Se celebrará mañana 9 de abril el 200 aniversario de Charles Baudelaire (1821-1867), poeta que hizo alarde de su modernidad tanto en sus escritos ... confidenciales como en sus ensayos teóricos sobre literatura y arte ('Reflexiones sobre algunos de mis contemporáneos', 'Curiosidades estéticas', 'El pintor de la vida moderna', estudios sobre Poe, Flaubert, Gautier, Delacroix, Wagner, Liszt, etc.). En la Francia que le tocó vivir, por moderno cabía entender al artista actual y contemporáneo que, con dejación de los criterios de fe y autoridad, acata el dictamen de la razón, esa razón que la Revolución de 1789 convirtió en diosa civilizadora. Este concepto de lo moderno puede ayudarnos a entender la creación literaria y artística de la época y a valorar los rechazos a que dio lugar. El ejemplo más significativo de estos rechazos será la condena, en 1857, por el Ministerio del Interior francés, de Madame Bovary, de Flaubert, y de 'Las flores del Mal', de Baudelaire, dos cimas de la literatura universal. Flaubert se defenderá apelando a la realidad: «Mi pobre Enma Bovary vive y gime en mil aldeas de Francia». Baudelaire, en un arranque de indignada ironía, replicará al tribunal: «No he escrito mi libro para Hermanas de la Caridad».
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La modernidad de Baudelaire, que detesta el realismo, reside en la visión innovadora y prospectiva del arte y de la vida. Su poesía y sus ideas ejercen una crítica, demoledora a veces, del presente, y anuncian, de modo visionario o profético, caminos por venir. En el mundo de la poesía, se convierte en un maestro ineludible. Lo fue para los simbolistas Verlaine, Mallarmé y Rimbaud. Y con razón: pues Baudelaire –junto con Wagner y Hegel– sienta las bases del simbolismo. Entrado el siglo XX, nuestro poeta será un referente para Breton y el superrealismo y, a través de este movimiento, para cuantos ismos le siguen hasta el presente. Por mi parte, no concibo que un poeta que se precie de tal, de cualquier lugar y tiempo, no haya sido lector de Baudelaire. Las innumerables ediciones actuales de 'Las flores del Mal' y de 'El esplín de París (o Pequeños poemas en prosa), en todos los idiomas, confirman cuantitativamente su actualidad.
La explicación de esta actualidad reside, en mi opinión, en el hecho de haber rebasado los criterios de modernidad referidos tanto a la poesía y el arte como a la vida y a la moral. Frente a la razón como criterio y guía, la obra de Baudelaire opta por razones parciales que pueden llegar a admitir incluso el principio de contradicción o la conciliación y convivencia de contrarios. Dios y Satán, Esplín e Ideal, cielo e infierno, amor y odio, flores y Mal, etc., conviven con altísima frecuencia en sus poemas y declaraciones.
En lo social y político, Baudelaire fue crítico con las democracias del XIX y con las revoluciones (pese a haber participado activamente en la de 1848), pues unas y otras se han servido del pueblo sin solucionar sus problemas. En Francia, particularmente, sus actitudes políticas le valieron en ocasiones el título de reaccionario. En un siglo –el siglo XX– dominado por partidos, derechas e izquierdas, algunos –Sartre entre ellos– así lo conceptuarán. Por mi parte, no intentaré la defensa ni la condena del poeta. Mi lectura, en 2021, al hilo de sus 'Escritos íntimos', es una lectura de interrogantes: ¿qué decir de sus ataques al consumismo de la clase burguesa, condensadora del mal gusto? ¿Qué decir de sus ideas contra el progreso incontrolado e irracional que llevará al mundo a una destrucción anunciada? ¿Qué decir, hoy, tras la caída del comunismo práctico, de sus reparos al comunismo de Babeuf o al socialismo utópico de Fourier? ¿Qué pensar, en esta sociedad nuestra acosada de imágenes y eslóganes falaces, de sus ataques a cuantos, pretextando la libertad de expresión, abren la puerta a la basura y al infundio? En 'El esplín de París', poema LXX, nos relata con todo lujo de detalles cómo el poeta propinó a un mendigo sexagenario una soberbia paliza. Tras esto se produjo el milagro esperado, con el consiguiente «gozo del filósofo que verifica la excelencia de su teoría»: el mendigo se abalanzó sobre él y le devolvió la paliza. El poeta concluirá: «Parias todos, hermanos e hipócritas lectores: la dignidad no os la van a regalar, tenéis que arrebatarla».
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