Son ya innumerables los valientes, necesarios e incómodos discursos, ¡y a la vista está que infructuosos!, que el valiente y lucidísimo escritor israelí David Grossman ... ha pronunciado en favor de la paz entre su pueblo y los palestinos. Recuerdo, por ejemplo, el que protagonizó en Tel Aviv, con motivo de un aniversario del asesinato de Isaac Rabin, que tituló 'Israel está sacrificando su propio milagro'. Como siempre pasa con un sector no precisamente pequeño de sus compatriotas, se esperaban con expectación las palabras de Grossman, crítico con el ardor guerrero de algunos dirigentes de su país y voz clara que predica, en el desierto, la necesidad de acabar por las buenas con el enfrentamiento con el maltrecho pueblo palestino.
Un discurso que, curiosamente, escribió tras el luto verbal que guardó mientras se acostumbraba, a la fuerza, a convivir con el dolor ácido instalado en su vida tras la muerte de su hijo militar de 20 años, Uri, destrozado allá en una guerra con Líbano justo cuando menos se esperaba que hubiese más víctimas, de uno y otro lado, porque se había acordado ya el alto el fuego. Qué inesperado terror cayó sobre su familia: se acordó el alto el fuego justo cuando se quedaron sin Uri entre sus brazos y con un porvenir con el que han tenido que batallar sin violencia para evitar que todo fuese ya en el hogar tan solo tristeza y frío.
Un futuro, pese a todo, en el que el intelectual israelí se introdujo dispuesto a seguir defendiendo, con una serenidad increíble, la esperanza, tan difícil de entender en quien acaba de perder al hijo amado del que le devolvieron su cadáver. En Tel Aviv, entonces, se dirigió públicamente al entonces primer ministro Ehud Olmert para pedirle: «Diríjase al pueblo palestino. Diríjase a sus heridas profundas, reconozca su constante sufrimiento. La simple compasión, precisamente en medio del odio y la parálisis, tiene un poder tremendo».
«Por una vez», pidió el autor de obras como 'La vida entera', cuya última novela editada en España es 'La vida juega conmigo' (Lumen), «miremos no a través del objetivo de un fusil, y entonces verá un pueblo no menos castigado que el nuestro. Un pueblo ocupado, oprimido, sin esperanza». «No hay más solución para acabar con tantos muertos por la ira, con tanta ira que exige venganza, con tanta venganza por ser saciada, con tanto déficit de justicia humana y divina», proclamó, que «dividir la tierra para que se establezca un Estado palestino». Eso es, dividamos y venceremos todos, y así descansaremos los vivos y los muertos. Pero nada: desde entonces no ha cesado la lluvia de piedras sobre la paz.
Eran las palabras, sin rencor, sin furia, de un padre que por unas tristes horas no tuvo al hijo amado vivo de regreso a casa. Uri Grossman estaba a punto de cumplir 21 años de edad cuando su carro blindado quedó hecho un asco tras ser blanco de un misil con la firma de Hizbulá. Y se acabó la vida del joven, que apenas hacía nada que habló con su familia por teléfono para quedar en celebrar juntos la siguiente cena del Shabat judío.
Hace muy pocos días, David Grossman volvió a alzar su voz. Alcanzando cifras con nombres y apellidos de más de 1.300 muertos, 3.200 heridos y centenares de rehenes y prisioneros de todas las edades, la brutalidad de los terroristas de Hamás sorprendió a todos por su novedad: ha dejado teñido de sangre, y en entredicho a sus sorprendidos servicios secretos, a Israel. Y su respuesta no se hizo esperar: ojo por ojo.
En Israel, «cada superviviente es la historia de un milagro. De presencia de ánimo y de valor», ha dicho el escritor. Pero la venganza no aplacará el odio palestino, y vuelta a empezar. Grossman ha resaltado la arrogancia del mandamás israelí Benjamín Netanyahu, quien, en efecto, equivocadamente, creyó haber logrado distanciar el problema palestino de las relaciones, tan complicadas, entre Israel y los países árabes. Pero tiene razón el escritor, la vorágine de violencia sin piedad con la que ha respondido Israel amparándose en su legítimo derecho a la defensa demuestra que es «imposible remediar la tragedia de Oriente Próximo sin proponer una solución que alivie la carga de la ocupación».
Sobresaltos
Desde luego, reitera, «la ocupación constituye un crimen», pero la deshumanización y la barbarie mostrada estos días por los desgraciados de Hamás es «un crimen más atroz». El mal ha pulverizado el más mínimo atisbo de sentido común, y las consecuencias apuntan hacia un odio todavía mayor hacia Israel y nuevas espesuras sobre un panorama internacional que admite ya pocos sobresaltos.
¿Cuánta gente que merece mucho la pena será víctima estos días que vendrán de la locura? ¿Cuántas muertes más de hombres y mujeres jóvenes, de bebés, de ancianos, de niños? ¿Cuánta muerte, dolor y destrucción más sobre tantísimas personas cuyo horizonte debería ser siempre celeste, como cantaba el poeta palestino Mahmud Darwish?
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión