Miguel López Morell: «El sector aún debe luchar con debilidades como la carencia de marcas propias»
El historiador Miguel López-Morell está ultimando un libro sobre los cien años de la Agrupación de Conserveros (Agrupal), que se cumplen en diciembre.
–¿Qué elementos permitieron a la industria conservera trascender su peso económico para llegar a convertirse en todo un referente social y cultural de la Región de Murcia?
–La industria de la alimentación en general y la conservera en particular han sido actores de primer nivel de la economía murciana en este último siglo. Ha sido, sin duda alguna, el sector que más ha descollado, el que ha generado más empleo y ha aportado más valor añadido a la economía regional. Además, por su influencia han crecido poblaciones y se ha podido generar un distrito industrial agroalimentario de primer nivel.
–Sin embargo, la industria de la conserva llegó tarde a la Región de Murcia, décadas después de que lo hiciese a España. ¿Supuso esto una ventaja porque se aprendió de los errores de otros y eso le permitió despegar mejor o cómo es que aquí logró la potencia tan grande que adquirió?
–Efectivamente, la conserva vegetal se desarrolló antes en otras regiones, como La Rioja, pero la Región de Murcia tomó pronto una ventaja innegable por varias razones: en primer lugar, porque disfruta de un marco productivo agrario privilegiado, en el que la materia prima de la huerta ha demostrado unos niveles de calidad de producto sin par en el marco europeo. Por otro lado, los empresarios del sector han demostrado siempre capacidad sorprendente de buscar oportunidades de negocio, en condiciones a veces muy precarias; y, por último, el sector ha manifestado una obsesión perenne por exportar, mucho más que otras regiones, lo que le ha permitido generar más valor. No puedo dejar de mencionar el papel de Agrupal, como asociación de productores, a la hora de mejorar las condiciones legales y productivas del sector. En este punto, ha sido crucial su papel a la hora de mejorar y armonizar la calidad de las producciones y generar investigación e innovación, a través de colaboraciones con las universidades y creando el Centro Tecnológico de la Conserva y la Alimentación y sus antecesores.
«Esta actividad manifestado aquí una obsesión perenne por exportar, mucho más que en otras regiones»
–¿Se pudo haber evitado la caída de casi todas las grandes conserveras en los años 90?
–En las condiciones en las que trabajan empresas como Prieto, La Molinera o Hernández Contreras era imposible continuar. Se suele achacar su caída a cuestiones financieras. Es cierto, pero más allá de estar mal capitalizadas, a estas empresas les faltó también capacidad de adaptación a unos mercados que estaban cambiando muy rápido. También necesitaban de mucha profesionalización en la gestión, lo que hubiera evitado conflictos internos en empresas que eran todas ellas familiares. Por último, aunque hay más elementos, incidiría en la necesidad de modernizarse tecnológicamente para reducir sus costes y mejorar la productividad. Las empresas conserveras supervivientes son, precisamente, la antítesis. Han aprendido la lección: tienen un equilibrio financiero razonable y una gestión muy profesionalizada; han buscado nichos de mercado donde son muy competitivas, y son ejemplares en innovación, gracias a procesos de inversión continua, incluida la I+D. Aunque a este respecto siempre se puede hacer más.
«De la industria conservera que cayó en los años 90 nos ha quedado mucho más de lo que se perdió»
–¿Qué nos ha quedado de esa industria?, ¿qué actividades han heredado la fortaleza que adquirió el sector?
–Nos ha quedado mucho más de lo que se perdió en esa y en otras crisis. La conserva ha perdido peso sobre el conjunto de la industria alimentaria, pero ha posibilitado el desarrollo de otros subsectores. Murcia es ahora líder absoluto en zumos, caramelos y elaborados cárnicos, y da la cara en otros como los congelados, las especial y la alimentación infantil. Por otra parte, la industria alimentaria autóctona ha generado importantes arrastres sobre una industria auxiliar y una serie de servicios profesionales propios, cuyo desarrollo hubieran sido impensable sin su existencia. Solo hay que ver el nivel que han tomado las empresas de envases de la Región, que descuellan sobremanera a nivel nacional e internacional.
–Usted lleva meses investigando para el libro '100 años de Agrupal: economía, empleo e innovación en la industria alimentaria'. ¿Es un compendio de los conocimientos que ya se tenían sobre el sector y la agrupación o ha descubierto algo que le haya sorprendido?
–No he estado solo en esta aventura. Yo he coordinado toda la obra y he escrito la primera parte, pero todo ha sido un esfuerzo colectivo, donde he podido contar con los mejores expertos. Desde luego, el libro incorpora una puesta al día de lo que se ha escrito hasta la fecha, pero hemos querido ir más allá incorporando múltiples entrevistas a empresarios y técnicos con largas experiencias en el sector y mucha información inédita de archivo.
«Gran parte del éxito de la industria alimentaria murciana es haber aprendido de errores del pasado»
–¿Cuándo saldrá el libro?
–El libro se presentará en la Asamblea General de Agrupal, el viernes 22 de noviembre.
–Tras desgranar el pasado de la industria alimentaria de la Región de Murcia, ¿qué le augura a este sector para el futuro?
–Un futuro muy alentador. Creo está llamado a mantenerse como uno de los ejes vertebradores de la economía regional. Condiciones no le faltan, aunque no debe dejar de luchar con ciertas debilidades, como el tamaño insuficiente de algunas empresas, la carencia de marcas propias y no deber olvidar el esfuerzo tecnológico.
–¿Qué más le gustaría contar?
–Creo que los empresarios y trabajadores del sector pueden y deben sentirse muy orgullosos del camino recorrido. Hoy, la industria alimentaria murciana produce y genera más valor añadido que en el pasado y lo hace con unos niveles de competitividad comparables con el de cualquier otro país del Mediterráneo o con condiciones climáticas equiparables en territorios de ultramar. Gran parte del mérito reside en haber aprendido y corregido errores del pasado, lo que le hace ser muy resiliente.