«Quería exorcizar cosas duras, pero me siento culpable»
escritor
EDUARDO LAPORTE
Lunes, 19 de septiembre 2016, 23:51
Apunten el nombre de Enrico Mancini. Está llamado a ser el Jack Reacher europeo que, como en las novelas de Lee Child, transita de libro en libro. Es el propósito de su creador, el italiano de ascendencia húngara Mirko Zilahy, que presenta 'Así es como se mata'(Alfaguara) como la primera parte de una trilogía, siempre con Mancini como protagonista. Pero en esta primera entrega es donde el autor reconoce que ha puesto toda la carne en el asador. Partiendo de una tragedia personal como la muerte de su madre por una negligencia médica, Zilahy levanta una ficción en la que la rabia y el deseo de venganza ante las injusticias actúan como un motor inagotable. Todo ello en la atmósfera decadente de una Roma posindustrial que se revela casi como un personaje más y que, quizá, como apunta el autor, pueda ser una de las claves de su rotundo éxito en Italia.
-Decía Lee Child, uno de los autores de novela negra más vendidos del mundo, que no conocía el secreto de su éxito, y que prefería no conocerlo ya que eso le motivaba a seguir escribiendo. ¿Usted intuye cuál puede ser el secreto del éxito de 'Así es como se mata'?
-Éxito es una palabra muy gruesa... Es mi primer libro y, tras haber trabajado mucho en el mundo editorial en Italia, sé muy bien lo frágil que es el éxito en la literatura.
-¿Pero cree que ha dado con la clave?
-He construido una atmósfera, con personajes potentes y una buena historia que es también dolorosa. Yo creo que esa atmósfera, que no es muy contemporánea, ha impactado y sobrecogido al lector. Una Roma que se parece más a Edimburgo, a Dublín, a Manchester, que a Roma. Una Roma postindustrial y decadente. Una Roma de acero. No la Roma del mármol, ni la Roma imperial, no la Roma de 'La dolce vita', ni la del Vaticano.
-Es una visión subjetiva, con unas lentes muy concretas.
-Por un lado está ese filtro, mi propia perspectiva, con un ángulo gris, torcido... Pero por otro lado también aparece una Roma real, no he construido un teatro. Como el antiguo matadero (de Testaccio), donde se mataba a diez mil animales al día, o el Gasómetro, que es como una antítesis del Coliseo.
-El deseo de 'vendetta' se traslada con autenticidad del autor al protagonista, y eso hace que no estemos ante un libro de oficio más.
-Ese es el ingrediente secreto. Es un ingrediente que no he podido construir, que ha venido dado, pero por desgracia es un ingrediente doloroso, y es algo que me ha hecho daño durante muchos años y que luego he intentado canalizar.
-¿Ha sido buena idea o el rencor y la venganza pueden generar más dolor?
-Yo esperaba estar mejor después de haber escrito este libro. Esperaba exorcizar cosas duras que he vivido, pero cuando el libro llegó a casa y lo miré, me sentí culpable. Me he sentido como un asesino en serie. Porque había introducido en el libro cosas muy personales y las había hecho públicas.
-¿Cómo si hubiera traicionado a su madre?
-No, como si hubiera traicionado nuestro secreto. Porque ver a uno de tus padres morir no es fácil y no es fácil recordarlo todos los días. He esperado a cerrar esta puerta y sin embargo no ha sido así. Porque cada vez que cuentas te despojas de un poco de dolor, como el viejo marinero de Coleridge, que contaba siempre su historia esperando sentirse un poco más ligero. Pero en mi caso, tras tantas entrevistas y presentaciones, no he aligerado esa carga. El libro ha fracasado como medicina.
-¿Tiene que ver con su concepción del 'thriller' como algo más que entretenimiento, como un viaje hacia uno mismo?
-'Thriller' en inglés significa provocar un escalofrío, no es tanto asustar, y estoy seguro de haber construido una máquina que provoca sensaciones fuertes. Y es algo que me hace pensar si en mis próximos libros lograré esa misma fuerza.
Maestros del siglo XIX
-Mancini es una figura oscura, en permanente duelo por la muerte de su mujer. ¿Para hacer novela negra necesitamos personajes también oscuros?
-Es fundamental. Entiendo el 'thriller' como un género literario y mis maestros son los del siglo XIX inglés: Dickens, Poe, Stevenson, Wilde... Todo ellos, a su manera, han construido máquinas narrativas capaces de excavar en la psicología del personaje. Y eso es lo que más me interesa.
-En la novela encontramos un marcado tono melancólico, esa lluvia de septiembre, tan de Battiato por cierto... ¿Roma tiene su propia 'saudade'?
-Creo que es una cuestión más bien personal, genética incluso. Mi padre es húngaro, pertenece a un pueblo que siempre ha conservado una mirada lejana y melancólica, muy nostálgica de su pasado glorioso. Luego está el tema del libro, claramente melancólico, con el fantasma de Marisa como motor... Y los fantasmas son sombras, ecos de lo que ya no nos pertenece, y eso, el miedo al vacío, nos genera melancolía.
-¿Le fue complicado modelar al personaje de Enrico Mancini?
-No, la verdad es que salió a la luz casi como un juego. Porque estaba dibujando en un cuaderno un rostro y después dibujé un par de guantes, porque era un telefilme de los años setenta, se llamaba 'The persuaders!', con Tony Curtis y Roger Moore, y Tony Curtis era ese americano que se ha enriquecido y va siempre con guantes. Y me vino a la cabeza esa serie, y decidí que el dolor de Mancini, que era mi dolor, debía tener un símbolo práctico, objetivo, y elegí cubrir sus manos, con una piel que está muerta, y que es la distancia que se establece entre él y resto del mundo, entre él y las personas.