Un rayo luminoso que no cesa
Poesía. Todo el libro está escrito con donosura y estilo lenitivo, un recuerdo agradable de una infancia feliz, llena de cantos eufónicos y de deseos posibles. Pero también hay lugar para hablar de la muerte, que Dionisia García despacha, como su prologuista Alfonso Levy dice, «con elegancia en el dolor»
TOMÁS RODRÍGUEZ ESTRELLA
Lunes, 14 de junio 2021, 20:40
Acaba de salir el último libro poético de Dionisia García (Fuente Álamo de Albacete, 1929), 'Mientras dure la luz', uno más de su diletante y ... feraz producción literaria pues, además de la lírica, esta polímata ha tocado otros géneros, como cuento, aforismo y ensayo. En ella no existe apoptosis, antes bien, se trata de una flor inmarcesible.
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En el diario LA VERDAD del 26.05.21 aparece un magnífico artículo del escritor, catedrático y también amigo mío, José Luis Martínez Valero, en el que realiza una crítica literaria al referido libro y resalta el factor tiempo: «El tiempo podría ser su protagonista», dice. En esta ocasión yo voy a resaltar otra cualidad, la luz, pues por algo aparece este vocablo en el título.
El libro es una mirada retrospectiva hacia imágenes de la infancia, «nostalgia de otro tiempo», en dos escenarios: uno el campo de su pueblo natal (los primeros capítulos) y otro, el mar (los últimos); pero no se trata de «añorar cuanto fue, sino fundirlo con este bien de ahora». Pero ese mirar hacia atrás no se queda en su propia vida personal, sino en la existencia del ser humano; se pregunta: «Quién era y dónde estaba, la pregunta difícil / que no supo entender y que todavía sigue», «pasó un tiempo sin tiempo». En el recorrido del libro se cruzan personajes animados (su padre, sus abuelos, Dimas, Pablo, el vendedor de bolsos, etc.) pero también inanimados (piedra del molino, palmera, olivo, el álamo, manzano, cerezo, la rosa blanca, las campanas, la paloma vieja, etc.) que ella los eleva a animados («también lloran los pájaros»).
Necesitamos la luz para existir, porque «nacemos ciegos», pero la luz ilumina el corazón; por eso la poeta clama: «¡Luz, más luz!»
La figura de Dios aparece en diversos capítulos, pero de costado, de paso, no es el motivo principal en esta ocasión; pero ella lo menciona con naturalidad, porque en el fondo de su corazón cree que existe, que es el culpable de que esté en ese momento escribiendo. No en vano toda su obra poética está salpicada de transcendencia; en esta ocasión: «Dios mira y ríe / el juego de los hombres», «corazón de Dios», «de Dios entre las cosas», «solo Dios lo sabe», «esta vida de Dios en tantas vidas», etc.
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Tampoco la figura de su indestructible pareja, Salvador Montesinos, que solo la reciente muerte los separó, aparece como uno de los temas centrales del libro; si bien, gravita en numerosos versos. El poema 'Ruego' puede considerarse como amoroso: «Preciso tu mirada al final de la senda»... «y pronto ha de llegar la incierta noche». También le dedica algún poema.
En diversas ocasiones aparece la siesta, como un rito imprescindible en las zonas cálidas del sur y sureste de España, que no se podía obviar, aunque no se durmiera; eran tan largas que la autora aprovechaba para soñar despierta en futuros enteléquicos.
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Todo el libro está escrito con donosura y estilo lenitivo, pues se trata de un recuerdo agradable de una infancia feliz, llena de cantos eufónicos y de deseos posibles. Pero también hay lugar para hablar de la muerte, que Dionisia despacha, como dice su prologuista Alfonso Levy, «con elegancia en el dolor». En los poemas 'La voz', 'Flores manchadas', 'Paseo' y 'Llanto en el mar', apenas se utiliza la palabra muerte y se sustituye por perífrasis, como «muchacho con los ojos cerrados».
Dionisia necesita la luz para poder realizar su función clorofílica vital, para poder crecer y dar fruto; pero sobre todo, para poder transformar el carbónico tóxico del mundo actual en tejidos almos.
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La palabra luz aparece en numerosos poemas, pero generalmente con un sentido físico: parte de la radiación electromagnética que puede ser percibida por el ojo humano («luz vaga y confusa», «luz lejana y tenue de la tarde», «luz del crepúsculo», «luz de anochecer», etc). Pero la palabra luz a la que yo me refiero, y que apenas aparece como tal porque es metafórica (pero que constituye el tema central del libro), es la luz-vital.
Necesitamos la luz para poder existir, porque «nacemos ciegos», pero la luz ilumina el corazón; por eso Dionisia clama: «¡Luz, más luz!». La luz muestra cuál es el camino prohibido, el camino torcido; el camino por donde transita el miedo en la noche tenebrosa, para que no lo elijamos. Pero también la luz nos trae el día, el aliento y la prórroga, un día más, en este tiempo de espera, mientras vamos haciendo el equipaje para un viaje largo e ineluctable. Eso Dionisia lo sabe y solo pide un día más de luz que tiene que aprovechar... («Mientras dure la luz»).
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Casi al final de la obra, el bardo 'Cae en la cuenta' de que le está dedicando demasiado espacio a recordar el tiempo pretérito porque, según Jorge Manrique, «cualquier tiempo pasado fue mejor». Dice: «Qué hago yo aquí perdiéndome la vida / el rosado color de una luz que se apaga/... acercada al pasado sin cesar». Pero la duda le dura poco, pues dos poemas más adelante, en 'Canto repetido' afirma con asertividad: «Busco en el mediodía las aguas, su sosiego/ para gozar ahora de este trecho de vida. / Que no se desperdicie cuanto queda».
Como final, le dedico estos versos: Deseo que la luz nunca se vaya,/ que se acueste con ella para siempre,/ que ilumine sus sueños tenebrosos/ y que convierta al día en permanente.
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