La casa en la que nos cuidamos
Mi primera intervención en esta mesa pasó de soslayo por un tema que, como arquitecta, me resulta especialmente interesante y que, por cotidiano y necesario, ... quiero pensar que a ustedes también. Por eso voy a profundizar un poco más en ello asumiendo que mis palabras no son solo mías, sino que se entretejen en un discurso colectivo.
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La pandemia nos ha hecho mucho más conscientes de cómo nuestras casas pueden ofrecer un entorno de calidad para las horas de descanso, de convivencia o de trabajo que pasamos en ellas. Hemos valorado las ventanas bien ubicadas, los balcones amplios, la luz natural, la ventilación cruzada, el sol entrando a raudales en invierno y la sombra de toldos, persianas o contraventanas en verano. Pero hoy vengo a hablar de algo mucho más prosaico y a la vez profundo y es de la relación que establecen nuestras viviendas con los asuntos domésticos. Una cuestión que la revisión de la arquitectura desde una perspectiva de género está reivindicando de forma contundente, aunque para ser rigurosa, esto no es una novedad y para quien quiera ahondar en la exploración histórica de este tema vuelvo a recomendar aquí el libro 'Mujeres, casas y ciudades' de Zaida Muxí.
Pero a lo que iba, es evidente que en muchas de nuestras viviendas las tareas relacionadas con los cuidados se han obviado o relegado a los espacios residuales, mal orientados, con poca iluminación o alejados de los lugares centrales de la casa provocando su invisibilización. Y esto no es solo una cuestión de confort pues el hogar, como bien señala Zaida en su libro, es el sitio donde se inicia el camino hacia la convivencia en igualdad y se cimientan los valores con los que nos hacemos adultos. Así que habitar espacios que perpetúan la marginación de una parte de nuestra existencia, la imprescindible dedicación a los cuidados tiene un gran impacto social.
Sin menoscabo del indudable interés que presentan los modos de vida fomentados por la modernidad líquida y sus sujetos nómadas, es sin duda oportuno igualmente atender a un concepto de habitabilidad estable que aún hoy es válido, aunque eso sí, requiere de una profunda actualización que amolde sus formas a los cánones de una arquitectura igualitaria, inclusiva y contemporánea que ponga atención en las labores cotidanas y facilite su socialización.
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Buenas preguntas
A mis alumnos les digo muchas veces que un buen proyecto es aquel que responde de forma espacialmente atractiva a buenas preguntas. Desde este punto de vista, la idea no es más que añadir interrogantes a los que dar réplicas con las que la esfera de lo reproductivo no quede subyugada, oculta o como una dimensión de la vida de menor categoría. Por poner ejemplos, ¿la persona que cocina está irremediablemente sola y aislada mientras prepara la comida? ¿Lo hace con poca luz natural, con el extractor puesto continuamente porque la estancia no ventila bien y viendo siempre el mismo triste patio interior? ¿Mientras alguien cocina puede haber otra persona echando una mano o realizando otra tarea doméstica en su compañía? ¿Cuántos días usamos la mesa del comedor? ¿Podemos tender la ropa mientras disfrutamos de vistas al bullicio de la calle o a los árboles de una plaza? ¿El recorrido de la ropa desde que se ensucia hasta que se vuelve a guardar limpia es eficaz y cómodo? ¿La configuración de la vivienda ayuda a que las tareas domésticas sean visibles por todos los habitantes y así puedan ser conscientes de que existen?
La filósofa y feminista Silvia Federici nos cuenta que, tras el rechazo al trabajo doméstico como destino natural de las mujeres, extendido durante el periodo que siguió a la Segunda Guerra Mundial, comenzó a reivindicar la importancia de las tareas reproductivas como sustento de la vida tal y como la conocemos. Lo que nos lleva al razonamiento evidente de que proporcionar espacios adecuados y de calidad a estas labores es tan importante para dar soporte al resto de los trabajos remunerados como la idoneidad de los propios espacios productivos o de reposo.
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Además, no podemos obviar que la distribución habitual del espacio doméstico ejerce un poder oculto sobre nuestras vidas, porque todo lo cotidiano parece natural e irremplazable, así que la puesta en valor de las tareas domésticas y la inaplazable socialización y desvinculación de estas al género femenino conllevan un profundo cambio social y en este escenario renovador la arquitectura, como siempre, tiene la capacidad de alinearse con los posicionamientos progresistas asumiendo su papel en el desafío ¿Cómo? Poniendo la vida real en el centro.
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