodo de unos hombres que masacran sin piedad a sus semejantes, esta vez en pos de una enorme riqueza que se convierte así en otra forma de dominación. El Emperador parece asumir en estas dos obras la máxima clásica de que el hombre es un lobo para el hombre.

Añadido a todo lo anterior, no debemos olvidar que, a su faceta de eximio novelista, el Emperador une también una capacidad crítica realmente notable. Ha dedicado varios libros –'La orgía perpetua', 'La verdad de las mentiras', 'La tentación de lo imposible', 'El viaje a la ficción', entre otros– a analizar, o bien obras literarias ajenas, o bien los fundamentos de la literatura, los mecanismos de la creación, su relación con la vida y un sinfín de cuestiones más. Su excepcional capacidad de lector, su perspicacia y agudeza, su talento para iluminar aspectos en los que nunca nadie antes había reparado provocan que el lector de estas obras adquiera una visión y unos conocimientos que no podría ni siquiera haber imaginado antes, amén de buscar con prisa y leer con ahínco los libros que el Emperador reseña, con la seguridad de hallar en ellos belleza y sabiduría.

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No quisiera finalizar este relato sin poner de relieve la calidad humana del Emperador. En su última visita a Murcia, ya con el Premio Nobel bajo el brazo, acababa de publicar un cuento infantil, 'Fonchito y la luna'. A mis hijos y sobrinos, entonces niños que aún no sabían leer, les obsequió con un ejemplar y una cariñosa y personalizada dedicatoria a cada uno, haciendo un hueco en su horario imposible para conversar unos minutos con ellos. Un tesoro, estoy seguro, que nunca olvidarán.

Antiguamente era usual la expresión 'El emperador ha muerto, viva el emperador', para dar paso al heredero del Imperio.

Tardará mucho en nacer, si es que nace, un escritor digno de ocupar el trono que deja vacante Mario Vargas Llosa.

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