Capitán de periódicos
No hay mayor dolor que rememorar el tiempo feliz en la desdicha, le dijo Francesca a Dante en el canto quinto de 'La Divina Comedia'. Eso siento ahora cuando después de la durísima batalla, una suave brisa llegada a la terraza de su casa en la albufereta alicantina, acaba de llevarse la vida de mi amigo fraterno Juan Francisco Sardaña Fabiani.
Sardaña forjó una de esas biografías irrepetibles, cuyo modelo y gestas nunca podrá superar nadie. Desde la dictadura a la democracia fue el árbitro periodístico de una época tan trascendente como la transición política, y cuando el periódico decía la última palabra siempre lo hizo con firmeza e independencia. Así se ganó el afecto y el respeto de todos los colores en litigio, y algún sobresalto también se llevó.
Eugenio Scalfari, el mítico fundador del periódico italiano 'La Reppublica', nos dejó la definición más precisa, que le viene como anillo al dedo a Juan Francisco Sardaña: «Periodista es el que dice a la gente lo que le pasa a la gente». Ese fue el modelo de periodismo vocacional al que dedicó su vida entera. Con sus tres mosqueteros, García Martínez, Carreres y Enrique García Gallego, capitaneó un compacto ejército de redactores y colaboradores que conquistaron todo el Sureste español; todos ellos, individual y profesionalmente, irradiaban un resplandeciente esplendor. Llevando siempre la iniciativa, el trabajo bien hecho y documentado y el mejor reporterismo en la calle, mezclando al periódico con los anhelos de la gente; vibrando sinceramente al unísono con sus aspiraciones colectivas, LA VERDAD alcanzó la más alta difusión, superando los cincuenta mil ejemplares que le convirtieron en el líder interregional del periodismo español. Difícilmente podrá repetirse esa gesta periodística que él capitaneó y cuya semilla le dejó sembrada Venancio Luis Agudo. Después, hasta su jubilación, le dio tiempo a fundar o dirigir otros siete diarios más.
Y aquí me tienen a mí ahora, en este momento del adiós. Mis palabras más sentidas son para Lola Ripoll, su mujer. Ni siquiera Agustina de Aragón le supera en heroísmo, porque ha tenido la entereza y valentía de darle todo su amor durante este calvario, cuidándolo y protegiéndolo. Y también para sus hijos María Dolores, Juan, Miguel, Jaime y Aurora, que le han acompañado en sus últimos momentos.
Con él se van todos los días alegres, las largas sobremesas nocturnas, los viajes felices e inolvidables junto a Lola y Concha, que nos llevaron a lugares lejanos o a los recónditos paisajes de la Murcia profunda. Tantas historias comunes, personales y profesionales vividas, o proyectos conjuntos del periódico y la radio, como los Juegos Típicos Regionales de tan feliz recuerdo.
Aquí estoy debatiendo sobre el misterio de la vida y la muerte, creyendo que nunca podremos desentrañarlo, cuando de pronto lo descubro en el periódico. Un día estás en tu casa, te vas andando hacia el hospital, y al siguiente desapareces para siempre.