Fernando de la Cierva Bento (Murcia, 1958). Vicente Vicéns / AGM
El libro de la semana de Ababol

Murcia negra y criminal

Fernando de la Cierva ha echado mano de las más conocidas técnicas de la novela policiaca, al margen de recurrir al lenguaje más adecuado, sencillo y directo, con alguna que otra muestra de fino encaje de bolillo, que nos conduce a unos diálogos de extremada fluidez, breves y espontáneos

Sábado, 5 de noviembre 2022, 12:02

La cita -de Óscar Wilde, de quién si no- que va al inicio de la obra que aquí se reseña resulta providencial para poder entender ... el sentido de la novela en toda su integridad, y descubrir las intenciones de su autor: «El pecado es algo que se escribe en la cara de un hombre», leemos en la primera línea del mensaje del genio irlandés, del autor de 'De profundis'.

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Fernando de la Cierva, en la que es su primera novela de este género -la segunda en el conjunto de su carrera, tras su más que notable 'Un invierno en Filadelfia'-, como los buenos narradores de la posguerra española (Cela, Sánchez Ferlosio o Martín Santos) comienza por acotar el espacio y el tiempo que le ocupan. Con respecto a este último, la acción se inicia un 13 de febrero de 2019 y concluye un 16 de marzo de ese mismo año. Poco más de un mes en el que hay que ir a paso ligero para poder desentrañar unos acontecimientos que se le ponen cuesta arriba a los obstinados investigadores, en este caso la pareja formada por Óscar Ramos e Isabel Fajardo: dos apellidos de la tierra, dos personas tan diferentes como complementarias; ella, guiada por el instinto -que no es sino una variación de los 'pálpitos' del viejo y gracioso Plinio de los cándidos relatos del inimitable García Pavón-; el otro, Óscar, un tipo apuesto, de espalda ancha, pelo entrecano y ojos verdes, dotado de la paciencia necesaria y que sabe conducir como nadie un interrogatorio, lo que vale su peso en oro.

Discusiones

La acción transcurre en la ciudad de Murcia -una Murcia negra y criminal en donde, como diría el propio García Pavón a propósito de Tomelloso, no se mata sino lo estrictamente necesario-, en lugares tan emblemáticos como el Malecón, el Hospital Reina Sofía y sus plazas más castizas, como la de Las Flores o san Juan, y sus restaurantes más renombrados (La Pequeña, Alborada o Salzillo). Amén de la propia Huerta en donde, conviene recordarlo, han tenido lugar auténticos crímenes a lo largo de la historia a causa de las discusiones sobre riegos entre colonos.

'Entonces supe que iba a morir'

  • Autor: Fernando de la Cierva

  • Editorial: Alfar. Málaga, 2022. 331 páginas

No es, sin embargo -a pesar de que De la Cierva se detenga en ineludibles asuntos gastronómicos, con alusiones al pulpo a la murciana, a las marineras y a las encomiables verduras típicas-, una novela en donde se recreen escenas costumbristas, tipo 'Murcia qué hermosa eres', con la consiguiente exaltación folklórica de la tierruca. Ni mucho menos. Hay un perceptible tono de frialdad, de consciente distanciamiento, a pesar de que el autor de estas páginas se reserva, de vez en cuando, ciertas líneas para recrearse en aquello que contemplan sus personajes: la humedad que se levanta desde la cercana huerta, la singular hermosura de un atardecer o los rumbosos colores de un jacaranda.

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Está todo medido para que el lector no se despiste demasiado, y nos conduce hacia una trama trabajada con lentitud y resuelta con inusual maestría. No hay ni un solo cabo suelto, aunque vaya sembrando en el camino pistas falsas y muchas dudas para que el lector salga de su letargo y ponga algo de su parte.

Fernando de la Cierva ha puesto, me parece a mí, toda la carne en el asador sin importarle lo que pueda venir después en materia literaria. Decía el ya casi olvidado Eugenio d'Ors que todo lo que no es tradición es plagio. Y como aquí el plagio brilla por su ausencia, se advierte de inmediato que De la Cierva ha echado mano, sin cortarse un pelo, de las más conocidas técnicas de la novela policiaca, al margen, claro, de recurrir al lenguaje más adecuado, sencillo, claro y directo, con alguna que otra muestra de fino encaje de bolillo, que nos conduce a unos diálogos de extremada fluidez, breves y espontáneos.

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Con estos odres, no conforme con ello, el autor, jugándose el tipo, exhibe otra nueva pirueta que no pasa inadvertida al lector: se trata de ese juego coral en el que incorpora el relato en primera persona de varios de los principales personajes del libro: Óscar, Isabel, Julia, Rebecca y Katherine. ¿Qué se consigue con este curioso modelo? Algo que, aunque viene del pasado, resulta aún, a estas alturas, refrescante y ciertamente lúdico: la disparidad de perspectivas, la diversidad de discursos y puntos de vista hasta conseguir unir, una a una, las piezas del complejo puzle y que sea el propio lector quien le ponga título a esta historia y saque sus consecuencias.

Lenguaje fílmico

El resultado es brillante, y nada tedioso. Es una nueva vuelta de tuerca a un modo de hacer novela que cada día pierde más enteros cuando apuesta únicamente por lo lineal. El relato de Fernando de la Cierva juega, además, con una especial habilidad, con los silencios, con esas elipsis, propias del lenguaje fílmico, que le ahorran muchas páginas y muchas palabras vanas e innecesarias. El lector del siglo XXI es un tipo inteligente que camina a la par que el propio escritor y, hasta en ciertas ocasiones, le sobrepasa hasta convertirse en su cómplice.

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En la obra están muy bien perfilados todos los personajes: los dos protagonistas, Óscar e Isabel, a los que un servidor les augura la continuidad en próximas entregas; la impresionante Rebecca, cuyo comportamiento y discurso resulta verosímil, el inspector Robles y hasta un secundario, del que apenas hay un simple 'cameo' en la obra, como es el tal Alierta, un policía al que le aburre su profesión y así lo manifiesta a base de continuos bostezos.

'Entonces supe que iba a morir' es, sin lugar a dudas, un buen y muy esperanzador comienzo en el género negro para un autor que no ha dudado en poner en su libro mucha inteligencia, mucha sabiduría y algo, no poco, de su propia vida, con un homenaje explícito a muchos de los que le rodean. Amor con amor se paga.

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