Los abrazos perdidos
Mitos y letras. La literatura, en tanto que arte en el que el hombre proyecta sus dudas y sus ilusiones más arraigadas y acuciantes, nos muestra la relevancia del gesto de abrazarse ya desde sus orígenes. Podemos pensar en la Odisea de Homero, ejemplo inolvidable y atemporal, pero hay muchos más
ANTONIO CANDELORO ILUSTRACIÓN M. SAURA
Lunes, 7 de junio 2021, 21:05
Si algo hemos aprendido de la pandemia es la importancia que tienen algunos gestos cotidianos que nos caracterizan en cuanto «animales sociales» (según la famosa ... definición de Aristóteles). Entre otros, los abrazos que intercambiamos con las personas queridas son un ejemplo emblemático, además de simbólico. Cuando abrazamos a alguien es como si quisiéramos compartir con esa persona nuestra alegría o nuestro dolor, nuestra felicidad o nuestro desasosiego.
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La literatura, en tanto que arte en el que el hombre proyecta sus dudas y sus ilusiones más arraigadas y acuciantes, nos muestra la relevancia del gesto de abrazarse ya desde sus orígenes. Podemos pensar en la Odisea de Homero, ejemplo inolvidable y atemporal: en el Canto XI, el de la katabasis, Ulises, siguiendo las instrucciones de Circe, acepta el reto de bajar al Hades, «la ciudad y el país de los hombres cimerios, / siempre envueltos en nubes y en bruma», para escuchar la profecía del ciego Tiresias, quien le dirá no solo cómo acabará su nostos o viaje de vuelta a su patria, sino también cómo le llegará la muerte desde el mar (o a causa del mar), tras un nuevo, enésimo viaje hasta los confines del mundo conocido. Ulises tiene miedo, como es comprensible incluso para un héroe, sobre todo cuando la sangre de los animales que ha sacrificado para poder hablar con Tiresias provoca el acercamiento repentino de las almas de los muertos. Entre ellos, Ulises ve a su madre Anticlea, a quien dejó viva al marcharse a la guerra y encuentra muerta entre tantos fantasmas: «[...] brotó el llanto en mis ojos al verla, inundóseme el pecho / de dolor», dice Homero manifestando su hondo conocimiento de los sentimientos humanos. El diálogo que seguirá entre madre e hijo es una de las cumbres, no solo de la literatura clásica, sino también de la que Goethe definió como Weltliteratur (la «literatura del mundo»). El hijo pregunta con ansiedad la causa del fallecimiento de su madre; la madre pregunta qué hace en el Hades su hijo vivo. Entonces esta le cuenta la verdad: fue la pena por él, el no saber su destino en la guerra de Troya, lo que la mató. Y aquí Homero ahonda aún más en el corazón del ser humano, con su sabiduría de orfebre de la palabra, pues Ulises no puede frenar el impulso de abrazar a su madre: «Tres veces / a su encuentro avancé, pues mi amor me llevaba a abrazarla, / y las tres, a manera de ensueño o de sombra, escapóse / de mis brazos» (vv. 205-208 del Canto XI en la traducción de J. M. Pabón para Gredos).
Virgilio se acordará de esta escena cuando, en el Libro VI de su Eneida, imagine otro viaje parecido al de Ulises y Eneas vuelva a ver a su padre, Anquises, en el valle del Leteo: este se alegra de poder ver de nuevo el rostro de su hijo y de volver a escuchar su voz; la posibilidad de hablarle le infunde ánimos; Eneas contesta pidiéndole que se le acerque, que le ofrezca su mano, que su cuello no esquive sus abrazos: las lágrimas ya inundan su cara, cuando... Virgilio reescribe a Homero y nos hace estremecer: «Tres veces porfió en rodearle el cuello con sus brazos / y tres veces la sombra asida en vano se le fue de las manos / lo mismo que aura leve, en todo parecida a un sueño alado» (vv. 700-703 en la traducción de Javier Echave-Sustaeta para Gredos).
