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El escritor José Ovejero. LUIS ÁNGEL GÓMEZ

Ovejero y el adanismo narrativo

Novela. Una mujer y un niño enigmáticos habitan una cabaña aislada en un mundo que se extingue

IÑAKI EZKERRA

Lunes, 8 de marzo 2021, 21:44

El regreso a los paisajes naturales o a los rurales de la España interior ha sido la nota predominante de un grupo de novelistas españoles ... geográfica y temporalmente dispersos, por lo que se puede hablar de una tendencia temática, pero no de un rasgo generacional. Entre ellos, los hay que se decantan por eso que se ha llamado el 'western ibérico', como Guillermo Aguirre (Bilbao, 1984) con 'El cielo que nos tienes prometido', así como los que lo hacen por lo que podemos denominar la 'distopía hispanita', como Alberto Olmos (Segovia, 1975) con 'Alabanza', novela que, al igual que la anterior, desarrolla su argumento lejos del mundo urbano. A ellos se suman otros autores que han realizado incursiones en ambas variantes tectónico-novelescas, como Jesús Carrasco (Badajoz, 1972) en 'Intemperie' y 'La tierra que pisamos'; como Ginés Sánchez (Murcia, 1967) en 'Lobisón' y 'Los gatos pardos' o como Eduardo Iglesias (San Sebastián, 1952) en 'Por las rutas los viajeros' y 'El vuelo de los charcos'. En esa tendencia temática a una errancia (no exenta de adanismo ni de violencia primitiva) por los paisajes naturales y los parajes peninsulares, que a menudo e inevitablemente linda con el género de carretera y que abarca a autores nacidos a lo largo de cuatro décadas, hay que situar la nueva entrega narrativa de José Ovejero (Madrid, 1958), que rompe un silencio de tres años.

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Aunque en 'Humo' (así se titula la novela) no se nos brindan referencias toponímicas de dónde transcurre la acción y aunque el autor ha negado en alguna entrevista que se trate de una novela distópica, lo cierto es que el texto transmite una dura atmósfera muy emparentada con esa novelística hispano-telúrica y, por otra parte, coloca a sus protagonistas –una mujer de mediana edad y un niño que no es su hijo– en una singular situación de aislamiento post-apocalíptico. El mundo civilizado ha desaparecido o ha sufrido grandes quebrantos que lo acercan a la extinción definitiva. El propio humo que da título al libro alude a las lejanas señales de una presencia humana tan fantasmagórica como directamente asociada a la destrucción. De esa mujer no sabremos prácticamente nada porque es ella la primera en desentenderse de sí misma y de su vida anterior. Sobrevive en la precaria cabaña de un bosque no precisamente idílico en compañía de esa criatura enigmática de seis años a la que desearía no querer y de la que tampoco sabremos de dónde ha salido. Lo que sabemos de ese infantil personaje es que parece presentar signos de alguna clase de autismo a juzgar por su resistencia a hablar y por su conducta reacia a las mínimas exteriorizaciones de afecto. Falta en el reparto inicial del libro una gata, Miss Daisy, con la que el niño se comunica en un indescifrable código entre gestual y onomatopéyico.

Lo que constituye el cuerpo sustancial de la historia es la lucha cotidiana de esa mujer y ese niño contra las legiones de abejas que los atacan; contra los contratiempos domésticos (la búsqueda de leña, el desagüe de los desechos que se atasca...); contra el frío, el hambre o las amenazantes presencias humanas; contra los propios síntomas de animalidad que esa mujer percibe en sí misma cuando se apropia de la medalla de un muerto, joya que adquirirá una significación trágica en el desenlace. En realidad el argumento consiste en los cambios estacionales y las mutaciones anímicas de esa protagonista que es también la narradora; en lo que insinúa y en lo que calla. Ese discurso en primera persona se caracteriza por una extraña pureza incluso cuando en él irrumpe la violencia con ese tipo de vivacidad primaria que destilaba el estilo de Jack London al describir la reacciones del perro Buck en 'La llamada de la selva'.

José Ovejero plantea esta novela como un experimento basado en la máxima economía de datos y circunstancias que rodeen a los personajes. Pero, pese a que estos parezcan flotar en el interior de una pecera de cristal, sin nada que decirse ni que contarse, sin memoria ni planes de futuro que no sean los de la mera supervivencia; pese a esas severas limitaciones descriptivas que nos impone el relato sobre unas personalidades tan herméticas, estas son capaces de empatizar con nosotros y de conmovernos. Este es, sin duda, el gran logro del libro. Diríase que es precisamente ese minimalismo del discurso narrativo el que otorga un extraordinario relieve a cada pequeño gesto o ínfima tentativa de ternura que nos transmiten esos seres; a cada contradicción en la que caen, a cada minúscula concesión que hacen a la felicidad o a la alegría.

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