Juan Ortega Rubio (La Puebla de Mula, 1845-Madrid, 1921).

Centenario de un ilustre murciano, don Juan Ortega Rubio

Aún estamos a tiempo de celebrar el aniversario de un hombre docto y bueno

Martes, 11 de enero 2022, 00:08

En este mismo diario, el pasado día 16 de octubre, el profesor don Pedro Ortega Ruiz realizó una hermosa semblanza de su antepasado, don Juan ... Ortega Rubio (La Puebla de Mula, Mula, 1845-Madrid, 1921), en la cual hacía hincapié en su amor a la Historia y a la verdad, y ponía de manifiesto lo que algunos de sus libros de texto significaron en la formación de historiadores en España y América.

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También se quejaba, con razón, de que el centenario de su muerte, acaecida el 28 marzo de 1921, esté pasando desapercibido tanto en su tierra natal como en el resto de la Región, seguramente porque su vida transcurrió fuera de Murcia, a partir del momento en que fue a estudiar al madrileño Instituto San Isidro, donde, en 1866, obtuvo el Bachillerato en Artes; y en la ciudad de Valladolid, en la cual fue catedrático de Historia Universal y de Historia Crítica de España. Allí se casó con doña Brígida Pérez Pereda, con la que tuvo dilatada descendencia.

En 1895 pasó como profesor a la madrileña Universidad Central, en cuyas aulas se había licenciado en Filosofía y Letras en 1869, doctorado un bienio después y trabado gran amistad con don Emilio Castelar, que le había llevado a militar en el republicanismo. De hecho, cuando este se jubiló, don Juan ocupó su cátedra en aquella institución.

Sobre Ortega y Rubio hay mucho que investigar, relacionado con sus labores pedagógicas, divulgativas, periodísticas, no en vano fue redactor-jefe de la conocida Revista Contemporánea, editada en Madrid entre finales de 1875 y mediados de 1907, y en las Academias de las que formó parte, las de la Historia, San Fernando y Bellas Artes de Valladolid.

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Sin embargo, nunca se olvidó de Murcia, como lo prueba que, el 9 de septiembre de 1906, en el Teatro Circo, impartiera un sentido discurso en los Juegos Florales organizados durante las fiestas patronales de la capital murciana. En él, además de mencionar su papel en la fallida constitución de la Universidad Libre de Murcia (1869-1874) y lamentarse de que muy pocos de los asistentes al acto supieran quien es, dijo: «Soy de los vuestros; me veo aquí lo mismo que si me encontrase entre personas con quienes me uniesen lazos de cariño y de parentesco (...) Aunque se pasan años sin ver a Mula y a Murcia, soy muleño y murciano con toda mi alma y con todo mi corazón...».

Sentimientos tan nobles hacia su tierra habían tenido respuesta en el concejo de Mula años antes, cuando, el 17 de abril de 1890, mandó poner en el salón de sesiones una lápida de mármol con su nombre, inexplicablemente retirada de su lugar hace años, en la que se reseñaban sus méritos profesionales y académicos. Y, el 24 de junio de 1919, onomástica de don Juan, que se encontraba recién jubilado, Mula en pleno dio su nombre a la principal calle de la ciudad, la de las Boticas.

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Con tal motivo, el hebdomadario local La Semana editó un número extraordinario de 15 páginas, en el que colaboraron desde el Rector de la Universidad Central, a la sazón don José Rodríguez Carracido, hasta muchos de los escritores locales y personas de la talla de Antonio Goicoechea, yerno de don Juan, ministro de la Gobernación en uno de los gabinetes de Maura y senador por la provincia de Murcia entre 1921 y 1922; o de don Juan Antonio Perea Martínez, muleño y, en ese tiempo, gobernador civil de Vizcaya. El ilustre don Francisco Rodríguez Marín, folclorista y filólogo, glosó sus virtudes en otro número del mismo semanario.

Termino diciendo que aún se está a tiempo de celebrar el centenario de un hombre docto y bueno, al que no se le conocieron enemigos; trabajador infatigable; enamorado de su profesión; patriota y murciano de pro, pese a vivir la mayor parte de su existencia fuera de Murcia, al que únicamente se recuerda en la ciudad de Mula porque uno de los dos Institutos de Bachillerato lleva su nombre. Pues no debe olvidarse que los pueblos, al recordar y festejar a los sabios nacidos en su seno, los honran y, haciéndolo, se honran a sí mismos.

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