Las cosas no significan nada
Ante un mundo que carece de lenguaje y de conciencia
INÉS BELMONTE
Martes, 11 de mayo 2021, 21:18
El cielo se ha roto. Como si se tratara de un estribillo de blues, el cielo se ha roto. La vida es una tela hecha ... jirones, donde la única certeza es el misterio. Ni siquiera se manifiestan ya las verdades biológicas: el ciclo estacional se vuelve impredecible, como las plantas, como los animales. Solo nos resta la paz de los accidentes geográficos y las estrellas.
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Es un escenario roto tanto en la historia de 'Humo' (Galaxia Gutenberg, 2021) cuanto en los mecanismos de narración de la misma: el autor, José Ovejero (Madrid, 1958), renuncia al enfoque omnisciente, dejándonos con la mirada limitada de la protagonista.
Limitada no solo sensorialmente –no puede narrarnos aquello que no escucha, mira, comprende, ni identifica–; el personaje también renuncia a la memoria. No hay relatos del pasado, no hay apenas imágenes ni recuerdos, solo un presente arduo, incomprensible, absurdo. Los personajes, de hecho, carecen de nombre. El niño. El hombre. Ella. La tensión de la trama se articula a través del baile violento de supervivencia de la mujer y el infante –quienes, acompañados de la gata Miss Daisy, viven en una cabaña en mitad del bosque–, pero también por los grandes vacíos de información que el autor nos cede.
El vacío sobrecarga de significado las cosas. La incomprensión, el silencio, los pocos objetos que habitan el paisaje se preñan de significados potenciales, deviniendo a veces en símbolos, en pura expresión poética. «La cueva tiene un aliento de nieve. Revoloteos allí fuera. Alas oscuras, una ensoñación de aves moribundas, descarnadas, de escasas plumas negras».
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Las aves oscuras. El incesante zumbido de las abejas. El milagro de un corzo en medio del camino, o de una manada de caballos blancos galopando. Una humareda a lo lejos. Se admiran o se temen, pero siempre parece haber una distancia, un hueco insalvable, entre los personajes y el resto de la naturaleza. La novela de Ovejero, así, trabaja intensamente con lo sensorial, contrarrestado y moldeado por el razonamiento de la protagonista.
Se intuye la ironía del autor, quien juega deliberadamente al juego de la indeterminación con los lectores. Quizá, en última instancia, no haya ningún significado que extraer de esta historia, de los oscuros motivos que la pueblan; quizá, como anota la voz protagonista, «las cosas no significan nada. El mundo carece de lenguaje y de conciencia». Y solo se nos quiere mostrar el sinsentido, lo inasible del mundo, lo que, en fin, no puede reducirse a un idioma.
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