Últimos cubatas
Carlos Giménez vuelve a hacer ficción de sus vivencias en un retrato crudo y tierno de la vejez
JUAN MANUEL DÍAZ DE GUEREÑU
Martes, 28 de junio 2016, 01:27
Es, sin disputa, el maestro vivo de la historieta española. Las obras que ha creado Carlos Giménez (Madrid, 1941) durante más de medio siglo se siguen reeditando y él prosigue la tarea, firmando otras nuevas. 'Crisálida' (Penguin Random House), de momento la última, afronta con saber hacer y sin medias tintas la experiencia de envejecer.
A Pablo se le ha muerto su amigo Raúl. Historietista como él, de la misma edad -bien entrados los setenta- y parecidos gustos y preocupaciones, ha compartido con él largos años de camaradería. Quien siga la obra de Giménez o se tome la molestia de leer su prólogo sabrá que Pablo es 'el tío Pablo', personaje que a modo de alter ego ha utilizado desde hace tiempo para opinar sobre cuestiones de actualidad. Y se enterará de que Raúl es otra versión de ese doble.
Dichos personajes imaginarios ofician de portavoces del autor. Giménez establece con ellos un marco ficticio mediante el que se autoriza el recuerdo, la reflexión y la digresión. El dibujante, aunque abrió con 'Paracuellos', en 1977, una veta autobiográfica insólita entonces en el cómic español, nunca ha sido dado a las confidencias. Propende más bien a atribuir sucedidos y opiniones a personajes ficticios más o menos transparentes.
'Crisálida' vuelve a esa misma técnica. La obra recuerda las postrimerías de un personaje recién fallecido, recoge sus últimas preocupaciones y decisiones vitales. Raúl ha legado su diario a Pablo, que lo recorre para el lector. El artificio es evidente, pero efectivo: Raúl es el medio que ha arbitrado Giménez para no dibujarse pero aun así expresar juicios y sentires propios, suscitados por su edad.
Capa a capa
El autor los titula con la metáfora central que expresa su estado de ánimo. La crisálida es el aislamiento que se desarrolla capa a capa en la ancianidad porque faltan fuerzas para enfrentarse a más decepciones, desilusiones, disgustos. Crece el deseo de que a uno lo dejen en paz y, al escasear recursos vitales para afrontar lo que la existencia trae consigo a diario, se tiende al aislamiento, a desentenderse de casi todo. Es el signo de la edad.
Para expresarlo, Giménez traza un relato que es en esencia un largo soliloquio, distribuido a dos voces y encuadrado por textos de presentación y despedida. Firma el prólogo el mismo autor, quien explica no sin humor el artificio mediador de dibujar al tío Pablo. El epílogo es obra de éste, que habla de su relación amistosa con Raúl y presenta algunas de sus viñetas, protagonizadas por otro sosías, el abuelo Paquito. Este laberinto de espejos en que los personajes se desdoblan parece más que un recurso útil. Añade una pizca de franca diversión del dibujante al componer su relato.
En éste se van alternando las voces y los tiempos. Raúl se explica en conversaciones amistosas o, ya muerto, a través de su diario; Pablo expone sus recuerdos del amigo mientras charla con quienes lo conocieron o dirigiéndose directamente al lector. Giménez prueba de nuevo su sabiduría narrativa y gráfica, pues uno y otro hablan en situaciones bien diversas, sin que los cambios de momento, de escenario o de oyentes perturben la continuidad del discurso. Incluso preserva con pericia la capacidad de su relato para sorprender con un desenlace sabido pero inesperado.
Los escenarios detallados con trazo seguro -terrazas de cafetería, calles, habitaciones de los personajes- se alternan con viñetas de fondo vacío en blanco o negro, de modo que, con poco más que dos personajes que hablan, el autor consigue sostener el discurso que estos desarrollan de consuno, prestándole variedad gráfica y claridad.
'Crisálida' no elude los denuestos que la actualidad reclama de una sensibilidad solidaria, y Giménez ha expresado la suya en incontables ocasiones antes de ahora, pero crece cuando expresa pesares y desesperaciones de un individuo de edad avanzada, que sólo tiene su tarea creadora cotidiana y su gusto por los cubatas para defenderse del paso del tiempo.
Raúl habla de una sordera temporal y también de su última relación de pareja; reniega, tras once intentos a cual más decepcionante, de toda posibilidad de convertir en película una historieta trasunto de 'Paracuellos'; se despide de sus amados libros cuando la suciedad acumulada por varias obras en la vivienda los deja irreconocibles; padece, en suma, las devastaciones del tiempo y las declara, entre cubata y cubata. Su lamento, tan vulgar y tan propio, resulta de nuevo enternecedor. Como Giménez ha sabido ser desde que tenemos memoria de sus viñetas.