Juan de Dios García: «Algún cocotazo me caerá también, seguro»
El autor cartagenero publica en Chamán Ediciones su nuevo libro, 'Canto fenicio', donde la belleza y su experiencia vital se funden
«Con la respiración de una bestia cerca, escribo por soledad y estirpe», dice Juan de Dios de García (Cartagena, 1975), poeta, codirector de la ... revista literaria digital 'El coloquio de los perros' y autor de 'Canto fenicio' (Chamán Ediciones), obra con la que se está volviendo a reencontrar cara a cara con sus lectores cinco años después. El poeta vio publicado con anterioridad 'Matad al jardinero', el recopilatorio que le publicó en México el Instituto Sinaloense de Cultura en su catálogo literario 'Serie Ex Libris'.
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Sobre su nacimiento, él mismo nos habla en 'Índole', el texto con el que arranca 'Canto fenicio', construido con versos y prosa poética: «Nací el mismo año en que Joe Frazier combatió por el título mundial en Manila contra Mohammed Alí. A Frazier solo lo recuerdan con emoción los aficionados al boxeo. Me parece suficiente». Y sobre su infancia añade: «De niño veía películas bélicas con mis hermanos. Cada uno elegía su papel en el bando de los vencedores. Yo nunca elegía al líder, sino al amigo imprescindible del líder, que también ganaba la guerra, pero en la puesta de medallas estaba en un segundo plano. Los medallistas lo sabían, el público no. Con eso bastaba. De hecho, era maravilloso. Así ha sido mi vida. Y así será: una gloria subterránea».
Suyos son estos versos de 'Cala Cortina' que contienen más escalofrío que caricia: «¿Quién eres tú? ¿De dónde vienes con tu tablón / a cuestas? / El mundo se reinventa en una ola de sangre. / Me descalzo en la orilla, empiezo a nadar y tu nombre / se apaga en la oscuridad. No estoy solo desde que has muerto, padre».
A veces, a Juan de Dios García le sorprende ese «musgo instalado en el corazón» que parece tener vida propia, y en otras ocasiones tiene la sensación de que va «a vomitar otro pedazo de amor». Y no anda con rodeos cuando se describe hoy frente al espejo, cuando detalla cuál es el 'Estado de la embarcación': «Varón inmaduro de cuarenta y cinco años, casado, padre de dos hijos derrapando en el precipicio de la adolescencia, lector y escritor no remunerado. Pertenezco a la resistencia, pero sé reconocer la elegancia de los cazas imperiales». Más, hay más: «Quizá demasiadas tazas de café imaginando al hombre perplejo y confuso que soy, persiguiendo la señal de un número puro. Quizá sea el momento de pasar a la acción».
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Disfruta diciéndole a la persona adecuada: «Deja que hable la lluvia por nosotros. Schubert y su melancolía perfecta». Y en 'Cántico fenicio' recomienda: «Aprieta el botón de la cisterna y que un tornado de agua acabe con la tentación de odiar». Y advierte a los lectores: «No te engañes. Tu patria no son tus huellas. Si acaso, el alfabeto con que las marcas. La certeza de la soledad, la última fiebre».
Propina
Hay páginas a las que se vuelve con gusto, como es el caso del texto 'Diálogo con Juanita 'La Gitana': «Con esta noche ya son ocho las veces que he negado propina en los aparcamientos a Juanita 'La Gitana'.
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—¿Cómo estás?
—Con los pulmones encharcados de heroína.
—¿Vienes sola?
—Acompañando a una vieja que olvidó a la mujer que era.
—¿Por qué estás aquí?
—Porque el alma es el único lugar que no existe, amigo ingeniero.
—No me hables de paz con los dientes afilados.
—No te hagas tú el muerto. Y deja de mirarme con lástima. Y no juegues más a enamorarte de una yonqui».
–¿Le sigue negando propina en los aparcamientos a Juanita 'La Gitana'?