«Tres veces porfió en rodearle el cuello con sus brazos / y tres veces la sombra asida en vano se le fue de las manos / lo mismo que aura leve, en todo parecida a un sueño alado», dice Virgilio
Dante se acordó de ambos poetas cuando, en el Canto II del Purgatorio, se topa con su amigo músico Casella e intenta abrazar tres veces lo que es solo «sombra vana»: «Ohi ombre vane, fuor che ne l'aspetto!», exclama lleno de ternura y melancolía hacia su amigo muerto. Y vuelve el número fatal: «Tres veces proyecté darle un abrazo, / mas, al no asir, quedó todo en proyecto» (traduce Abilio Echevarría para Alianza). Y de este encuentro en el más allá entre Dante y Casella se acordará John Milton en su Soneto XIII («To Mr. H. Lawes On His Aires») en 1645 cuando, al evocar la muerte de su amigo y músico Henry Lawes, cite precisamente la escena de los abrazos vanos de Dante hacia Casella «Met in the milder shades of Purgatory», como atestigua el último verso.
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«¿No ves, Leonor, los álamos del río / con sus ramajes yertos?», le pregunta Machado retóricamente a Leonor cuando muere en el poema CXXI de 'Campos de Castilla'
Es como si, desde el padre fundador de la literatura occidental hasta John Milton, el hombre no pudiera evitar imaginar cómo será volver a ver y abrazar a quienes amamos en vida. Se trata de «abrazos perdidos» y, al mismo tiempo, «recuperados» o «recuperables» en el más allá. Lo demuestra, de nuevo, el mismo Milton en el Soneto XXIII, titulado «Me thougt I saw my Late Espoused Saint», en el que el poeta, recién enviudado por la muerte repentina de su segunda esposa Catherine, sueña con volver a verla en carne y hueso. En estae specie de visión, Catherine pareceacercarse al poeta, pero... «But Oh! as to embrace me she inclin'd / I wak'd, she fled, and day brought back my night». Justo en el momento en el que la joven está a punto de abrazar a su esposo, el sueño se interrumpe, el poeta despierta y el día le devuelve su noche (o lo devuelve a la noche de su ceguera, porque Milton ya estaba ciego cuando se casó con Catherine).
Una alucinación y un deseo
Algo parecido experimentará Antonio Machado cuando muere Leonor, su mujer «niña», casada cuando esta tenía apenas quince años (y el poeta tenía treinta y cuatro). «¿No ves, Leonor, los álamos del río / con sus ramajes yertos?», le pregunta retóricamente en el poema CXXI de 'Campos de Castilla'. Obviamente se trata de una alucinación y un deseo condenado a la frustración: en los últimos dos versos el poeta se da cuenta de que «voy caminando solo, / triste, cansado, pensativo y viejo». El mismo fenómeno perturbador se repite en el poema siguiente, el CXXII, cuando, igual que Milton, Antonio Machado sueña con su amada y le parece poder tocarla y abrazarla de verdad: «Sentí tu mano en la mía», dice el verso 6; «tu voz de niña en mi oído», certifica el verso 8; «¡Eran tu voz y tu mano, / en sueños, tan verdaderas!...», exclama el yo lírico en los versos 13-14, como para reafirmarse en la realidad tangible de lo solo soñado (o deseado en el plano onírico).
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Los abrazos perdidos o los abrazos en el más allá siguen llamando nuestra atención incluso en una canción contemporánea: 'Caos calmo', película del 2008 de Aurelio Grimaldi, basada en la homónima novela de Sandro Veronesi publicada en 2005 para Bompiani, acaba con una canción de Ivano Fossati que se titula 'L'amore trasparente' ('El amor transparente'). En la canción se habla de alguien que vuelve a soñar con su mujer amada. La última estrofa explicita el dolor de quien no ha conseguido volver a besar y abrazar a quien amó en la tierra: «L'amore trasparente non so cosa sia / mi sei apparsa in sogno e non hai detto niente / ti ho dormito accanto e mi hai lasciato andare / sarà anche il gioco della vita ma che dolore...». O, lo que es (más o menos) lo mismo: «El amor transparente no sé qué es / me apareciste en sueños y no me dijiste nada / me dormí a tu lado y me dejaste irme / quizás sea el juego de la vida, pero qué dolor...».
Y tras haber conocido todos estos abrazos perdidos, podemos concluir de acuerdo con Fossati: sí, quizás sea esto el juego de la vida, quizás forme parte de todo esto nuestra vida, pero qué dolor inmenso al no poder abrazarnos como antes.
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