La amistad de Karl Marx y Friedrich Engels no figura en las listas de las más importantes de la historia y, sin embargo, determinó casi ... todo el siglo XX, y mostró que en la camaradería intelectual alguien debe quedar en segundo plano. Ambas conclusiones se desprenden de las páginas de 'Marx's General' (en España 'El gentleman comunista', editado por Anagrama), la biografía de Tristram Hunt sobre el «ayudante» del padre del marxismo que, en estos días, leo documentándome para una traducción.
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Según Hunt, las estatuas de Marx se derribaron en la URSS justo después del fin del Comunismo, mientras que las de Engels quedaron intactas, por su «irrelevancia» en la utopía marxista. No obstante, Engels influyó tanto como su amigo al crear el Socialismo: por ejemplo, su ensayo 'La situación de la clase obrera en Inglaterra' (1845) hizo que Marx –un joven periodista entonces exiliado en París– pasara de interesarse por la alienación religiosa a la realidad material del proletariado.
Lo que Marx y Engels hicieron después es bien sabido. Sin embargo, su amistad fue inicialmente improbable, por su primer encuentro en la Gaceta Renana, en noviembre de 1842, cuando discutieron hasta casi golpearse. Como redactor del medio, Marx reprochaba a su futuro amigo, que sólo era un colaborador esporádico, sus artículos «demasiado radicales», que hacían peligrar la continuidad del periódico. Además, sus caracteres eran opuestos: Engels, alegre y bon vivant; Marx, triste y colérico.
Tras reconciliarse en 1845, su empeño político e intelectual prosperó por su amistad. «Cuando estamos ante un genio debemos servirle, y el resto es envidia» decía Engels, que dirigió treinta años la fábrica paterna en Manchester –un trabajo que odiaba– para mantener a Marx, de quien dependía a su vez su numerosa familia.
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La influencia que los libros de Marx han ejercido –y seguirán ejerciendo– es, también, conocida. Aun así, apenas se sabe que Marx, que en esas décadas vivió en Londres, nunca pisó una fábrica, ni que los datos necesarios para escribir 'El Capital' los dio, por carta diaria, su amigo Engels («El General» lo llamaban, por su disciplina).
Con todo, lo más conmovedor de Engels no fue su fidelidad, sino su dolor por decepcionar a su familia, que repudiaba tanto el ateísmo como el activismo del hijo. No podemos leer 'Marx's General' sin sufrir por este conflicto de lealtades, ni sin advertir que todos construimos nuestra personalidad renegando de parte de lo que nos legan nuestros padres.
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