Borrar
Obra de Joaquín Sorolla. Retrato de José Echegaray.

Un Nobel en el Malecón

Echegaray, de Madrid pero «murciano de espíritu», acaba de cumplirse un siglo de la muerte del laureado escritor sin que haya mediado homenaje alguno

NACHO RUIZ

Lunes, 17 de octubre 2016, 22:32

En 1901 se reabría el Teatro Romea tras su restauración. Entre los ilustres que ocuparon aquel día los sillones de terciopelo de esa catedral laica de la burguesía murciana estaba José Echegaray, el olvidado escritor que, tres años después (1904), ganaría el primer Premio Nobel español, el hombre que escribió «yo fui niño en Murcia y no lo he vuelto a ser en ninguna parte».

El 14 de septiembre se cumplió un siglo de su muerte, la de un Nobel que se consideraba murciano pese a no haber nacido aquí. Nadie recordará homenaje alguno, no ha estado en las programaciones de ninguna institución. El silencio más absoluto para una figura destacada y controvertida de la cultura española, un Nobel murciano, como él mismo se definió.

Transitamos calles que llevan nombres lejanos, perdidos en la memoria. Son solo referencias que incluso se obvian cuando hablamos de la «calle de Correos» o «el lateral del Romea». Esta última lleva el nombre de Echegaray, ¿sabemos por qué? En su discurso ante la Academia del 30 de abril de 1991, contestado por el profesor Francisco Javier Díez de Revenga, Antonio Crespo afirmaba que apenas se había escrito nada sobre la relación de Echegaray con Murcia. Tenía razón, pero es que es muy poco lo que en España se ha escrito sobre el Nobel en las últimas décadas. Es un olvidado de la cultura española por diversas razones, la principal el rechazo de los noventayochistas: Azorín, Unamuno, Baroja, Rubén Darío, los hermanos Machado y Valle-Inclán protestaron airadamente a la concesión de un Premio Nobel que debía haber sido para Pérez Galdós. Así nos parece ahora, de hecho resulta incomprensible que un autor actualmente desconocido, el único del que no se ha celebrado el centenario en un país en el que se celebra hasta el centenario de la prima de Cervantes, ganase al gran maestro del realismo, a uno de los grandes escritores de la historia universal. Sin embargo, el presentismo nunca es bueno y hay que estudiar con calma los porqués de esta historia fascinante que empieza en Murcia.

Dice Crespo en su discurso: «Hay que recordar, en especial, que nadie ha alcanzado en el escenario del Romea -en toda su historia- los clamorosos éxitos que él consiguió. Murcia se volcó entusiasmada hacia su personalidad y su obra, de un modo impresionante y seguramente exagerado. Y él, que vivió su infancia en Murcia y la visitó después varias veces, conservó un profundo cariño a nuestra tierra y se proclamó murciano en muchas ocasiones. Estamos, por lo tanto, ante una verdadera historia de amor: la de un hombre y una ciudad». Los murcianos tendemos a ser exagerados en las fobias y las filias, pero, en este caso, Crespo es riguroso en todas sus apreciaciones.

José Echegaray Eizaguirre nació en Madrid el 19 de abril de 1832 y llegó a Murcia con su familia de niño. Cursó Primaria en el entonces Instituto Alfonso X, hoy Licenciado Cascales, donde comenzó su afición por las matemáticas, lo que podríamos denominar línea de trabajo principal de un hombre de capacidades extraordinarias hasta un nivel universal. Del Premio Nobel dijo Julio Rey Pastor: «Para la matemática española, el siglo XIX comienza en 1865 y comienza con Echegaray».

En esa Murcia no natal transcurrió su infancia plácida, que el Echegaray escritor recordaba así: «¡Cuántas cometas, estrellas y barriletes he remontado yo en Murcia cuando chico, desde la alegre azotea, o desde la huerta próxima al Malecón, o desde la fábrica de Salitre!». En aquella Murcia que siempre se recuerda como un extraña arcadia metafísica entre mundos, en la ciudad-pueblo de paredes blancas y palacios barrocos, desarrolló una inquietud muy por encima de su generación, en aquella España compleja de la que iba a formar parte de manera muy destacada.

Marchó a Madrid a los 14 años y fue número 1 de su promoción de 1853 en la Escuela Superior de Caminos, Canales y Puertos, de la que sería profesor mientras leía a Goethe y Balzac. A los 32 años, fue nombrado miembro de la Real Academia de Ciencias Exactas, pero todo eso era poco y, en 1880, firmó, precisamente con Galdós, el manifiesto de constitución del Partido Republicano Progresista. Siempre estuvo en política de una forma u otra, de hecho, en su vejez, renunció al republicanismo y fue ministro de Alfonso XIII. Su currículo llega a desconcertar, pero se debe destacar que, como ministro de Fomento y de Hacienda, fue impulsor de la creación del Banco de España, como acertadamente recordaba Manuel Herrera-Hernández.

Su prestigio internacional fue enorme, muy por encima de la mayoría de intelectuales españoles, sin embargo su nombre rara vez aparece en los ensayos históricos, que se centran en el jugoso Prim, en los espadones, las infidelidades de Isabel II o la extraña historia de Amadeo de Saboya; el efímero Amadeo I. La plaga de la 'novela histórica' está devaluando la propia concepción de la historia española de una manera dramática: solo nos interesa la historia cuando se parece a las series de televisión.

Letras entre dos épocas

Como Echegaray es omnipresente entre los dos siglos, aparece en Cartagena nuevamente en 1870 para recibir, precisamente, a Amadeo de Saboya mientras Serrano estiraba la muerte de Prim hasta el 30 de diciembre. Hasta en aquellos días críticos, desarrolló su papel. En cierta forma y en un tono jocoso, nos recuerda a una canción muy popular del grupo catalán Astrud 'Hay un hombre en España que lo hace todo'. A finales del siglo XIX ese hombre era Echegaray. Ante esa exhibición de energía y talento, es normal que despertase odios en muchos campos, y el literario era muy dado a aquello.

En 1904, el desastre de Cuba seguía sangrando y de esa herida surgió el clima de necesaria regeneración. En las llanuras áridas de las que nacía la esencia castellana, en los azules mediterráneos de Azorín no cabían las obras de teatro tardorománticas de Echegaray. Su popularidad -incluso internacional- no era bien vista por autores que consideraban que no era momento de comedietas decimonónicas que, sin embargo, encantaban al público. En aquella España derrotada que, como la de hoy, buscaba una definición única sin entender que eso no es posible en el país más singular del mundo, Echegaray era popular en la calle e impopular en la alta cultura. La concesión del Nobel ahondó en esa fractura, además porque debió ser para Galdós, el gran escritor de la época. La generación del 98 encontró en el canario una digna raíz y en Echegaray la superficialidad que se evadía de la realidad. Paradójicamente, la relación entre ambos fue buena y, de hecho, el día de la muerte del Nobel, Galdós remitió un telegrama a la familia: «Con dolor vivísimo, me asocio al duelo nacional por el fallecimiento del genial dramaturgo, insigne polígrafo y amigo entrañable José Echegaray». Podemos caer en el error de considerar que no fue respetado en el ámbito literario, pero cita oportunamente Herrera las palabras de Jacinto Benavente en un artículo escrito también con motivo de su fallecimiento: «Don José Echegaray, cerebro portentoso, ha llenado con su nombre y con sus obras medio siglo de nuestro teatro; ha hecho pensar y sentir a multitudes compuestas de cerebros y corazones muy distintos».

Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios

laverdad Un Nobel en el Malecón

Un Nobel en el Malecón