Desde la campaña electoral de las Cortes Constituyentes no he dejado de hablar con el amigo García Martínez –LA VERDAD lo tiene más que documentado–. Las afinidades electivas siempre suelen ser recíprocas y, desde la primavera de 1977, no hemos dejado sea de conversar sea de coincidir en nuestros análisis y juicios: Pepe era un manual vivo de moral pública y privada.
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Tenía un magnífico dominio de la hermosa lengua española –«se me pegaría de mis lecturas de Antonio Machado, Azorín, Valle-Inclán...». No sé si él o Adolfo Fernández Aguilar, ambos por demás críticos, conocían mejor a la sociedad murciana; lo cierto es que siempre se han contado entre nuestros «regeneracionistas», que como tribunos populares nunca han abandonado la esperanza.
En este momento de tristeza no acierto a saber si la muerte se la habrá causado la enfermedad o la profunda amargura que le provocaban la sociedad murciana, sus autoridades y representantes y España y sus políticos.
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