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–Sí. Siempre se la negaré. ¿Sabe? Llegué a conocer a ese personaje en la vida real. Qué lástima da ver el proceso de autodestrucción de una joven y guapa muchacha que, por saber que tenía todo el poderío del mundo a sus pies, se tiró por el precipicio de la heroína.
–¿Cómo se lleva con ese reloj que «devora músculos, huesos, larvas, madera y tierra»?
–Una de las razones por las que empezaron a crecer las páginas de 'Canto fenicio' era precisamente la evaluación propia de lo hecho hasta la fecha, lo que se conoce popularmente como la 'crisis de los cuarenta', y uno de los puntos fuertes a tratar de esa auto-evaluación era el tratamiento del tiempo. ¡Cómo me angustiaba el paso del tiempo cuando era joven! Sin embargo, aunque parezca contradictorio, me he reconciliado con la idea de que somos seres menguantes. He aceptado los primeros síntomas del deterioro.
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–En 'Cala Cortina' cuenta: «Me descalzo en la orilla, empiezo a nadar y tu nombre se apaga en la oscuridad. No estoy solo desde que has muerto, padre».
–Mi segundo libro, 'Ártico' (2014), estaba dedicado a la figura de mi padre fallecido tempranamente y a lo importante que fue él en la construcción de mi identidad moral e intelectual. Pero 'Ártico' fue escrito desde la desdicha, el desamparo y la incertidumbre. 'Cala Cortina' es un texto hecho a modo de despedida feliz de esa figura paternal. Y lo despido así porque mi padre ya está dentro de mí definitivamente.
–¿Qué le resulta motivador en estos tiempos?
–A nivel sentimental, seguir cultivando la compañía, en su sentido conyugal, familiar y social. Qué bella palabra es esa, por cierto: compañía. A nivel cultural, me motiva pertenecer a una de las últimas generaciones que conoció el fin de unos modos de vida analógicos y el inicio de una era digital. Es un cambio importantísimo en nuestra mente, por lo que hay que sobrevivirlo y, lo más importante, disfrutarlo. Me siento como esos habitantes que gozaron el antes y el después del ferrocarril, por ejemplo.
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–¿A usted para qué no se le puede llamar?
–Para las revoluciones. No por el hecho de cambiar, a lo que no tengo miedo, sino por la rapidez y brusquedad que lleva implícita la acción revolucionaria. Desconfío de la gente veloz y violenta. Me desagradan. Son insolentes y tienden a la traición. Los quiero muy lejos de mi vida. La anestesia y la vaselina se inventaron para actuar con más tacto.
Juan de Dios García lamenta el «desprestigio patente de las Humanidades y, en general, del conocimiento. Me pregunto cómo hemos llegado a esto y son incómodas las posibles respuestas».
–¿Por qué 'Canto fenicio'?
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–Los fenicios eran dominadores del mar. ¿Cómo se puede dominar el mar, algo líquido y cambiante? ¿Cómo se puede hallar algo de seguridad gobernando el agua? Pues me identifico totalmente con ese 'equilibrio móvil'.
Algún cocotazo
–¿Cómo está siendo su reencuentro con los lectores, qué le dicen de su nuevo libro?
–Tras cinco años sin encontrarme con el lector físicamente, se agradece el abrazo, sentir cerca su mirada con las presentaciones en librerías, pubs, universidades, cafeterías o bibliotecas. Respecto a los primeros comentarios recibidos, estoy asimilando aún el hecho de que bastantes lectores exigentes me hayan dicho que este tipo de prosa sonora desatada es lo mejor que he escrito hasta ahora con diferencia. Algún cocotazo me caerá también, seguro. Cuento con ello. Es la consecuencia lógica de la exhibición.
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–En 'Canto fenicio', ¿qué sentimientos e ideas fundamentales habitan?
–Le digo la más importante: que un mensaje sólido de vida es producto de varias partes que uno ha ido encajando por el camino, seleccionando lo más enriquecedor, hasta conseguir esa especie de puzle misterioso que llamamos idiosincrasia. Los investigadores de los fenicios se nublan intentando definirlos, porque ellos gustaban de apropiarse de lo más llamativo de los egipcios, de los griegos, los romanos... ¿Y quiénes eran realmente? Pues ese puzle moviente.
