Un panal de abejasen la Región de Murcia. Guillermo Carrión/ AGM
Historias de los pioneros

El glorioso pasado de nuestra industria de las abejas

La Reconquista dejó un vacío demográfico en el antiguo reino de Murcia que favoreció la proliferación de enjambres. En el siglo XVIII, un apicultor local explotaba más panales que casi cualquier municipio francés

Martes, 24 de septiembre 2024, 00:16

No hay duda de que por estas tierras ya se cosechaba la miel de las abejas hace más de 8.000 años. No existe en el mundo un registro más antiguo que evidencie esta actividad que el de la cueva del municipio valenciano de Bicorp, a apenas medio centenar de kilómetros de Yecla, en el que alguien plasmó hace más de 80 siglos la representación de una persona recogiendo el dulce manjar de estos insectos. Pero lo aquí nos interesa aconteció hace mucho menos tiempo, en torno a los siglos XVIII y XIX, cuando las colmenas aportaban casi tanto a esta región como la ganadería mayor, los cereales o la viticultura. Eran tiempos en los que lo que más importaba de las abejas era la cera que son capaces de elaborar, como bien básico para iluminar las casas de las clases acomodadas y los lugares de culto.

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En esos siglos, «un apicultor medio de Murcia poseía tantas o más colmenas que todo un municipio francés, si se exceptúan el Macizo Armoricano, el Limusín y los alrededores del Ventoux». La cita es del especialista del Centro Nacional para la Investigación Científica (CNRS) de Francia Guy Lemeunier, ya fallecido (1910), y que estudió detenidamente la historia agraria del reino de Murcia en la Edad Moderna. Desde 1980, de hecho, el miembro del prestigioso CNRS (es la principal institución de investigación científica de Francia, algo así como el CSIC español), simultaneó su investigación en Murcia y París.

En sus últimos años enfocó buena parte de sus indagaciones en la apicultura europea. Y uno de sus escritos se centra en la apicultura en el reino de Murcia a finales del Antiguo Régimen (en torno al siglo XVIII). En aquellos tiempos, el insecto estrella de la economía local era el gusano de seda, pero la producción de miel y cera también era importante, más «a medida que nos alejamos de la capital provincial». El autor explica cómo «sin alcanzar la importancia que revestía en torno al Mar Egeo, 'la educación de las abejas' formaba parte de esas actividades secundarias que, desdeñadas por la historiografía hasta fechas recientes, proporcionaban dinero líquido a las familias campesinas». En ocasiones, esa «liquidez» incluso «podía llegar a competir con la procedente de los sectores 'nobles': la ganadería mayor, la cerealicultura y la viticultura».

Si bien la miel ya comenzaba a perder peso para endulzar los alimentos, frente al azúcar, aún seguía conformando un elemento importante en la farmacopea e industrias como las del pan de especias del norte de Europa y el turrón, principalmente en la cercada Alicante. Pero sobre todo interesaba la cera, como producto clave de la apicultura hasta mediados del siglo XIX. Aunque buena parte de la cera empleada se importaba de otras geografías, «hacia 1600, la cera de Lorca servía de moneda de cambio tanto para los objetos de hierro del País Vasco como para las manufacturas de las ciudades castellanas», explica Lemeunier en un artículo publicado después de su fallecimiento en la revista 'Historia Agraria', editada en la Región por la Universidad de Murcia.

El científico recogió que el vacío demográfico que se produjo tras la conquista cristiana de Murcia (siglo XIII) y la débil población debido a la proximidad de la frontera hasta la toma de Granada, en 1492, favoreció la proliferación de abejas. La captura de enjambres constituyó entonces una actividad notable.

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Volviendo al siglo XVIII del que nos estábamos ocupando, cuenta el experto francés que la apicultura murciana de esa época prefigura la del siglo XXI. Un productor medio de Murcia, concreta, poseía incluso más colmenas que un municipio francés: «En la actualidad, el propietario murciano de más de cincuenta colmenas es casi un profesional y emplea métodos más intensivos que sus colegas franceses», por ejemplo con la trashumancia. Además, añade, «las cofradías de apicultores propias del Antiguo Régimen anticipan un encuadramiento más estricto de la profesión, característico de la época actual». Ese pasado es el que, a juicio de Lemeunier, ha permitido que España en general se haya llegado convertir, al menos cuando él lo señaló, a principios de este siglo, «en el primer país apícola de Europa».

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