El «bazar chino» de Ramón Gaya: los objetos que le acompañaron en vida
El museo de la Casa Palarea de Murcia expone objetos que acompañaron al pintor y escritor a fin de recrear un retrato de lo más fidedigno de su personalidad
Muchos de los objetos personales de Ramón Gaya (Murcia, 1910-Valencia, 2005), el pintor y escritor murciano reconocido en 2002 con el Premio Velázquez a ... toda una trayectoria de excelencia en el arte, pueden visitarse en su museo de la Casa Palarea de Murcia, en la plaza de Santa Catalina. Libros, fotografías, postales, carteles... y algunos de sus numerosísimos apuntes recogidos en cuadernos. Incluso hay un aforismo inédito en un folleto. Cosas difíciles de ver y de exponer, según reconoce el director del Museo Gaya, Rafael Fuster, comisario de la muestra 'Gabinete de curiosidades', visitable en la segunda planta del edificio hasta finales de marzo. «Yo considero que estos objetos tienen interés», explica Fuster, «porque son las reproducciones de los cuadros que luego pasan a sus cuadros». Son los objetos que acompañan a Gaya en sus distintas casas a lo largo de 95 años de vida entre Europa y México, donados al Museo por su viuda, Isabel Verdejo. «Viendo qué representan estos objetos tenemos un retrato clarísimo de Ramón Gaya».
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En estos objetos vamos a encontrar las querencias de Gaya. Por ejemplo, encontramos su devoción por la pintura japonesa o por la tauromaquia y su interés en Tiziano, Corot, Miguel Ángel, Fidias, Rembrandt, Picasso, Toulouse-Lautrec o Van Gogh, entre otros muchos artistas.
«Para mí, la pintura moderna se termina en un desnudo de Eduardo Rosales», decía Gaya: «¡Cuando se piensa que por esos mismos años Eduardo Rosales nos daría -con una naturalidad milagrosa- el... mejor, el más pleno, el más consistente, el más radiante, el más hermoso cuadro de toda la pintura moderna: su gran ¡Desnudo de mujer!». Del matrimonio Arnolfini de Van Eyck, afirma el murciano: «Van Eyck es infinitamente más fresco y más tembloroso que cualquiera de los impresionistas». «[La obra] 'Los esposos Arnolfini' de Van Eyck tiene, como se sabe, un espejo en la pared del fondo que recoge de nuevo la escena del cuadro; siempre me pareció lleno de sentido, porque viene a ser como darle, diríase, silenciosidad al silencio que es ya esa obra. La gran atracción».
Dice Fuster que no gustándole demasiado Degas a Gaya, «va a pintar mucho sus bailarinas en el Musée d'Orsay. Hay fotos con el museo lleno y él dibujándolas». Vamos a encontrar también en este 'Gabinete de curiosidades' la ciudad de Venecia, que a Gaya le cambia la vida. «Hay un antes y un después en su forma de hacer, no es el mismo después de conocer Venecia, donde escribe 'El sentimiento de la pintura' (1960)».
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«Gaya no desdeña el arte contemporáneo, pero Picasso le parece que tiene un genio, algo espontáneo y muy vivo en él. Era un pintor soberbio, fuera de lugar, aunque echaba poco de menos que no volviera a la figuración, al menos en su última etapa»
Rafael fuster
Gaya, nacido en Murcia, fue becado por el Ayuntamiento de Murcia para ir a París, donde llega a conocer a Picasso de la mano de otros dos murcianos, Pedro Flores y Luis Garay; vinculado a las Misiones Pedagógicas y a 'Hora de España', vivió el exilio en México, y vuelve a instalarse en Europa a mediados de los años 50. «Lo que yo entiendo por mi casa es Europa», dirá Gaya. «Era muy peregrino», añade Fuster, pues llega a tener casa en Madrid, Valencia y Roma, donde vivirá cerca de Piazza Navona. «Pero a Venecia irá mucho, le maravilla, tiene muchos escritos sobre la ciudad donde él ve nacer a la pintura, haciendo una alegoría en la que esa mujer sale de sus aguas. Es la ciudad de Tiziano, de Vittore Carpaccio, de Tintoretto, de Giovanni Bellini».
En esta exposición también conocemos a algunos de sus amigos. Hay un retrato que el poeta Tomás Segovia pinta del murciano, que se conserva deteriorado, de 1948, «donde Gaya aparece simpático», señala Fuster. La soprano Victoria de los Ángeles, para quien ilustra el cartel de uno de sus conciertos que luego Trapiello va a citar en sus diarios; su compañero de penurias en México, el compositor y también pintor Salvador Moreno; Pedro Flores, Pedro Serna o Cristóbal Hall. Hay también portadas de libros en francés y en italiano. Referencias a Picasso y a Klee, dos de los pintores modernos a los que salva. «Gaya no desdeña el arte contemporáneo, pero Picasso le parece que tiene un genio, algo espontáneo y muy vivo en él. Era un pintor soberbio, fuera de lugar, aunque echaba poco de menos que no volviera a la figuración, al menos en su última etapa». También muestra predilección por Isidro Nonell.
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«Gaya viaja en realidad a ver todo esto», afirma Fuster. «Hace el esfuerzo de ir a París a conocer a Cézanne, no físicamente, sino su obra, porque dice Gaya que él tiene «amigos perennes»; va a ver a Miguel Ángel a Florencia, a Holanda a ver a Van Gogh... Todo esto que vemos aquí es un cuaderno de viajes. Es un comprador compulsivo de postales, tiene cientos y cientos...». En México, cuando Gaya vive alejado de la pintura española y no puede ver a Velázquez, a Tiziano, a Murillo, compra las reproducciones y monta sus altarcicos, como dice Concha de Albornoz, que son su manera de invocar a la pintura». También descubrimos su afición a la tauromaquia, y sus viajes por España, como, por ejemplo, Cuenca. «No hay nada anecdótico», anota Fuster. Hay una caja con espátulas que le regala Tomás Segovia. Un trapo para limpiar los pinceles. «Una miscelánea, una especie de rastrillo o bazar chino que nos ayuda a componer un retrato de Gaya», insiste Fuster.
Cinéfilo y melómano, Gaya es un pintor solitario, adorado por «una inmensa minoría», pero muy fiel. Gente como María Zambrano, Juan Ramón Jiménez, Octavio Paz, Juan Manuel Bonet, Andrés Trapiello, Eloy Sánchez Rosillo, José Rubio... «Crear un museo unipersonal es tremendamente complicado, no sé si hoy podría ser posible hacerlo, pero Murcia lo consiguió y, pese a las voces en contra, aquí está», destaca Fuster.
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