Relojes del final
No deja de ser aterrador hablar en estos términos. Es traer al frente el Apocalipsis y no deja de ser así, porque la reflexión sobre ... lo que haríamos o dejaríamos de hacer, si llegara el caso, aunque metafórico, no deja de ser conmovedor. Lo cierto y verdad es que no es cosa de ahora, sino de hace mucho. Se sitúa en 1947 la comunicación de los científicos atómicos titulada Doomsday Clock, que reeditan cada año marcando los minutos que faltan para la medianoche, simbolizando el final del mundo. Es una forma peculiar de medir lo cerca que está la Humanidad de su propia desaparición. En la cuantificación de esos minutos que se suponen cada año, se incluyen los riesgos que se estiman peligros globales, desde las armas nucleares, hasta las pandemias o enfermedades, agresiones medioambientales o las tecnologías emergentes.
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Para este año, 2022, se ha situado en 100 segundos para la medianoche. No ha variado desde 2020. La crisis climática y la Covid-19 lo justifican. No ha servido para mucho el avance que se desprendió del 'parón' medioambiental de 2021, con motivo de las restricciones impuestas por la pandemia.
Letal
La cuestión no es banal. El boletín de los Científicos Atómicos fue instituido por un grupo de investigadores nucleares, que intervinieron, como Alexander Langsdorf, nada menos que en el proyecto Manhattan, en el que se desarrolló la bomba atómica de infausto recuerdo en la Segunda Guerra Mundial. Inicialmente, dedicó su atención a amenazas nucleares, cuando Estados Unidos y la extinta Unión Soviética andaban enredados en la carrera armamentística. Desde 2007, incluye una amenaza que puede resultar todavía más letal, cual es la asociada al cambio climático. Una expresión gráfica de un reloj que marca los minutos que restan, va justificado por las razones que sustentan la propuesta. Desde 1973 el Consejo de Ciencia y Seguridad de la Revista, constituido por científicos y expertos en tecnología nuclear y ciencias del clima, además de hasta un elenco de 14 premios Nobel, se reúne y debate los eventos mundiales en curso y reinicia el reloj. No es cosa de aficionados, camuflados de expertos, por tanto.
Es obvio señalar que el reloj nunca ha llegado al final, pero ha estado cerca. En 1991 se situó a 17 minutos de la medianoche, cuando Bush firmó el acuerdo de reducción de armas estratégicas con la Unión Soviética. En 2016 estuvo a 3 minutos de la medianoche, cuando el acuerdo nuclear de Irán y el climático de París.
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No es la única forma de estimar lo que nos queda como Humanidad. Hay, como alternativa, un 'glaciar del juicio final'. Con una extensión de 120 kilómetros de costa helada y una profundidad de hasta 1.200 metros, constituye una masa de hielo flotante, la mas grande del mundo, en el mar de Amundsen, en la Antártida. Al derretirse aporta hasta un 4% anual del aumento del nivel del mar. Su cualificación como 'glaciar del juicio final', se debe a que al derretirse podría desencadenar una acción glaciar en cascada en la Antártida, que puede sorprendernos en cualquier momento. En las últimas décadas las observaciones desvelan que el glaciar está cambiando dramáticamente debido al cambio climático. Ya se ha contabilizado que ha perdido hasta 900.000 millones de toneladas de hielo desde el año 2000 y se ha duplicado en los últimos 30 años. Ahora, pierde en torno a 45.000 millones de toneladas de hielo mas que lo que incrementa en forma de nevadas anualmente. Es posible que esté cerca de la fusión irreversible.
Calentamiento global
Desde el Departamento de energía mecánica del MIT nos alertan de cinco desafíos para el momento actual, de necesariamente hay que solucionar: uno es el almacenamiento térmico de la red, vehículos eléctricos y edificios, para usar la energía cuando se precise; un segundo desafío es la famosa decarbonización de los procesos industriales que suponen hasta el 15% de las emisiones globales; un tercer desafío es el enfriamiento que, en la forma de acondicionamiento de aire y enfriamiento, usa compuestos, hasta 2.000 veces masdañinos para el calentamiento global que el dióxido de carbono; un cuarto desafío es el transporte de calor a larga distancia que debe emular al de la electricidad; finalmente,los revestimientos en la construcción deben poseer una conductancia variable adaptable a la entrada y salida de calor.Solucionando estos problemas, dispondremos de unos 20 o 30 años para contener el incremento de temperatura en unos 2 grados.
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