'Vistalegre' Julieta Valera

Diario de escritura (LIX)

TIEMPO POR VENIR ·

Domingo, 14 de junio 2020, 01:42

Lunes 1 de junio

Comienzas temprano a corregir exámenes. Quieres terminar rápido para ponerte de nuevo con la novela y empezar en lunes.

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Te llama tu editor de Fórcola. Tu 'Aquí y ahora' está parado en Amazon por problemas de derechos de autor. Una parte sustancial apareció en una web, y no acaban de entender que tú tienes los derechos de lo que has escrito. Más allá de la locura y el sinsentido, la cuestión te da para preguntarte a quién pertenece lo que uno escribe. Los 'posts' de Facebook, los tuits, lo que publicas en el blog, ¿son tuyos o de la plataforma que los acoge? También ocurre con las fotos, con todo lo que subes a la Red. De algún modo, deja de pertenecerte.

Por la tarde sales a caminar solo, con la música a todo volumen en los auriculares. Callejeas a la deriva. Durante un momento entras en una especie de trance, como si te hubieras sincronizado con la ciudad y algo inmaterial te empujase hacia delante. Acabas sudado y por la noche te cuesta trabajo dormir.

Martes 2 de junio

Toda la mañana enviando correos para ponerte al día.

Empiezas a leer 'La piel', el último libro de Sergio del Molino. Todo lo que escribe Sergio es un estímulo para ti. Sus libros te animan escribir. Te sucede con algunos escritores. Su prosa es una especie de acicate que arranca tu escritura y la lanza hacia delante. Recuerdas lo importante que fue leer 'La mirada de los peces' para confiar en 'El dolor de los demás'. Todo lo que ha escrito siempre ha afectado a lo que tú querías escribir. Es, crees, el mejor de los de vuestra generación. El mejor prosista, sin duda. Y uno de los narradores más inteligentes. Eso lo compruebas en este libro extraño situado en el lugar preciso en el que la narrativa, el ensayo y la memoria se dan la mano, un territorio que Sergio maneja de modo envidiable.

Por la noche, veis 'Ministerio del Tiempo'. Funciona por 'momentazos'. Momentos que sirven como un clip y que se hacen virales. Pero es mala hasta decir basta, y absolutamente inverosímil. Se cae por todos los sitios. Aun así, la ves. Y te divierte. Hace unos años escribiste un texto sobre los problemas de las ficciones y los viajes en el tiempo. Especialmente la idea de que la historia es la que es, y que es mejor dejar las cosas como están. Un presupuesto que surge del convencimiento de que vivimos en el mejor de los mundos posibles y que siempre podría ser peor. Es un pensamiento conservador. Si no somos capaces de arriesgar el presente en la ficción, cómo vamos a hacerlo en la realidad.

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Miércoles 3 de junio

Twitter se hace inhabitable por momentos. Es una jauría. Como todas las redes. Se suele decir que la gente, como sucede en los videojuegos, descarga ahí su adrenalina y dice ahí cosas que no diría en la vida real. Nadie insultaría así a la cara. Sin embargo, cada vez más, piensas que eso no es así: las redes –los avatares que creamos en la pantalla– muestran el verdadero rostro de las personas. La gente es más real en la Red, en ese lugar de aparente impunidad, que en la realidad real. Ahí aparece su verdadero yo, su retrato de Dorian Gray.

Durante las primeras semanas de la pandemia, muchos decían que saldríamos mejores y que la presencia de un enemigo común acabaría uniéndonos. Pero la ilusión de unidad rápidamente se ha desvanecido. No solo no salimos mejores, sino que salimos aún peores. Porque cuando está en juego la supervivencia se corre el peligro de que aflore nuestra peor cara. Te viene a la cabeza el 'Ensayo sobre la ceguera', de Saramago, una de las novelas que mejor retrata la crueldad del ser humano cuando se enfrenta a la catástrofe.

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Jueves 4 de junio

Llevas toda la semana sin escribir. Estás desconcentrado. Afortunadamente, sabes que el día no es la unidad de medida de la escritura, sino la semana. No recuerdas dónde lo leíste, pero lo has incorporado a tu modo de pensar. Puede pasar un día, dos, tres, en los que no hagas nada –hay días que se van por cuestiones inesperadas–, pero lo preocupante es la semana. Una semana en blanco. Terrible no solo por no haber avanzado, sino por no 'haber habitado' el texto. Porque estar fuera de un proyecto durante una semana requiere después un tiempo de entrada.

Comienzas a pensar en desconectar. Alejarte un tiempo de las redes sociales, también de WhatsApp. Demasiados favores, demasiadas peticiones. Empiezas a no dar abasto. A los textos que te llegan para que les eches un vistazo, a las peticiones... a todo. Te cuesta decir que no. Sobre todo, porque piensas que decir que no es un modo de defraudar a los demás. Y eso, como ya te dijo tu psicóloga, es tu mayor miedo, que no te quieran. Pero hay un momento en que ese intentar decir sí a todo, a todos los favores, a todas las peticiones, acaba pasando factura. Así que decides cerrar. Iniciar poco a poco una retirada del mundo. Ahora es cuando te vendría bien el confinamiento para centrarte en tu novela. Y eso es lo que decides hacer. Apagarlo todo durante unos meses. Para respirar, pero sobre todo para escribir. Para entrar en el tiempo de la historia. Y salir cuando tú lo necesites. Habitar tu propio tiempo, no el tiempo –y las necesidades– de los demás.

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Viernes 5 de junio

Samantha Schweblin gana el Premio Mandarache. Por supuesto, no lo ocultas, hay una pequeña decepción. Es normal, preferirías haber ganado tú. A eso y a cualquier cosa. Pero el Mandarache tal vez sea el premio que menos importa ganar, porque haber sido elegido y que te lean tantísimos jóvenes es ya un premio en sí. Además, es el galardón más limpio. Son los lectores los que votan. Miles. Y ahí no hay ni trampa ni cartón. A los chicos les ha gustado más otra novela. No hay más discusión.

Y, aun así, adviertes dentro de ti esa pequeña decepción. Describes en un cuaderno las emociones. Las examinas. Lo que sientes. No lo puedes negar. Y es mejor explorarlo. Lo haces a veces. Sobre todo, con la decepción, más que con la alegría. Saber por qué sientes lo que sientes. Intentar explicarlo, dar sentido a algo que racionalmente se te escapa.

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Sábado 6 de junio

Te encuentras con tus hermanos en El Yeguas. Es la primera vez que los ves desde que se decretó el estado de alarma. Entras al bar con la mascarilla puesta y te estremeces al contemplar la imagen desde fuera. No hay ficción capaz de imaginar una realidad así. Mascarillas en El Yeguas. No puedes procesarlo del todo. Tampoco puedes reprimir el abrazo con tus hermanos. Han sido demasiados meses sin verlos.

Después, celebráis el fin de exámenes. Es también extraño que puedas comer y beber con algunos estudiantes y no hayas podido examinarlos en el aula. Llevas vermús de Luis de Rosario y muchas de las cervezas que compraste durante el confinamiento. Te has propuesto vaciar tu casa de alcohol para que en el próximo encierro reine la sobriedad. Hoy, en cambio, sí que bebes. Cantáis el último tema de Barroco Siffredi. Y en el fondo todo suena a despedida.

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Domingo 7 de junio

A pesar de la noche larga, la resaca no es grande. Retomas la novela y relees lo que llevas escrito. Te vuelves a meter en la historia, aunque te cuesta volver a situarte en el lugar de enunciación del narrador, y aún más regresar al tono, a la voz precisa con la que habías comenzado a contar la historia. Aún no está modelada del todo. No es tan fuerte como para regresar con facilidad a ella. Necesitas afianzarla en las próximas semanas. Quizá por eso también decides abandonar unos meses este diario. Lo comunicas al periódico. La semana que viene será la última. Volverás después del verano, pero ahora necesitas recogimiento. Y también silencio. Solo escuchar el sonido de la historia que has comenzado a escribir. El resto es ruido.

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