–¿Qué resultado arroja su experiencia de la pandemia?
–Como ya me había vuelto algo cínico antes de la pandemia, lo cierto es que no se me tambaleó ninguna certeza. Me carcajeé ya en los primeros días, cuando empezaron a publicarse artículos y entrevistaron a artistas famosos o a psicólogos de chichinabo que aludían a lo mucho que nos iba a servir esta experiencia para mejorar. No he aprendido nada de esto que no supiese ya. ¿De verdad alguien adulto y con juicio cree lo contrario?
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–Y estos días de guerra...
–Los vivo con una mezcla extraña de escepticismo informativo y, simultáneamente, muy apenado imaginando la realidad que deben de estar viviendo aquellos ucranianos del Primer Mundo. El rencor que está sembrando a cada segundo esta invasión es incalculable.
Amigo cuidadoso, Juan de Dios García piensa sobre la amistad, primero, que «hemos llegado a utilizar con demasiada ligereza esta palabra». Porque para él, «como el amor, la amistad tiene algo de sagrado y hay muy poquitas cosas sagradas en nuestras vidas. Y disculpe que me ponga solemne.
–¿Y sobre el egoísmo?
–El egoísmo es uno de los motores universales. Tiene muy mala prensa, y es normal. Pudiendo utilizarse incluso para buenos fines, se usa mayoritariamente para intoxicarnos.
«Cuando deje de existir la compasión es porque nos habremos extinguido, y eso a pesar de servir para crear tantos negocios malintencionados alrededor; pero es tan humano y tan necesario este sentimiento», indica el poeta, quien sobre Cartagena, la ciudad en la que vive, ama y escribe, comenta que «cuando era niño, entre la crisis industrial, la drogadicción y el abandono administrativo, recuerdo mi ciudad bastante inhóspita; ahora mis vecinos son más prudentes, delicados, más conscientes de tener que mantener entre todos una ciudad-postal».
Con estos versos de 'Umer, el escribano', que bien podrían haber confortado literariamente al T. S. Eliot de 'La tierra baldía', se cierra 'Canto fenicio': «Huele a fiesta terminada hace siglos. El hacha gotea / sobre la tierra seca. Fumo frente a la chimenea y / me fundo con la leña ardiente. Me haré un caldo con / los huesos de esta civilización».
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'Otra liga'
Últimamente te desvías demasiado. Andas obsesionado con el 'Canzoniere'. / En el descanso de un partido de fútbol, de repente, / orinando en los lavabos del estadio, te atraviesa el / pensamiento un verso de Petrarca. Vuelves a tu butaca / en los bajos de la grada sur. Comienza la segunda / parte y entre los jugadores corre un ciervo, 'una candida / cerva sopra l'erba'.
Acaba el encuentro y ya no te acuerdas del resultado, / te incorporas al ruido de la afición que regresa a sus / hogares, a las casas de apuestas, a los prostíbulos. Tú / sigues con el veneno de Francesco y Laura en la sangre, / con su amor antigubernamental y juvenil grabado / a navaja en la nobleza de un tronco provenzal.
¿Hay más cielo sobre el cielo de Aviñón? / Aunque tú no crees en ese dios laureado, en ese espíritu / amoroso que es un fantasma perfecto; tú crees en / la gravitación, la electricidad y los efectos del magnetismo. / Gente, tráfico, escaparates sucesivos. No sabes muy / bien lo que estás buscando. ¿Es una teoría, una mujer, / un par de calcetines nuevos? Sigues viendo ciervos / desorientados con los ojos acuosos.
Conforme avanzas va enmudeciendo el griterío y las / trompetillas estridentes. Se esfuman bufandas, gorras, / banderas, hasta quedarte solo frente a un café de aire / modernista. En una pizarra de la puerta se lee: «Hoy, domingo, cantares de gesta».
Entra. Estás cansado. Siéntate. Pide esa copa. Aquí no ha pasado nada.
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